11 noviembre 2013
Pesadumbre y desconsuelo
Sale Domingo Troitiño de la cárcel y no dejan de llamarme sus víctimas para exigirme que manifieste su disconformidad y pesadumbre por ello. Ya lo he hecho. Buscando el alivio que todo desconsolado anhela me derrumbo, pues no lo encuentro. Me pregunto cómo es posible que este palentino de origen gallego y considerado un maketo por los cobardes que le convencieron para asesinar a inocentes en nombre de un ideal –hay que ser bobo–, pueda volver a convivir entre los corrientes. Tengo la convicción de que algunos Troitiño deben de tener alguna desviación genética. Tienen que ser muy mostrencos para dejarse convencer de que debían matar a semejantes en defensa de una extravagancia. Sobre todo porque quienes se lo pidieron estaban tumbados en sus sofás mientras celebraban el éxito de sus órdenes o consignas. Unos aplaudían la sangre derramada y las vidas arrebatadas, mientras los memos de los Troitiño eran detenidos, juzgados y encarcelados. Algún etarra hay al que, estando encarcelado, le ha levantado la pareja el abogado de la trama que le representaba, lo cual estimula alguna guasa. Son una banda terrorista, pero son más cutres que los hermanos Dalton. Los lerdos que matan por significar las diferencias que les separan de aquellos a los que consideran inferiores, suelen nacer desheredaros de toda primacía humana.
Pienso en lo que ha sido la vida de este Troitiño, que es un salvaje y un criminal, que no tiene miramientos y que está pelado de capacidad. Me la represento como la de quien la ha pasado carente de vida familiar –tampoco se ha perdido demasiado en tal terreno pues supone su parentela, al menos la parte conocida, sujeto cargado de putrefacción–, por lo que no puedo dejar de sentir alguna sensación balsámica. Cierto es que por su procedencia y capacidad no hubiera llegado muy lejos en la vida de no haberse convertido en etarra y que, muy probablemente, su recorrido vital hubiera sido muy similar. Seguramente habría pasado la existencia recluido por alguna violación o cualquier otro delito, pero, en todo caso, lo que se ha perdido, siendo poco en su situación, me regocija: ¡Fastídiate, canalla!
Saber que eres consciente de que, con todas tus limitaciones, entre tus familiares los hay todavía más primates, algo nos tonifica, aunque eso no repare a tus víctimas. Deseamos que tu vida siga igual y que llegue el momento en el que tú o cualquiera de los tuyos nos necesitéis, porque sabremos ser justos con vosotros.
En Navidad no estaréis todos en casa, asesino.
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