jueves, 9 de diciembre de 2021

09 diciembre 2021 Le Monde (entrevista)

09 diciembre 2021 (04.12.21)

 


Reparar el terror

Se les llama encuentros restaurativos.

En 2011 y 2012, el gobierno socialista español hizo posibles estas entrevistas entre antiguos terroristas de la organización separatista vasca eta y las familias de sus víctimas. Después de una interrupción decretada por los conservadores, se están ahora gestando nuevos encuentros.  Esta labor de reparación complementaria a la justicia clásica pretende calmar las secuelas de 40 años de violencia.

Alrededor de la estela erigida en la cima del monte Burnikurutzeta, en el País Vasco español, una treintena de allegados llegaron, el 29 de julio de 2014, para rendir homenaje a Juan Mari Jáuregui. Como cada año después de su asesinato, el 29 de julio de 2000, de dos balas en la cabeza, mientras se encontraba con un amigo en el restaurante El Frontón, en Tolosa, donde había sido concejal socialista. Allí estaban su viuda, su hija, amigos y compañeros de partido. También estaba uno de sus asesinos.

Incómodo en su polo azul, una mano en el bolsillo de su vaquero, la mirada baja, Ibon Etzezarreta se acercó a la estela, reiteradamente profanada por los separatistas fanáticos, sobre la que hay gravadas, alrededor de una cruz vasca, algunas palabras en euskera, la lengua vasca: “Los que te quieren se acuerdan de ti”. Y este antiguo militante separatista del grupo terrorista ETA, grande y corpulento, cabello moreno y corto, depositó allí unas flores.

Condenado a más de 390 años de prisión por su participación en una veintena de atentados y cinco asesinatos, Ibon Etxezarreta se beneficiaba ese día de un permiso de salida. La viuda de Juan Mari Jáuregui, Maixabel Lasa, le había citado en medio de las colinas verdes para acompañarla al homenaje íntimo que ella tiene costumbre de rendir a su marido, “su único amor”. “Los arrepentidos ya no se parecen en nada a lo que han sido”, señala, 7 años más tarde, Maixabel Lasa, sentada en el bar de Legorreta, pueblo de 1400 habitantes situado a una treintena de km de San Sebastián, donde ella vive todavía, en la misma vivienda que habitaba con su marido.

¿Cómo ha podido la viuda de una víctima de ETA invitar a uno de los asesinos de su marido a reunirse con sus allegados y cómo este ha tenido el valor de acudir? En 2009, con el objetivo de animar a reflexionar críticamente a los prisioneros del grupo terrorista, el ministro del interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, miembro del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, ha tomado una decisión osada: reunir en una misma prisión del País Vasco – la de Zaballa, en Nanclares de Oca- a una treintena de prisioneros que habían roto con la organización terrorista y que decían estar listos para pedir perdón y pagar las indemnizaciones a las víctimas establecidas por los tribunales. Una manera también de impulsar la disidencia. Durante los meses siguientes, varios de ellos firmaron cartas públicas de repulsa a la violencia y de abandono del colectivo de presos de ETA, EPPPK. Dos años más tarde, ciertos arrepentidos han dado un paso suplementario solicitando el reencuentro con las víctimas.

Así, entre 2011 y 2012, catorce encuentros restaurativos fueron organizados por el ministerio del interior con la implicación de la Oficina de víctimas de terrorismo de lgobierno vasco, dirigida entonces por Maixabel Lasa. Pero, después de la llegada  al poder del conservador Mariano Rajoy, el dispositivo, criticado por la derecha, fue bruscamente interrumpido. Hoy, tras anunciar ETA el 20 de octubre de 2011 el fin de la violencia, después disuelta oficialmente en 2018, el departamento de instituciones  penitenciarias del gobierno español, con Pedro Sánchez al frente, prepara nuevos encuentros, con una gran discreción. Al menos afectarán a una veintena de prisioneros, según el diario El País  

