17 diciembre 2017
Yihadismo y política
exterior
Maria Amparo Tortosa-Garrigós
Cada vez más voces
piden condicionar la relación con los países del Golfo a la contención del
wahabismo
Existe una estrecha correlación entre nuestra participación
en aventuras bélicas en el exterior, generando odios hacia Occidente ya de
paso, y la búsqueda yihadista de nuevos acomodos, al verse forzado a encontrar
nuevas bases de operaciones y vecindades con Occidente a medida que nuestras
intervenciones armadas lo echan de sus enclaves tradicionales. El ejemplo más
claro es que tras su cerco en Irak y Afganistán, y al no haber cerrado bien
estas guerras planificando sus posguerras y no integrando a las facciones
rebeldes, unido al brote de las revueltas árabes, su organización gemela,
Estado Islámico (EI), se desplazó a Raqqa para apoyar la guerra en Siria y se
aproximó más a nuestras fronteras, a países débiles o sin presencia de Estado
que no pueden controlar estas nuevas presencias.
Era previsible que a medida que se liberaran Mosul y Raqqa
tuviéramos un efecto rebote en nuestros países, lo que debería pesar más en la
agenda exterior. EI tuvo un mayor crecimiento tras el brote de las revueltas
árabo-musulmanas, al financiar en el 2013 el wahabismo saudí su expansión a
Siria para derrocar al régimen de Al Asad sustentado
por Irán, apoyado por países del Golfo y Turquía para penetrar zonas del Magreb
y del Mashrek en las que no tenían influencia, siendo la milicia más financiada
del mundo (en torno a 2.000 millones de dólares). El telón de fondo son las
alineaciones entre países en torno al Irán chií y, por otro lado, la OTAN suní del Golfo y Turquía.
Recurrir a la guerra nos ha demostrado una y otra vez que,
lejos de garantizar nuestra seguridad, la empeora, generando más respuestas
vengativas contra Occidente. Dieciséis años de guerra en Afganistán han
supuesto un gasto de 841.000 millones de dólares y que los talibanes controlen
el 63% del país, más de 7.000 víctimas mortales internacionales y 31.419
afganas, sin contar los cientos de miles de heridos. La guerra de Irak está
estimada en 1,7 billones de dólares, sin contar los gastos de los veteranos de
guerra, y en 134.000 civiles muertos. La posguerra costará a los
norteamericanos seis billones de dólares en los próximos 40 años. A España nos
costó 260 millones de euros. El total de las guerras de Irak, Afganistán y
Pakistán está cifrado en alrededor de los 4,4 billones, 272.000 muertos,
360.000 heridos y 7,8 millones de refugiados. Y tras esto tenemos un semillero
de varias decenas de miles de radicalizados en Europa, más los combatientes que
están por retornar.
Cada vez más voces piden condicionar las relaciones con los
países del Golfo a cambio de contener el proselitismo wahabí, presente también
en nuestros países. No sería una fórmula nueva, pues se hizo, y sin afectar a
las políticas comerciales, con los países del Magreb-Mashrek para contener a
los grupos nacionalistas islamistas tras la culminación de las
descolonizaciones, con la Libia
de Gadafi para rehabilitar y controlar terroristas
cuando nos ha interesado, y con más países para contenernos la emigración.
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