30
mayo 2024
¡A
la mierda!
Josep
Martí i Blanch
La
sonrisa Profidén del Congreso, la voz y el tono con más sacarina de la Cámara,
Yolanda Díaz, se marcó ayer en el Congreso un “¡a la mierda!” que
involuntariamente amplificó un inoportuno micrófono abierto. Lejos de
castigarla como se hacía antaño, con la amenaza de limpiarle la boca con agua y
jabón –cosa que hoy desaconseja la pedagogía moderna–, hay que entender su
grosería como lo que es en realidad: un acto de empoderamiento femenino.
España
–¿quién puede negarlo?– da a diario pasos de gigante en todos los frentes.
Hasta ahora el monopolio retórico del excremento de alcance mediático
pertenecía a machos con carácter ya fallecidos como José Antonio Labordeta o
Fernando Fernán Gómez. Pero desde ayer, y gracias a la espontánea expresión
escatológica de la vicepresidenta gallega, la igualdad también ha irrumpido por
fin en el territorio de las heces. Otro techo de cristal, el de las boñigas,
que se hace añicos.
La
suya fue una invocación de las deyecciones interesada y dirigida únicamente a
la oposición. Su “¡a la mierda!” pretendía enfatizar lo bien que se maneja
Pedro Sánchez en el arte de la oratoria al tiempo que degradaba a Alberto Núñez
Feijóo, señalándole la dirección del zurullo. Pero aunque su intención fuera
partidaria y sectaria, Díaz resumió muy bien en tres palabras el sentir de
muchos ciudadanos que se resisten a elegir trinchera o a ser empujados a una
cada vez que caen en la tentación de seguir una sesión del Congreso. Solo que
estos utilizarían con gusto el mismo trío de vocablos no para dirigirlos a
alguien en particular, sino para señalar, con honrosas excepciones, a todo el
hemiciclo: ¡A la mierda!.
El
espectáculo entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición quedó
reducido a un ¿de dónde vienes? Manzanas traigo. Feijóo –¿de verdad tiene
sentido pedir elecciones en vísperas de unos comicios europeos que servirán,
esta vez sí, para medir las fuerzas y apoyos de cada uno? –, aferrado por
enésima vez a las faldas de Begoña Gómez, aunque de momento las informaciones
de interés que se conocen sobre la mujer del presidente no den para tanto
aspaviento. Y Sánchez, en su turno, agarrado al manual que todo político de
éxito maneja con soltura desde que Donald Trump lo reimprimiera en el 2016:
todo lo que no me agrada son fakenews y conspiraciones de la ultraderecha. No
entiende el presidente, o más bien sí, pero se la trae al pairo, que una cosa
es defender y proteger la honorabilidad de su mujer o de su hermano, y otra muy
distinta pretender construir desde el poder un cercado en el que cualquier
información protagonizada por él, los suyos o su corte no merezca otro
comentario ni explicación que “fango, fango y fango”.
Más
allá de las cuitas entre los líderes, la estrategia socialista de asimilar al
PP con la ultraderecha es de lo más efectiva y funciona como un reloj desde que
el PP firmó los pactos de gobierno autonómicos con los de Abascal. Feijóo se
está convirtiendo en una loncha de queso atrapada entre dos rebanadas de pan de
molde servidas por el PSOE y por Vox. Solo que es el propio PP quien pone la
sandwichera para tostar el pan y fundir el queso. Ayer, quien la enchufó a la
corriente fue Cayetana Álvarez de Toledo. Para la diputada popular, la ley de
Amnistía que se aprobará hoy equivale a blanquear a los talibanes, a Hamas, a
quienes pusieron los coches bomba de ETA, a los peones de Putin y, si hubiese
dispuesto de más tiempo, quizás la aristocrática señora también hubiera
mencionado a los autores del 11-M y a los del atentado de la Rambla y Cambrils.
Con estos discursos, ¿cómo no va a funcionar la estrategia de asimilación del
PP con el sentir ultra? La amnistía es criticable desde muchos frentes y con
múltiples argumentos, como bien dejó claro el informe de la Comisión de
Venecia, que todo hijo de vecino corrió a manipular para ganar la batalla de la
opinión publicada y pública. Pero las palabras de ayer de Cayetana Álvarez de
Toledo fueron, en un sentido nada metafórico, vomitivas. El atributo principal
de lo ultra es la desmesura, con educación cortesana o sin ella. Así pues, y
para cerrar al modo que se estila en el Congreso: ¡A la mierda!
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