Nacida en 1959, la organización separatista vasca ETA, de inspiración marxista, reivindicaba en un origen la liberación del pueblo vasco en el contexto de la dictadura franquista, antes de convertirse en grupo terrorista. Sus atentados al principio tenían

como objetivo las fuerzas del orden, después políticos, jueces, periodistas y ciudadanos de a pie. Los encuentros restaurativos son una manera de trabajar sobre las secuelas de cuarenta años de violencia: el dolor de las familias de 853 víctimas asesinadas entre 1968 y 2010, miles de heridos que la organización terrorista ha dejado atrás, pero también el destino de 187 etarras todavía encarcelados en prisiones españolas (hay que añadir otra treintena en cárceles francesas).

Para los que han vivido la experiencia de 2011, no hay duda de que estos reencuentros han sido útiles. Para las víctimas y sus verdugos, pero también para la sociedad, deslegitimando el terrorismo. “Si hubiéramos continuado trabajando en los reencuentros restaurativos, habría más arrepentidos, ciertamente”, se lamenta Maixabel Lasa.

Iñaki García Arrizabalaga fue la primera víctima en participar. Su padre, Juan Manuel García Cordero, fue secuestrado y salvajemente asesinado de una bala en la sien, atado a un árbol, en el monte Ulia, en San Sebastián, por los comandos autónomos anticapitalistas, una escisión de ETA, el 23 de octubre de 1980. Director de la sede local de Telefónica, padre de siete hijos, entre 12 y 25 años, sin afiliación política, Juan Manuel García Cordero fue elegido por simbolizar la presencia del Estado en el País Vasco, sin haber recibido amenazas previ as. Iñaki tenía 19 años.

“A principios de 2011, junto con una docena de víctimas, fui convocado por la oficina de víctimas del terrorismo. Una mediadora nos explicó que en Nanclares una serie de prisioneros había emprendido una reflexión profunda sobre los daños causados por ETA y querían hablar con nosotros. Ella nos dejó varios días para reflexionar. Algunos  rechazaron el encuentro”, recuerda el hombre, hoy en día de 59 años, en un despacho de la Universidad de Deusto, San Sebastián, donde enseña marketing.

“En aquella época, ETA todavía no había declarado el fin de la violencia y yo pensaba que habíaque intentar algo nuevo para poder salir de la espiral de odio. Entonces, acepté”.

Siguieron cuatro reuniones largas con mediadores, durante las cuales Iñaki García Arrizabalaga cuenta su historia, expresa sus sentimientos y reflexiona sobre el sentido de la reinserción, de la paz, de la segunda oportunidad y de la pena de muerte. Sin embargo, el odio le había engullido en los años 1980. “En la calle, con cada atentado, escuchábamos “gora ETA”. Pegaron carteles en mi bicicleta para justificar el asesinato de mi padre. Yo rechazaba este mundo en bloque y este rechazo se convirtió en odio. El odio te aliena sin que seas consciente de ello, y yo caí en ello”- recuerda.

El 25 de mayo de 2011, Iñaki García Arrizabalaga, convertido en miembro de la Asociación Gesto por la Paz, se encontró con Fernando de Luis Astarloa, condenado en 1990 a 29 años de prisión por dos asesinatos, sin relación con el de su padre. “Cuando me enteré de que Astarloa cometió crímenes de sangre, aquello me chocó y fui reticente a la idea de encontrarme con él –recuerda. En un principio quería asegurarme de tres cosas: que el encuentro no tuviera lugar en la prisión, que el preso fuera por su propia voluntad y que no tuviera ninguna ventaja penitenciaria, ya que yo no quería ser utilizado para que se redujera su pena”.

