26 octubre
2014
La mirada cómplice
Ciudadanos vascos ven
con simpatía el proceso soberanista catalán y apuestan por seguir algún día sus
pasos
A
muy pocos metros de donde tiene lugar la conversación con tres ciudadanos
vascos, en un céntrico y centenario café bilbaíno, durante muchos lustros se
han sucedido multitudinarias manifestaciones bajo todo tipo de lemas, pero en
donde había un grito siempre unánime en las marchas; "Independentzia".
Eran los tiempos en los que Herri Batasuna situaba a cinco diputados en las Cortes
de Madrid mientras que ERC se bandeaba con un único representante, a pesar de
que Catalunya
envía a la carrera de San Jerónimo el triple de diputados que Euskadi.
Pero
a fecha de hoy, es Catalunya la que ha dado casi todos los pasos para una
hipotética independencia mientras Euskadi aparece casi escondida, tratando de
recuperarse del enorme socavón social y moral que ha supuesto la violencia
terrorista de décadas.
Por
ello, entramos de lleno en esa aparente contradicción, en el monotema. Para el
donostiarra Fermín Aramendia, emprendedor y aventurero de 42 años, está muy
claro: "La violencia ha entorpecido que aquí pudiéramos seguir el
mismo proceso. En Catalunya apareció Terra Lliure, lo cortaron de raíz y
ahora están donde están y nosotros estamos donde estamos".
En estado de “shock”
Una
opinión compartida en parte por el bilbaíno Aitor López, radiestesista de 39
años: "Nosotros venimos de un 'shock', de una situación traumática, y
ahora estamos en ese momento de tejer sociedad, de establecer parámetros.
Aunque sí creo que ya se están dando pasos, más de estrategia, de inteligencia
entre la clase política que de expresión popular. Pero lo que está ocurriendo
en Catalunya llegará aquí. No es el momento, pero cuando sea, aquí se montará
la de San Quintín".
Arantza
Jiménez, emprendedora y 'coaching' de 47 años, tampoco duda de que llegará el
momento en que "los ciudadanos vascos tendrán que ser preguntados sobre
cuál quieren que sea su relación con el Estado". Pero coincide con sus dos
compañeros: "Aún no es ese momento, ahora es más el momento de las
estrategias".
Al
margen de discursos oficiales, el deseo del pueblo catalán de decidir su futuro
encuentra en la ciudadanía de Euskadi un terreno abonado, un apoyo inmensamente
mayoritario. López considera que el enfrentamiento que se está dando es
"un choque entre legalidad y legitimidad. Pero también es un choque entre
una mentalidad dinámica, abierta y mediterránea contra otra más cerrada, que es
la que se da mayoritariamente en la meseta. No se puede estar todo el rato
haciendo llamamientos a favor de la legalidad cuando la voluntad de los
catalanes es tan clara, visible y evidente".
Aramendia,
quien ha cruzado dos veces el Atlántico en velero y en solitario, va un poco
más allá al afirmar que "la percepción internacional sobre este tema es obvia
en favor del derecho a decidir de los catalanes". "Es curioso -añade-
cómo la gente de sitios muy diversos reconoce a los pueblos y luego el Estado
que aglutina a esos pueblos es quien precisamente no los reconoce".
Como
no podía ser de otra manera, Jiménez saca a colación el reciente referéndum
escocés como ejemplo. "Me llama mucho la atención -apunta- la manía que
tiene siempre España de complicar las cosas, de hacerlo todo muy complicado con
lo sencillo que es dejar que la gente se exprese libremente. Me dan mucha
envidia los escoceses".
Legitimidades
enfrentadas, legalidades diáfanas, ámbitos de decisión... llevan la charla a
términos que rayan lo metafísico. Aramendia apuesta por un cambio de prisma en
el enfrentamiento porque "están dos extremos tratando de que les den la
razón, cuando lo que de verdad quieren los catalanes no es tener la razón, sino
que les den una solución. Los catalanes llevan un ritmo distinto al que lleva
España y lo que quieren es una solución. Quizá haya que cambiar las preguntas
para obtener otras respuestas".
Mucho portazo
López
entiende el arma fundamental que se guarda el Estado en la batalla, que no es
otra que la legalidad; "Pero claro, esa legalidad no vale para todo y más
cuando hablamos de un pueblo, como el catalán, que es de tradición pactista,
siempre lo ha sido. Pero el Estado en los últimos años no ha sabido adaptarse a
esto y ante tanto portazo, han decidido tirar para adelante".
"Yo
entiendo -continúa- que el Estado utilice el argumento de que en una hipotética
consulta deben votar todos los españoles, pero ¿un vasco o un murciano debemos
votar el futuro de Catalunya? Creo que rotundamente no. La legalidad no puede
estar nunca por encima de la legitimidad de los pueblos".
Jiménez
lamenta que "en todo el proceso se está dando mucho más importancia a lo
que separa, en vez de a lo que une, cuando todo debería haber sido mucho más
sencillo. Es cierto que, al final, las dos posturas se enroscan en sus
argumentos, pero la pregunta es ¿de qué tiene miedo Madrid?".
Ninguno
de los tres votó la
Constitución del 78, «una Constitución nacionalista por
definición porque niega la capacidad de las naciones que constituyen el Estado
para decidir su futuro», apunta López, pero lo tres coinciden en que ha quedado
obsoleta y "fuera de la realidad", según Aramendia.
Lo
que tienen claro es que, pase lo que pase, a sus amigos catalanes nos los
tratarán como españoles si no logran la independencia ni como extranjeros si la
logran. "Seguiremos como hasta ahora, tratándoles como catalanes",
concluye Aramendia con una sonrisa.
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