21 septiembre 2016
Fernando
Aramburu: "No he escrito 'Patria' para juzgar a nadie"
Acompañado por el runrún de que 'Patria' (Tusquets)
es la gran novela española del año, Fernando Aramburu (San Sebastián,
1959) llega a Barcelona después de haber sido convenientemente mimado y
cuidado en Euskadi por su madre, su ‘ama’, que a los 91 años es la constatación
de esa cualidad berroqueña de las mujeres vascas. La novela, más de 600
páginas, entreteje las vidas de dos familias a las que un atentado coloca a un
lado y al otro de las certezas y las ideologías y dibuja tres décadas de
muerte, dolor y silencio al tiempo que se suceden los atentados de ETA.
¿Podía haber abordado esta novela si no se hubiera producido el
anuncio del cese de las armas en Euskadi?
Podía haber escrito otros libros pero no 'Patria', porque
el cese me coloca en una situación narrativa especial, la del escritor que
tiene la sensación de que algo atroz ha terminado y se encuentra en un momento
propicio para evocar y relatar, sabiendo que no va a haber durante su trabajo
un nuevo atentado que le obligue a recapacitar y a añadir matices sobre lo
escrito. La materia narrable parece quieta y se puede contemplar como un
objeto.
En un determinado momento de la obra hace un retrato
esquinado de sí mismo en la figura de un escritor que presenta un libro que
perfectamente podría ser 'Patria'. ¿Por qué?
La novela tiene diversos anclajes con la vida real. Se
mencionan atentados que sucedieron realmente y en un momento dado, sin
nombrarme, me introduzco, no protagonizando ningún hecho de la novela, sino
observado como escritor conferenciante por uno de los personajes, a quien no le
gusta todo lo que digo. Esa intervención pública se dio exactamente así.
¿Sirvió ese momento para pensar mientras escribía cómo iba a ser
recibida la obra en Euskadi?
Como no es el primero que escribo sobre la violencia estaba
más o menos preparado para saber que el libro iba a tener una primera lectura
de tipo social o político. Espero que los lectores se animen a disfrutar la
novela en cuanto a construcción literaria.
Pero como material para el debate es demasiado potente para que
solo sea así.
Tenía claro que no debía intervenir fuera del texto. Ahora
estoy muy opinante porque estoy promocionando el libro pero la tarea ya está
terminada. Quise que la novela fuera recibida sin prólogos, ni
dedicatorias, apenas un glosario final para aquellos que no conozcan la lengua
vasca. Pero las referencias se disparan sin que yo me haya dado cuenta. La foto
de portada, por ejemplo, que acepté cuando me la propuso la editorial, luce un
paraguas rojo; solo mucho después lo asocié al paraguas de ese color que
llevaba el periodista José Luis López de la Calle cuando lo mataron. Pero en fin, es cierto
que el libro no está interviniendo en las conciencias solo como un
entretenimiento o por su posible relieve literario, sino como un documento
humano.
Esa es la grandeza de la literatura respecto al ensayo.
La novela hace una radiografía de un elenco de personajes
con la que el lector tiene la posibilidad de acceder a la vivencia íntima de la
violencia y las condiciones sociales a los que han tenido que vivir numerosos
ciudadanos vascos. Si la novela está bien hecha, el lector se preguntará: ¿Qué
habría hecho yo si soy una madre de un hijo que ha matado y está en la cárcel?
Puede ver un mundo que le puede resultar cercano desde otra mirada y cotejarla
y por esa vía, llegar a emocionarse.
Como escritor ha querido dar una imagen
global de la sociedad vasca y aunque su comprensión está con las víctimas
también ha retratado a los victimarios con toda su densidad y contradicciones.
Uno de los etarras escribe a la mujer del Txato, víctima de la violencia para
decirle: "Yo no entré en ETA para ser malo".
Y yo no he escrito 'Patria' para juzgar a
nadie. No opero con personajes que son meros recipientes de ideas. Quiero
entender por qué un muchacho que nace puro e inocente, se educa y crece en un
entorno social determinado, poco a poco junto con otros de su edad
entra en una organización armada y comete ciertos actos. Eso es también
obligación mía. Colgarle el sambenito e influir en el lector orientándole
ideológicamente es el mejor camino para una novela mala.