 

El programa era claro en este punto: los encuentros no entrañarían ningún beneficio para los prisioneros, para que su compromiso fuera sincero y desinteresado. A los arrepentidos, los mediadores les habían pedido previamente detalles de su recorrido, las razones de su compromiso con ETA, el número de sus víctimas, si celebraban los atentados, si habían mirado a los ojos de la víctima antes de disparar, cuándo se habían dado cuenta del mal que habían causado o qué pena habrían ellos impuesto si hubieran estado en el lugar de los jueces. El objetivo era hacerles abandonar justificaciones políticas para llevarles al terreno humano y emocional.

Para Iñaki García Arrizabalaga, encontrarse con los verdaderos asesinos de su padre no era factible. Los presuntos autores “fueron deportados a América latina por el gobierno francés a principios de los años 1980”, explica, en referencia a una práctica llevada a cabo con Gaston Defferre. En aquella época, Francia, considerada como un santuario para los etarras, no los extraditaban a España todavía, considerando que cometían crímenes políticos y no crímenes comunes.

“Uno de ellos murió atropellado por un vehículo en Brasil. El otro, Eugenio Barrutiabengoa Zabarte, vive todavía en Venezuela e incluso ha trabajado para el gobierno de Hugo Chávez. Él está orgulloso de su pasado, señala Iñaki García Arrizabalaga. No han sido ni detenidos ni juzgados. La justicia clásica ha fracasado en lo que se refiere a mi familia y es algo muy doloroso. El asesinato de mi padre es parte de las 370 muertes atribuidas a ETA todavía sin resolver...”. 

El encuentro, en una pequeña sala del gobierno vasco, duró 4 horas. Sentado frente a Fernando de Luis Astarloa, Iñaki García Arrizabalaga le dijo que llevaba en el corazón: el seguimiento psicológico que necesitaron sus hermanas pequeñas, el dolor de su madre, la soledad, la angustia, las dificultades financieras... “Quería que fuera consciente de lo que vive la familia de una víctima. Y él pareció afectado...”, recuerda. A su vez, Fernando de Luis Astarloa le contó su vida: la vieja ciudad de Bilbao, la panda de amigos, el ambiente represión policíaca que, según él, le había casi empujado a unirse a ETA al principio de los años 1980, durante la transición democrática tras el final del franquismo, al principio en un comando, donde él mataba impunemente, después, una vez fichado por la policía, obligado a vivir en la clandestinidad.

Detenido en Francia en 1987, año en el que París comenzó a extraditar a etarras, después enviado a España en 1989, es en prisión donde comenzó a pensar en lo que había hecho en su vida. “Yo le dije que conocía muchos jóvenes, incluso nacionalistas vascos, que no habían elegido esa vía y que él no debía esconderse detrás del colectivo sino reconocer su responsabilidad individual. Sentí reticencias de su parte”, recuerda Iñaki García Arrizabalaga, quien luego de hizo preguntas sobre lo que había sentido al matar. El ex terrorista reconoció que únicamente el primer atentado fue difícil, los otros fueron “automáticos”, las víctimas no eran más que objetivos, enemigos a liquidar de las que tanto él como los miembros de los comandos de ejecución no sabían nada. “Cuando nos levantamos, me dijo que, incluso si no era miembro del comando que asesinó a mi padre, en tanto que militante, debía asumir todos los atentados de la organización y como tal, me pidió perdón, a mí y a mi familia”, añade el profesor. Antes de suspirar: “Era la primera vez, 31 años después, que alguien de este mundo de separatistas me pedía perdón...”.

Cuando salió, Iñaki tuvo vértigos y tuvo que sentarse en la entrada del edificio. “Tenía calambres en las piernas, después sentí que me embargaba una paz interior, como si me hubieran quitado un peso muy grande de mi cuerpo después de mucho tiempo...”

