La extraña amistad entre un
mediador con ETA y su espía del CNI
Mudar la piel explora la relación de Juan Gutiérrez, mediador entre el Estado
español y ETA, y Rodrigo, con el espía infiltrado que se ganó la confianza
total de su "presa"
Ana Schulz, hija de
Gutiérrez, presenta en el festival de San Sebastián una película que cumple las
veces de retrato familiar y social del Euskadi de los años 80 y 90
En los juegos de espionaje nunca se sabe dónde acaba la realidad
para convertirse en ficción. Ni siquiera cuando el juego ha terminado y
las máscaras deberían caer al suelo. Eso le ocurrió a Juan Gutiérrez con su
querido amigo Roberto Díez, a quien conoció en Euskadi dos años después de
que ETA perpetrase su atentado más sangriento, el del Hipercor de Barcelona.
Gutiérrez era por entonces mediador entre el grupo terrorista y el
gobierno socialista de Felipe González, y Roberto se había presentado como
periodista de investigación de una agencia de noticias. Pronto, ambos se
convirtieron en colegas inseparables y confidentes, al menos por parte de Juan,
porque años después supo que Roberto ni era Roberto ni era reportero. Era un
agente del servicio de inteligencia CESIC (ahora CNI) destinado en San
Sebastián para espiarle a él, a su familia y a su Centro de Estudios por la
Paz.
Veinte años después de aquella revelación, la hija de Juan presenta Mudar
la piel, un documental que indaga en la figura de estos dos hombres y en su
increíble amistad, sobre la que a pesar de todo prevalece la lealtad.
Ana Schulz y su compañero, el director Cristobal Fernández, llegan ahora al
Festival de Cine de Donosti desde Locarno, donde estrenaron la película a nivel
mundial la semana pasada.
Algunos pensarán que criarse rodeada de estas tramas rocambolescas le
ha facilitado el trabajo a Schulz, pero ella misma asegura que ha sido "un
camino de lágrimas". Ana recuerda a Roberto como una presencia constante
en su casa cuando era niña, muy atento a las palabras de su padre.
Excesivamente atento. Pero, ¿fue su amistad parte de la farsa?
En 1997, Roberto desapareció de sus vidas con la excusa de estar
atravesando una crisis personal. En realidad, la revista Tiempo había
sacado un espinoso reportaje que destapaba la supuesta agencia de noticias
donde trabajaba como una tapadera del CESIC para investigar las
negociaciones con ETA. Era cuestión de tiempo que la gente empezase a atar
cabos sobre este hombre escurridizo que casi nunca se dejaba fotografiar.
La siguiente vez que Juan tuvo noticias de él fue en 2007 porque el CESIC
le acusó de vender información confidencial a los rusos y su detención fue
retransmitida en todas las cadenas de televisión nacionales. La opinión pública
le reconocía como el "espía traidor", pero no así Gutiérrez, que
comenzó a visitarle de forma asidua en la cárcel para retomar su amistad.
La intención inicial de Mudar la piel era reunir a
Juan y a Roberto (ya absuelto) por primera vez delante de una cámara para
tratar sus temas pendientes, sin máscaras ni mentiras. Al principio el exespía
se mostró colaborador, pero pronto el miedo se apoderó de sus buenas
intenciones y empezó a poner trabas al proyecto. Decía que le estaban pinchando
el teléfono tanto a él como a la familia de Gutiérrez y que estaba siendo
hostigado por los servicios de inteligencia. Y, una vez más, Juan lo entendió,
apoyó la postura de su amigo y continuó solo (con su mujer) en el documental de
su hija.
"Si estuviese en esta entrevista, mi padre estaría
defendiéndole. Si lo piensas bien un mediador debe tener esta actitud, no puede
juzgar al otro. Pero una cosa es pensarlo y otra ejercerlo en su propia
vida", dice Ana Schulz a eldiario.es.
Esta última fuga no es lo peor que Roberto le ha hecho a Juan y a su
familia: se infiltró en su hogar y en su trabajo, se ganó su confianza hasta el
punto de que iba a ser el sucesor de su Centro de la Paz y derivó conversaciones
enteras y detalles de su vida a altas esferas del CESIC. Y aún así, el mediador
nunca se ha sentido traicionado o utilizado.
"Era lo que tenía que hacer en ese momento. Yo aposté por Roberto como
tipo y me salió bien la apuesta", dice Juan, de 86 años, en Mudar
la piel. "Esa es la enseñanza que puedes sacar de la película. Es su
lección de vida porque él siempre ha afrontado así el conflicto, y la historia
de Roberto es una entre cientos que podría contar", asegura la
cineasta.
Porque, además del drama de las amistades peligrosas, lo realmente
fascinante de la película son estos dos hombres, sus profesiones y su contexto.
