30 septiembre 2019
Usar a los muertos
Nahat el Hachmi
Si a quienes vivimos en Vic aquella ignominia de forma
tangencial el gesto de Lorena Roldán nos pareció de una bajeza moral innegable,
imagínese cómo se sintieron los que perdieron hijos, hermanos, maridos
No fue más que un momento: levanté la
vista y vi a la diputada Lorena Roldán moviendo una fotografía como quien muestra la oferta
del día en una parada del mercadillo. No sé
lo que decía la de Ciudadanos, no podía escuchar sus palabras porque no
podía apartar los ojos del papel que sacudía en el aire. ¿Realmente era eso lo
que estaba pasando? ¿Era de verdad que una persona como usted y yo, que en algún momento de la
vida debe haber sentido el dolor de la pérdida o
tiene el grado de humanidad mínimo para poder imaginar lo que
comporta, estaba mostrando como si de un bacalao seco se tratara la instantánea
que plasma una tarde imposible de olvidar? ¿De verdad, señora Roldán, que
le pareció una buena idea ensuciar la memoria de
los muertos de esa forma? ¿Saltarse todas las líneas rojas? ¿Ni un solo segundo
se planteó lo que su gesto podía suponer para los supervivientes de
ese día fatídico de mayo? ¿Se paró un momento a reflexionar sobre el
significado de la cara llena de sangre del guardia civil? ¿Sabe cómo se
llamaba la niña que
llevaba en brazos? ¿Podría decirnos ni que sea un solo nombre de quienes quedaron para siempre atrapados bajo
los escombros del
edificio?
Me temo que no. Por sus gestos, por la cara enfurecida,
por el discurso crispado, señora Roldán, no creo que se fijara ni un
momento en la instantánea que tenía en las manos. Como todos los carteles que su formación saca en el Parlament con titulares destacados o datos
que sirven para demostrar lo que defienden. Qué tristeza que
lo que supuso todo el dolor del mundo para unas cuantas familias
acabe entre sus papeles y usted, con la adrenalina por las nubes buscando un mayor impacto
en la audiencia, no se lo pensara ni dos veces. Rebuscó entre
los cartelitos y sacó el que creyó que haría más ruido.
Pues ya le digo que en mí, que a dos calles del lugar del atentado escuché
el temblor de los cristales, que recuerdo la conmoción de los días que siguieron, que era una de
las alumnas a
quienes la maestra tuvo que explicar que dos de nuestras compañeras ya no
volverían más, en mí su gesto no provocó ruido sino que reavivó el dolor que
supuso descubrir la muerte absurda con 11 años de edad. Si a
quienes vivimos aquella ignominia de forma tangencial su gesto nos
pareció obsceno, chapucero, de una bajeza moral
innegable, imagínese cómo se sintieron los que perdieron hijos,
hermanos, maridos.
Bájese un poco del carro de la comunicación política,
señora Roldán, usted y todos los que han perdido todo respeto por
la ciudadanía que representan, incluidos todos los que convierten las sesiones
parlamentarias en un espectáculo indecente. No todo vale,
hay límites que no se tendrían que traspasar nunca. Defiendan con argumentos sus posiciones políticas y dejen en paz a
los muertos.
Opinión:
Recuerdo aquella tarde de miércoles de mayo de 1991 como
una de las peores de mi vida. Como delegado en Catalunya de la ANTIGUA AVT me personé en Vic
en menos de dos horas y no fui a trabajar aquella noche a Hipercor (donde
todavía intentaba ser el mismo carnicero que antes de mi atentado).
¿Quizás me crucé con Nahat el Hachmi en las inmediaciones
del cuartel? No lo sé pero de haberlo hecho y saber que años después escribiría
un artículo tan coherente como este, le habría dado un abrazo por adelantado.
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