Al día siguiente, 26 de mayo 2011, fue el turno de Maixabel Lasa de participar en un reencuentro restaurativo, en la prisión de Zabala, después de dos reuniones con mediadores y con uno de los asesinos de su marido, Luis Carrasco Aseginolaza. Ella quería hablarle de su duelo, del estado en que cayó cuando se enteró del asesinato del hombre con el que ella compartía su vida desde los 16 años. “Durante el franquismo, mi marido estuvo en prisión. Había estado cerca de la ETA cultural (movimiento que defendía la lengua y la cultura vascas) antes de entrar al Partido Comunista porque él rechazaba la violencia. Nombrado gobernador civil de Guipúzcoa en 1994, hizo su primer discurso en euskera, e hizo cerrar la prisión inhumana de Ondarreta...”.

Ella está convencida de que si Eta le señaló como objetivo fue porque él tendía puentes entre gentes que pensaban de manera diferente y porque estaba convencido de que todo se arregla con el diálogo”.

Y todo esto es lo que quería contar en un principio a Luis Carrasco. “Cuando vi entrar a Luis en la sala de la prisión donde le esperaba, me sorprendí mucho-recuerda ella. Era grande y fuerte, pero era un hombre abatido, con poca estima de él. Se definía como alguien malo, que no tenía nada bueno en él. Tuve que tranquilizarle, diciéndole que por lo menos había tenido el valor de enfrentarse a la organización y encontrar su libertad de pensamiento. Le pregunté si conocía a Juan Mari. Él no sabía nada de él, únicamente que había sido gobernados civil. Las órdenes de ejecución llegaban por escrito en forma de misivas o de pequeñas notas escondidas”.

En prisión, Luis Carrasco Aseginolaza, condenado a 39 años de prisión, abrió los ojos progresivamente. “El deseo, o más aún, la necesidad de encontrarse con las víctimas no siempre ha existido. Durante años, he construido todo tipo de argumentos defensivos y de autojustificación. Esto me servía de excusa para enmascarar la violencia que había ejercicio, escribe el arrepentido en el ensayo Los ojos del otro, obra coordinada por la mediadora Esther Pascual, responsable de los encuentros restaurativos de 2011 y 2012. Los procesos de maduración me han llevado años... Años duros de evolución, hasta que se instala bien fuerte en mi interior el sentimiento de culpa, de arrepentimiento, la necesidad de pedir perdón”.

Todavía hoy, cuando salen de prisión, los arrepentidos son rechazados por su antiguo ambiente, mientras que los terroristas de ETA son acogidos con fanfarrias en sus pueblos, donde se les rinde homenaje por la izquierda abertzale.

Antes de estos encuentros, las víctimas han tenido que afrontar a menudo, además de sus propias dudas, es escepticismo de su familia. La hija de Maixabel Lasa no se sentía cercana a participar, aunque haya apoyado a su madre. No todos los hermanos de Iñaki Arrizabalaga han aprobado su decisión de encontrarse con un antiguo terrorista, aunque “ninguno le ha criticado” y su madre le ha prevenido para “no dejarse manipular”, diciéndole que fuera si pensaba que eso le haría bien. “Si ella hubiera estado en contra, no lo hubiera hecho, reconoce él. Para algunas víctimas, yo era un traidor que había deshonrado la memoria de mi padre, yo blanqueaba a los criminales, recuerda Iñaki García Arrizabalaga. Nos han criticado mucho, y muy injustamente. Yo nunca obligaré a una víctima a participar, ni la juzgaré por su elección, pero ellos deben respectar la mía. Yo no quiero que se me reduzca a mi situación de víctima”.

Josu Elespe no estaba seguro de nada antes de dar el paso. Su padre, concejal socialista en Lasarte, fue asesinado por ETA en 2001, un crimen sin resolver. “Me preguntaba qué me aportaría, si aquél al que iba a ver sería totalmente sincero, si eso no iría más bien a revivir mi dolor”, recuerda él. En noviembre 2011, sin embargo, se encontró con el ex terrorista Valentín Lasarte, culpable de varios atentados contra políticos vascos.