El mediador y el espía funcionan como cebo para que Mudar la piel haga
un ejercicio de memoria histórica ejemplar y a la vez atrape como un
buen thriller policíaco.
Más Juanes y menos Rodrigos
¿Cómo llegó Juan Gutiérrez a ganarse la confianza de un bando y otro en el
conflicto de ETA? La pregunta sobrevuela durante el documental hasta llegar a
la entrevista con su hija, que ríe asegurando que muchas veces le preguntan que
dónde se estudia eso.
Ingeniero procedente de una familia de alta cuna de
Santander, Gutiérrez emigró a Alemania para licenciarse en Filosofía
mientras impartía charlas sobre Karl Marx y comunismo. En un coloquio sobre El
Capital conoció a su esposa, Frauke Schulz, y juntos tuvieron a su
hija Ana antes de regresar a España en 1983, específicamente a Donosti. Atraído
por el clima político y antifranquista del País Vasco, Juan se hizo un hueco
entre los abertzales gracias a una vinculación con la izquierda que más tarde
le facilitó su labor de mediador.
"Él explicaba que hay dos modelos de mediación: el modelo del
norte, donde el mediador es externo y neutro, y el del sur, donde es una figura
de confianza. Además de con la izquierda abertzale, con la que compartía cierta
ideología, con el PP estaba familiarizado por su educación conservadora y su
herencia familiar. Conocía las maneras de tratar de esta gente, aunque terminó
renegando de ellas", cuenta Ana Schulz.
De hecho, hubo dos momentos importantes de su carrera íntimamente ligados a
esto. El primero fue cuando consiguió reunir a los representantes de todos los
partidos de la política vasca durante diez días en una universidad
estadounidense para dialogar, una imagen que no se ha vuelto a repetir.
"Terminaron confraternizado. De hecho, mi padre contaba que los que mejor
se entendieron fueron los de HB con los del PP porque todos eran jóvenes y
salían de fiesta", relata la hija del que lo instigó.
Fue entonces cuando saltaron las alarmas en el CESIC y destinaron a un
exguardia civil, parte del equipo de desarticulación militar de ETA, a espiar a
Gutiérrez por haber promovido esos encuentros secretos. Aquel agente era
Roberto.
El otro gran hito fue la relación que inició con el ministro del Interior
Juan Mayor Oreja, y cuyas conversaciones privadas terminaron filtradas en El
Mundo, algo que dinamitó gran parte del trabajo de Juan Gutiérrez y le hizo
dimitir como mediador. "Sorprende ver a Mayor Oreja decir esas frases con
tanta lucidez y moderación, y eso el PP no se lo podía permitir", explica
Schulz.
“Me dijo que él reconocía que el vasco era un conflicto histórico y que
debía resolverse con una segunda transición democrática; la primera transición
la habían hecho los partidos moderados, que eran el PNV y el PSOE, y la segunda
transición la debían hacer los partidos extremos, que eran HB-ETA y el PP. ¡Él
se definió como partido extremo!"- Juan Gutiérrez sobre Mayor Oreja.
Un boicot por parte del Estado que recuerda a las zancadillas que prefieren
poner muchos políticos actuales antes que alcanzar un entendimiento. Según
ella, respecto al conflicto catalán, "Juan lo que más subraya es en el
hecho de que en Euskadi siempre se insistía en que para dialogar tenía que
acabar la violencia. Ahora en Catalunya hay una no violencia ostentativa y
alegre y se sigue igual. Es decir, no es que hubiera violencia y por eso no se
hablaba, es que no se habla porque no se quiere hablar".
Solo cabe preguntarse, ¿habrá un Juan Gutiérrez luchando por el
entendimiento entre la Generalitat y los partidos del Gobierno?
"Seguro que sí, pero sobre todo lo que habrá son Robertos metidos en todas
partes, y quizá ese sea el problema".
Opinión:
Hace
muchos años que tengo el placer de conocer a Juan Gutiérrez, desde aquellas remotas
épocas en las que su presencia no era bien acogida por parte de algunas
víctimas, algunas de las cuales se habrán hinchado de ponerle buena cara y
machacarlo por la espalda.
Aunque
nuestra relación no ha sido constante, sí puedo decir que ha sido muy necesaria
en algunos momentos puntuales de su o de mi labor con el objetivo común de evitar
mas sufrimientos. Por ello puedo decir
que me alegro de haber colaborado conjuntamente hasta conseguir el cese definitivo de la violencia terrorista de
ETA. De hecho, una de las primeras llamadas que recibí en un ya lejano octubre
de 2011 fue la de Juan.
Gracias
por el trabajo bien hecho porque somos de los que, sin alharacas ni
protagonismos, hemos hecho lo que creíamos que debíamos hacer.
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