Los escritores suelen decir que se identifican con todos sus
personajes. ¿En un caso como éste ha operado también ese reconocimiento,
también con los criminales?
Yo no me meto en la piel de nadie. Mis personajes son
construcciones literarias. Lo que sí es cierto es que hay personajes que me
caen mejor porque me permitían un mayor provecho literario. Esto a veces, claro
está, puede suceder con el malo de la película. Los villanos más complejos y
perversos suelen ser más provechosos que los que viven situaciones de
equilibrio, porque mueven a la acción.
El libro muestra la violencia física pero sobre todo la violencia
cotidiana, el miedo y el silencio al que se ha visto abocada la sociedad vasca
y que da como resultado una colección de soledades. ¿Ese es el tema?
Hay una suma de sentimientos. Pienso en el personaje que se
cierra a la felicidad, el que exacerba su sensación de culpa, en el personaje
femenino que se monta un parapeto de vitalidad y viajes para no ver el crimen
puro y duro que tiene delante, el que huye y renuncia a su vocación y a sus
sueños. Pero pienso sobre todo en la idea del perdón. Si me pregunta por el
verdadero tema, la columna vertebral de la novela, más que el miedo, sería el
perdón, algo sobre lo que la clase política no debería decir gran cosa porque
es algo muy personal.
También es la historia de dos mujeres muy fuertes, dos abejas
reinas, que es fácil situar en el País Vasco en el que tanto se habla de
matriarcado.
He conocido tantas mujeres parecidas a Bittori y a Miren...
Empezando por su propia madre…
Empezando por mi madre, sí, ella podría ser una de estas
dos mujeres. Junto a ellas, este hombre temeroso, tímido y trabajador, con poca
capacidad de palabra, también ha sido una presencia habitual en mi vida.
El libro conduce a una tímida lucecita final de esperanza. ¿Eso es
un deseo o la constatación de a dónde se ha llegado en cinco años de paz?
Fue lo primero que se me ocurrió. Esa imagen final con las
dos mujeres. La novela completa nació para dar respuesta a ese encuentro porque
empecé sin una trama determinada. Creo que ese final obedece más bien al deseo,
no quería acabar la novela de una forma negativa, pero tampoco ser ingenuo.
¿Cree, como dice en la novela, que la
literatura vasca está poniendo ya en marcha la derrota de ETA?
Bueno, eso es una metáfora, claro, pero se trata de lograr
un tipo de relato que rebata la falacia de relatos glorificadores del
terrorismo.
¿Es porque la literatura vasca ha estado más cerca de victimario
que de la víctima?
Ha habido de todo. La literatura es más lenta en levantar
un relato que la historiografía o el periodismo. Postulo que el escritor debe
ponerse a la tarea y si es contemporáneo de los hechos sucedidos su relato
tendrá ciertas virtudes de veracidad.
Pero hay muchos jóvenes escritores hartos del asunto, con ganas de
escapar al tema de la violencia al igual que hace uno de sus personajes.
Me parece interesante que existan multitud de miradas. No
es cierto que todos debamos contar lo mismo y en el mismo tono. Hay versiones
que me parecen reprobables, aquellas en las que el agresor aparece como un
héroe o en las que se espectaculariza el dolor de las víctimas. Pero dejando
esto de lado, cada cual tiene sus perspectivas. Yo nací aproximadamente en los
días en los que nació ETA, viví muy de cerca los llamados años de plomo, en la
transición, cuando ETA mató más que nunca.
¿Es por eso que dice en el libro dice, refiriéndose a sí mismo,
"yo estuve expuesto, como tantos otros chicos, a la propaganda
favorecedora del terrorismo"?
Hay un atentado de ETA que me conmocionó especialmente, sin
que eso signifique que los anteriores no fueran terribles, fue el del senador
Enrique Casas en 1984.
¿Por qué?