“El encuentro duró cerca de 3 horas. Vi a una persona que había llevado a cabo una revisión ética y humana de su pasado. Al final, mi cabeza era como un torbellino. Estaba contento por mí, de haber sido capaz de confrontarme a alguien que había pertenecido a una organización que había destruido mi vida durante muchos años, con tranquilidad, serenidad, sin odio ni sentimiento contradictorio. Me sentí reconfortado, tranquilizado. Retomé la esperanza en la humanidad, en la capacidad de las personas de evolucionar. Y sentí que mis heridas comenzaban a curar porque el injusto mal infligido a mi familia por fin se había reconocido. Y que este reconocimiento llegó de la boca de uno de los responsables”.

La experiencia de Consuelo Ordoñez, hermana del vicealcalde de San Sebastián y diputado del Partido Popular, Gregorio Ordoñez, asesinado el 23 de enero de 1995 a la edad de 36 años, en el bar de la ciudad de La Cepa, fue diametralmente opuesta.

Ella también se encontró con Valentín Lasarte en junio 2012. “Para mí, es un cobarde que actúa por interés y no he sacado nada en positivo de este encuentro”, dice esta abogada, presidenta de la Asociación de víctimas del terrorismo, que no creía en el arrepentimiento del ex terrorista. “En esa época, yo iba a todos los procesos a los que él era citado como testigo y siempre tenía amnesia cada vez que se le preguntaba por alguna información”, recuerda ella, desde una terraza de Madrid, donde ha venido a entrevistarse con una delegación del Parlamento europeo que se interesa en los 370 crímenes sin resolver de ETA. Acudió sola a prisión para un encuentro restaurativo, sin haber sido preparada ni acompañada por mediadores. En esta fecha, el dispositivo, del que Consuelo Ordoñez había tenido conocimiento gracias a la prensa, fue suprimido por el gobierno del Partido Popular.

En desacuerdo con el acercamiento de prisioneros de ETA al País Vasco, la derecha era sensible a los argumentos de los detractores de estos encuentros. Según ellos, estos últimos tendían a minimizar la responsabilidad política de aquellos que defendían la violencia así como la dimensión terrorista de los crímenes, llevándolo a la esfera personal. A pesar de estas reticencias, el gobierno de Mariano Rajoy permitió a las víctimas que lo solicitaban hablar con prisioneros de ETA, pero sin supervisarlas. Es lo que hizo Consuelo Ordoñez, sobre todo para saber si Lasarte estaba dispuesto a dar información sobre crímenes sin resolver de ETA. Ella había preparado preguntas sobre su actividad en el seno de la organización, los lugares donde él había cometido los crímenes, pensando en las víctimas que todavía buscan respuestas. “Él no me aportó ninguna, se lamenta. Ciertamente, la justicia restaurativa nos da, a nosotros, las víctimas, un lugar, pero también debe contribuir a denigrar todo lo que ETA ha significado política y humanamente...”.

Consejero en la oficina de víctimas del terrorismo y uno de los principales promotores del programa de 2011, Txema Urkijo asegura que “la base de los reencuentros restaurativos era que la víctima acepte la posibilidad de que el prisionero de ETA se arrepienta. Si no lo cree y lo único que busca es una delación, entonces no puede obtenerse nada positivo de ello”.

La víspera de la cita de Consuelo Ordoñez con Valentín Lasarte, Urkijo había publicado una columna en el diario El País para alertar del peligro que comportaban los encuentros sin mediadores ni preparación tanto de las víctimas como de los arrepentidos.

En Barcelona, sentado en su oficina cuyos muros están cubiertos de mapas en los que unas chinchetas indican los atentados terroristas cometidos en la región, Robert Manrique, presidente de la Asociación Unidad de cuidados y de evaluación de las personas víctimas del terrorismo, saca una carta de un cajón.

