27 mayo 2017
¿Por qué mi hijo se convirtió en un terrorista?
El yihadismo
aúna sus fuerzas a la hora de desplegar en Europa a predicadores de un
islam radical en nombre de una libertad de expresión contra la que lucha
asesinando a caricaturistas
"Muchas veces pienso que Quentin podría
haber estado en el Bataclan, pero no entre los terroristas, sino del otro lado.
Del lado de la vida. Y no en el oscurantismo, ¿entiende? En otra vida mi hijo
podría haber estado escuchando aquel concierto. Tenía la misma edad que esos
jóvenes que murieron aquella noche. ¿Por qué? ¿Por qué no estaba en el lado de
la vida?".
Hoy Europa mira a Manchester y se hace la misma
pregunta que esta madre de un yihadista francés me formuló por vez primera hace
un año.
A Quentin, de familia católica, lo reclutó un
joven en Sevran, una ciudad a las afueras de París. Antes de fingir un viaje a
Alemania e irse a Siria a morir por Alá, tocaba el piano, tenía novia y
estudiaba kinesiología. "Mi hijo tenía planes aquí" es una de las
frases que más escucho en boca de las madres de yihadistas con las que sigo en
contacto tras la publicación de 'En el vientre de la yihad'.
A menudo, tras un atentado como el que golpeaba
a Reino Unido esta semana, un paseo veloz por las redes sociales nos basta para
observar que los primeros alaridos de incomprensión se dirigen hacia los
servicios de inteligencia. Un gesto en ocasiones comprensible cuando recordamos
errores de coordinación como los cometidos en Bélgica con Abdelhamid Abaaoud,
cerebro de los ataques de París, o en Francia con los hermanos Kouachi, autores
del atentado en la sede de Charlie Hebdo.
Europa despertó tarde. Según el último informe
del Centro de Análisis de Terrorismo (CAT), 5.800 ciudadanos europeos han
llegado hasta hoy a una de las dos zonas de combate desde 2013. Cerca del 70%
de ellos provenía únicamente de tres países: Francia, Reino Unido y Alemania.
Citaré como ejemplo el caso de nuestra vecina Francia por ser el país europeo
más tocado por este fenómeno. Un total de 2.299 ciudadanos están implicados en
redes yihadistas y la cifra de retornados ya supera los 200, sin que la
decepción de lo que hallaron en Siria vaya necesariamente de la mano del
arrepentimiento o la renuncia a su militancia. Sin embargo, y a pesar de las
llamadas de socorro de asociaciones de barrios desfavorecidos abordando una
fractura en el tejido social, un despliegue de discursos de odio y un repliegue
comunitario; a pesar de los múltiples informes elaborados en la última década
por sindicatos penitenciarios alertando de que las superpobladas cárceles
(58.000 plazas para 70.000 presos) eran "escuelas de yihadismo" entre
rejas; a pesar de haber sido testigos de la huida desde 2013 de cientos de
jóvenes nacidos y educados en Francia, se esperó hasta 2014 para aplicar el
primer programa de "desradicalización" y hasta 2015 para lanzar en
Twitter la cuenta StopDjihadisme y dos clips de prevención contra la
radicalización violenta. Solo en ese año, Daesh había publicado 18 revistas en
11 idiomas diferentes y había difundido en redes sociales 800 vídeos y 15.000
fotografías propagandísticas.
Esta, la de la búsqueda de fallos y
responsabilidades colaterales se ha convertido en la primera reacción de quien
asiste anonadado a una masacre como la de Mánchester. Muy a menudo el recorrido
de nuestra mirada crítica termina ahí, arrastrados por la bulimia de la
información en 140 caracteres. Y cuando los programas en directo dejan de
bombardear en bucle una insultante falta de información, ("22 personas han
muerto. No, al final son 18. Parece que hay otro tiroteo, pero no está
confirmado. No era un tiroteo, pero no cambien de canal"). Cuando ya no
quedan más vecinos a los que preguntar si el yihadista en cuestión saludaba o
no en la escalera, si rezaba o si comía carne halal; cuando ya hemos preguntado
a todos los padres de Manchester cómo de destrozados están, en una escala del
uno al diez, por la muerte de sus hijas; cuando ya hemos dejado el sentido
mismo de nuestra profesión por los suelos, llega ese ensordecedor silencio. Y
el cambio de hashtag.
Porque menos numerosas son las voces que se
alzan para preguntarse cómo pudo gestarse el monstruo en el seno de nuestras
sociedades. Esa cuestión es más incómoda. Después de más de un año de
investigación, creo haber comprendido que todavía hay quien piensa que analizar
los factores que favorecen la existencia de un fenómeno es, de un modo u otro,
justificarlo. Y así nos va.