Porque vi cómo metían el ataúd en la Casa del Pueblo de un barrio
de San Sebastián y tuve por primera vez la sensación directa de la muerte, de
cómo le habían segado la vida a un hombre. Hasta entonces yo había visto fotos
en los periódicos, imágenes en la televisión, nada comparable a aquello.
Humanizó al muerto.
Exacto. Ver la caja me llevó a pensar en los hijos, en la
mujer, en que aquellos hechos tenían una onda expansiva mucho mayor. Yo ya
escribía poemas pero me dije que algún día escribiría sobre esto. Preguntarme
qué pasa al día siguiente de que el muerto ocupe un lugar en los periódicos me
hizo novelista. Se suele hablar del silencio pero he descubierto que el más
impresionante es el de las madres, viudas de asesinados, que no saben si contar
a sus hijos pequeños lo que ha pasado o esperar más adelante para protegerlos y
evitar que crezcan con dolor.
Usted vive en Alemania donde se ha hecho un gran esfuerzo para
elaborar el sentimiento de culpa de un pasado atroz. ¿Cree que en Euskadi están
en la buena dirección a este respecto?
A los alemanes les costó tiempo. La primera generación
después de la segunda guerra mundial guardó silencio porque necesitaban ordenar
sus vidas, trabajar y criar a sus hijos. La generación posterior se lo
reprochó. Yo soy reacio a hablar de la sociedad vasca como un todo, porque no
es homogénea, pero estos días se me ha acercado mucha gente a pedirme una
firma. Me comentan sus reacciones de lectores y cada uno lo vive y lo expresa a
su manera porque no todos son escritores. Pero es verdad, las cosas van bien
encaminadas y la prueba es que yo he aportado una novela de la que se habla mucho
en los medios de comunicación y esto hace que la gente escriba y reflexione.
Hay que crear testimonio, materia recordable y si las personas tienen acceso a
ella, los ciudadanos vuelven a posicionarse.
Opinión:
He leído la entrevista con mucho interés porque ya he oído
que, por fin, alguien explica las interioridades de lo que algunos denominan el
“conflicto vasco”. Pero estamos en lo de siempre. Un “conflicto” que se
apellida vasco pero que ha destrozado cientos de familias más allá de los límites
territoriales vascos. Pero, como casi siempre ocurre, parece que solo interesa
hablar de cómo el terrorismo (ni lucha armada ni gaitas) ha afectado a la
sociedad vasca.
Me parece muy bien que se tenga que escribir para rebatir
las versiones que desde el mundo etarra se están prodigando, aquello de los “gudaris”
y los “soldados”… pero cada día que pasa tengo más claro que por mucho que
desde el otro lado se intente disfrazar la realidad, lo cierto es que jamás
conseguirán engañar al resto de la humanidad.
Pero el señor Aramburu es Licenciado en Filología Hispánica
y debería comprender un dato. Coincido plenamente con su opinión de que existe
una “espectacularización del dolor de las víctimas” pero difiero en lo de “las”
víctimas... entiendo que serían más bien “algunas” víctimas porque la infinita
mayoría de nosotros hemos aprendido a vivir con dignidad nuestro dolor, sin
espectáculos gratuitos ni mucho menos hipócritas por no decir directamente
inventados.
Sí agradezco la reflexión que hace el señor Aramburu al
decir que no habría podido escribir “Patria” si la banda terrorista ETA no
hubiera cesado su labor terrorista. Eso mismo lo estoy advirtiendo desde hace
mucho tiempo, cuando desde el País Vasco aparecen películas, obras de teatro o
libros en los que se entremezclan tramas formadas entre víctimas y victimarios.
Sólo quiero añadir que se han editado otros libros que
también describen perfectamente el dolor que la sociedad vasca (o las
sociedades de otras latitudes) han o hemos sufrido. Recomiendo “El hombre que
mató a Messi” de Emma Riverola, “Intxaurrondo Blues” de Rafael Jiménez o “Pido
la palabra” de Goyo Martínez.
Y animo a los escritores que lo deseen que ahonden en esta
cuestión para mostrar la dignidad de los que no “espectacularizamos” con el
dolor. Si quieren, hay cientos de experiencias anónimas que merecen esa atención.
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