Datada en marzo 2011 y firmada por Rafael Caride, uno de los autores del atentado del supermercado Hipercor de Barcelona, que, en 1987, mató a 21 personas e hirió a otras 45, y en el que Robert Manrique resultó quemado en la cara y en los brazos. El ex terrorista reconoce “el dolor y el sufrimiento” causados y considera “que los que han tomado parte en el conflicto tienen el deber moral y político de implicarse en la resolución del mismo”.

También hace mención a su “compromiso sincero para intentar ayudar a cicatrizar las heridas”. “Cuando tú recibes una carta como esta, qué haces, cuando toda tu vida, lo que has querido es que acabe de una vez por todas?”, se pregunta Robert Manrique.

Se acuerda del día de mayo 2012 en el que recibió una llamada de la prisión de Nanclares para fijar una cita, poco después de una entrevista en la que expresaba su deseo de encontrarse con el autor del atentado. “Me encontraba con una pareja, Enrique y Nuri, cuyos dos hijos, Silvia, de 13 años, y Jordi, de 9 años, fueron asesinados en el atentado con su tía. Ellos me recomendaron hacer lo que hiciera falta para que un atentado como el de Hipercor no se produjera nunca jamás...”

En junio 2012, Robert Manrique entró en la prisión de Zabala, él también al margen de los encuentros restaurativos y sin haber sido preparado por mediadores. Había avisado a la dirección de la prisión que él no quería ningún contacto físico con Rafael Caride. Y, cuando se sentó en la sala, pidió que la silla que le daba la cara y donde debía sentarse el arrepentido fuera puesta a varios metros de él. “Cuando le vi, este hombre me recordó a los insectos que se hacen bola cuando les tocas. Después de 25 minutos explicándome la lucha social y obrera, reconoció que la lucha armada fue un error. Me respondió a todas mis preguntas sobre los atentados. No me pidió perdón, me dijo que era un concepto católico. Le respondí que no fui a hablar de filosofía. Él se arrepentía de lo que había hecho, eso me fue suficiente. El dolor no se irá, está ahí, siempre, pero al menos no me hará más”.

Maixabel Lasa, por su parte, recibió una carta de Ibon Etxezarreta, al final de 2012. El otro asesino de su marido, el que conducía el vehículo. Deseaba encontrarse con ella también, como hizo Luis Carrasco. La interrupción del programe de encuentros restaurativos le obligó a esperar hasta mayo 2014 para obtener un permiso de salida.

Se vieron la primera vez en casa de un antiguo mediador. “No se atrevió a pedirme perdón, porque decía que lo que había hecho era imperdonable...”, recuerda Maixabel. Después de un largo intercambio, en el cual cada uno ha contado su vida, ella le soltó mirándole a los ojos: “prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre”.

“Pienso que eso le hizo reflexionar. Un año y medio más tarde, me dijo a su vez que él habría preferido ser Juan Mari que Ibon...”, cuenta esta mujer de 70 años con cabellos grises cortos. Dos meses después de este primer encuentro, elle le invitó al homenaje privado que ella rinde cada año a su marido. Fue el 29 de julio de 2014 y, por la mañana, Ibon Etxezarreta había publicado una carta abierta, en euskera, en la prensa local. Decía en ella que “se arrepentía de todo corazón de lo que había hecho hacía 14 años”. De este crimen “injustificable” y “cruel” y del “dolor terrible e irreparable provocado a la familia de la víctima”. Después Maixabel mantuvo contacto con él, en adelante panadero en régimen de semilibertad en Vitoria, así como con Luis Carrasco. “Lo quiera o no, me siento unida a ellos. Hay que darles una segunda oportunidad”, resume. Su vida ha inspirado una película, “Maixabel”, de Iciar Bollaín y estrenada en España el 24 de septiembre. Pero la historia de Maixabel Lasa no ha terminado.

“Si el que ha disparado sobre Jun Mari, Francisco Javier Makazaga Azurmendi, pidiera un encuentro conmigo, no estaría en contra, concluye. Así podría cerrar el círculo. Estaría bien. Para Juan Mari...”.

 

 

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