Frente a nosotros, en cambio, tenemos a un
enemigo que sí analiza. Que se sirve de las herramientas democráticas que
rechaza para resquebrajar el tejido social desde su interior. En junio de 2016,
el jefe de la
Dirección General de Seguridad Interior (DGSI), Patrick
Calvar, diagnosticaba la aparición de grupúsculos de extrema derecha y la
amenaza real de una guerra civil. "Uno o dos atentados más y la
confrontación tendrá lugar", alertó. Su análisis no terminaba ahí. También
recordaba la capacidad de mutación del modo operatorio de Daesh y el peligro
real de un despliegue de artificieros enviados a suelo europeo con la única
misión de organizar atentados con coches bomba sin necesidad de sacrificar a
sus combatientes.
Ante nosotros, pues, encontramos una
organización terrorista con una apabullante capacidad de adaptación que estudia
no uno, sino todos los puntos débiles de nuestra sociedad. Que ha desarrollado
la capacidad de ofrecer a egos rotos nacidos y educados en Europa una revancha
social contra sus propios valores.
No es casualidad que el objetivo en noviembre
de 2015 fuesen las terrazas de París un viernes por la noche, como tampoco lo
es que Salman Abedi fijase como escenario de su vil masacre la salida de un
concierto repleto de adolescentes. Ni que Abdelhamid Abaaoud, abatido en Saint
Denis in extremis horas
antes de llevar a cabo la segunda parte de su plan en París, tuviese como
objetivo un atentado en una guardería y en un centro comercial. Tampoco es
fruto del azar que, en un momento de máxima alerta y despliegue de seguridad,
el yihadismo europeo se esté fundiendo en la clandestinidad. La taqiya (o disimulo) es para Daesh un arma de
guerra como otra cualquiera. El yihadismo analiza, muta y golpea. No duda en
aunar sus fuerzas a la hora de desplegar en suelo europeo a predicadores de un
islam radical en nombre de una libertad de expresión contra la que lucha
cobardemente asesinando a caricaturistas.
Tras haber convivido con ellas durante un año,
suelo pensar que las madres de estos yihadistas se hacen a sí mismas las buenas
preguntas, con la única intención de reconstruir el puzle que rompió sus vidas.
"¿Por qué mi hijo pudo coger aquel avión si estaba fichado?",
"¿Por qué regresó de Siria y pudo esconderse en casa durante un mes antes
de ser arrestado? ¿Cuántos como él hay hoy en sus casas?" "¿Por qué
el imán que lo adoctrinó sigue ejerciendo en una mezquita de París?"
"¿Encontró mi hijo en el yihadismo una sacralización de la rabia hacia su
propio país?" "¿De dónde le venía esa rabia?" "¿Por qué mi
hijo entró ateo a la cárcel y salió de ella tres meses después convertido en un
salafista?", "¿Por qué morir allí fue más atractivo para mi hija que
vivir aquí?" “¿Por qué en Francia un joven llamado Mohamed tiene cuatro
veces menos oportunidades de encontrar trabajo que otro, con el mismo currículo,
llamado Michel?”
Lo cierto es que estas madres no siempre
obtienen respuestas, pero en estas dudas que corroen sus entrañas se reflejan
los errores de Europa y los nuestros como sociedad.
¿Estamos haciendo lo necesario para
impedir que más jóvenes se unan a la yihad? Sí. John Dorrian, portavoz de la
coalición, anunciaba esta semana que el número de yihadistas que llega hoy a
Siria o Iraq se ha derrumbado un 95% en los últimos dos años, cuando el flujo
de combatientes de todas las nacionalidades alcanzaba los 1.500 al mes. Hoy la
cifra ronda el centenar. ¿Significa esto que la ideología yihadista ha dejado
de tener cabida en nuestras sociedades? En absoluto.
Frente a nosotros, el caos espera. Y es
paciente. Cuando, en agosto de 2016 Daesh perdió la ciudad de Manbij (Siria) su
órgano propagandístico difundió un vídeo con este eslogan, que resume el reto
al que nuestra sociedad va a enfrentarse en los próximos años: "Hemos
perdido una batalla, pero hemos ganado una generación que conoce a su
enemigo".
Opinión:
Para empezar, agradecer a los responsables de la web
arovite.com la confianza al solicitar mi colaboración en su página la cual
recomiendo leer con tranquilidad entre otros motivos porque la lectura de algún
relato me confirman de nuevo hasta qué punto puede llegar el cinismo de ciertas
personas que explican historietas que jamás ha vivido ni mucho menos sufrido.
Nunca dos palabras como “…refiere que” habrán
sido el inicio de tantas faltas a la verdad .
Realmente recomendable su lectura para saber quién es quién
en este extraño mundillo de la victimología terrorista.
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