26 diciembre 2019
Amenaza
decreciente. El terrorismo en su justa medida
Mientras España mantiene el nivel 4 de
alerta terrorista (de un máximo de 5), Bélgica ya decidió en enero de 2018
reducirlo al nivel 2 (de 4) y lo mismo acaban de hacer Reino Unido (pasando en
noviembre pasado al 3, de 5) y Países Bajos (hace apenas una semana,
rebajándolo al 3, de 5). Son siempre decisiones muy delicadas porque, dado que
la amenaza persiste, pueden volverse en contra del gobernante que las ha tomado
si, por desgracia, se produce un nuevo atentado. Pero suponen también gestos de
realismo político, apoyados en datos como los que desde hace ya siete años
presenta el Instituto de Paz y Economía en su Índice Global de Terrorismo.
Con los datos disponibles del 2018
sobre un total de 163 países (que suponen el 99,7% de la población mundial)
podemos perfilar mucho mejor su verdadera dimensión. Por cuarto año consecutivo
disminuye el número de personas muertas en atentados terroristas. Las 15.952
muertes registradas suponen un 15,2% menos de las contabilizadas un año antes y
un 52% menos de las que se produjeron en el 2014, año en el que se alcanzó el
máximo histórico en lo que va de siglo. Pierde fuelle, en consecuencia, el
obsesivo sobredimensionamiento de la amenaza que suelen practicar muchos
gobiernos.
Un total de 98 países mejoraron su
situación con respecto al año anterior, con Irak, Siria y Nigeria como los más
destacados si se toma como referencia las cifras del 2014. En contrapartida,
fueron 40 los países en los que la situación empeoró, con Afganistán a la
cabeza. Al menos 71 países sufrieron un atentado mortal (frente a los 67 de 2017);
en tanto que en 19 se produjeron más de un centenar de víctimas mortales.
Los 10 países en los que más muertes se
han producido – Afganistán (46% del total), Nigeria, Irak, Siria, Somalia,
Pakistán, Mali, RDC, India y Yemen– acumulan el 87% del total mundial. Se trata
de países (ninguno occidental) que sufren, en distinto nivel, al menos un
conflicto violento en su seno. Si a los anteriores se añaden los países que han
sufrido al menos un atentado y en los que se producen regularmente ejecuciones
extrajudiciales, torturas y encarcelamientos sin juicio, el porcentaje
resultante llega al 99%. Desde la perspectiva de la lucha contra el terrorismo,
este dato resulta clave para entender que el énfasis principal para reducir, e
idealmente eliminar, esa amenaza pasa por aumentar los esfuerzos en
construcción de paz y prevención de conflictos, así como en potenciar el
imperio de la ley y el Estado de derecho en todas sus dimensiones.
En otras palabras, las estrategias
securitarias y militaristas que desde hace años se vienen aplicando nunca serán
suficientes para resolver el problema si no van acompañadas de sostenidos
esfuerzos sociales, políticos y económicos que atiendan a las causas
estructurales que sirven de caldo de cultivo al extremismo violento. Visto desde
Europa, el panorama resultante muestra que fue la región del planeta con una
mejoría más destacada, como se deduce del hecho de que el número de víctimas
mortales se redujera un 70% (desde las 204 en 2017 a 62 en 2018, de las
cuales 40 se registraron en Turquía).
Más en concreto, en Europa Occidental
solo cinco países registraron atentados con al menos una muerte, con un total
de 183 incidentes. Entre los grupos terroristas más letales Daesh ha dejado de
ocupar la primera posición que alcanzó ya en el 2014, superado por los
talibanes afganos y seguido ahora por el Grupo Khorasan y el antiguo Boko
Haram; mientras que ni Al Qaeda ni Al Shabaab figuran ya en posiciones de
cabeza. Esos cuatro grupos son responsables del 57,8% de todas las víctimas
mortales (en el 2012 no llegaban ni al 29%). Entretanto, el terrorismo de
ultraderecha va cobrando peso en los países occidentales (con EEUU en posición
destacada), con un aumento del 320% en los últimos cinco años. En el periodo
enero/septiembre del año actual se contabilizan ya 77 muertes, cuando en todo
el 2017 tan solo se registraron 11. Y así, mientras seguimos sin contar con una
definición consensuada internacionalmente de terrorismo (lo que permite, por
ejemplo, a dictadores como Al Sisi jugar a su antojo con el concepto), debemos
asumir que el problema no va a desaparecer a corto plazo, pero también entender
que no es hoy, al menos desde una perspectiva occidental, nuestra principal
amenaza. Baste recordar que, desde el 2002, el 93% de todas las muertes registradas
por terrorismo se localizan en el Oriente Medio, África subsahariana y Sureste
Asiático.
Opinión:
Aparte de la
cuestión estadística, fría pero importante para tomar decisiones, destaco una
frase del artículo de Jesús A. Núñez que me sorprende.
Y digo que me
sorprende porque no es una frase que se pueda leer con la contundencia y la
importancia debida de modo continuado aún siendo una de las denuncias públicas
que unas pocas víctimas llevamos años comentando y exigiendo.
La frase textual
dice “mientras seguimos sin contar con una
definición consensuada internacionalmente de terrorismo”. En efecto, si no se
tiene una definición reconocida a nivel mundial de lo que significa el
concepto terrorismo nos podemos encontrar con situaciones en las que algunos
gobiernos acusen de terrorismo a algunos de sus conciudadanos cuyo único delito
sea pensar diferente a como lo hagan el resto.
Podemos ir a Nueva York a explicar ( a quien se lo quiera creer) que en
España tenemos la mejor legislación del mundo en materia de asistencia a
víctimas del terrorismo pero no consta que nadie haya hecho propuesta alguna
para conseguir una definición clara, concia y definitiva de lo que debe
considerarse como delito de terrorismo.
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