06 junio 2021
La herida que nunca cierra
Cristina Ruiz Lara sobrevivió al atentado de Vic.
Treinta años después, asentada en Lorca, recuerda el cruento ataque de ETA que le robó la vida a su hermana Vanesa, de 11 años. «Siento mucha impotencia»
Han pasado treinta años pero Cristina Ruiz Lara se resiste a despedirse del recuerdo de su hermana. Esta vecina de Lorca se zambulle, una y otra vez, en la memoria de aquella tarde del 29 de mayo de 1991 cuando su mundo saltó por los aires mientras jugaba a la pelota en el patio de la casa cuartel de Vic, en Barcelona. El cruento atentado de la banda terrorista ETA acabó con la vida de diez personas –cinco niños–, entre ellas su hermana Vanesa, de solo 11 años. Y aunque Cristina sobrevivió al horror, esa pérdida no la ha abandonado a lo largo de estas tres décadas. «Yo convivo con eso siempre. Me pongo imágenes de ese día y veo vídeos que mi tío grababa en los que salía mi hermana en un día de playa, las últimas Navidades...», explica con voz queda. «Necesito ese recuerdo de mi hermana».
El coche cargado con 216 kilos de amonal que tres terroristas de ETA lanzaron por la rampa del patio de la casa cuartel de Vic tiñó de terror una tarde de risas y patadas a una pelota. Aquel peque- ño pueblo, a unos setenta kilómetros al norte de Barcelona, era una de las subsedes donde se planeaban celebrar las pruebas de los Juegos Olímpicos que se celebrarían un año después y eso lo convirtió en objetivo de la banda. Cristina solo tenía ocho años y estaba jugando en ese pequeño patio en forma de U junto con sus cuatro hermanos. No era hija de guardias civiles, pero tenía una amiga –Isabel Porras– que sí lo era. «Recuerdo que vi a dos hombres en la puerta del cuartel cuando llegamos», relata, «pero no le di ninguna importancia». Cada tarde, al salir del colegio, Cristina, sus hermanos y su amiga solían turnarse para desplegar sus juegos infantiles: un día en el parque y otro en el patio del cuartel. Aquella tarde tocaba el segundo. «Al entrar le comenté a mi amiga que tenía ganas de ir al servicio y ella me dijo vamos a mi casa que es un momento, pero después pensó lo que pensó y me llevó a un rincón del patio», rememora. La explosión sorprendió a las dos niñas en ese recoveco.
«Fue un segundo. Me quedé aturdida. No sabía qué estaba pasando», relata. «Los oídos me empezaron a pitar. Di dos pasos y me cayó algo del edificio en la cabeza». Un guardia civil rescató a la niña y la sacó del caos en que se había convertido ese patio del cuartel que minutos antes les servía de parque de juegos.
Si hay una imagen del cruento atentado que quedó en el imaginario colectivo es la del guardia civil José Gálvez Barragán llevando en brazos a la niña Isabel Porras, la amiga con la que se encontraba Cristina en el momento de la explosión. «Me dijo que iba a ir a buscar a su hermana», recuerda. «Yo le dije que no fuera, que se esperara, pero me dijo que iba a ir a buscar a su hermana y ya no la vi más». La caída de un muro le amputó una pierna.
Una fotografía mítica
Al fondo de esa fotografía aparece Cristina con uno de sus hermanos pequeños –Óscar– y la mirada perdida. Tras ser rescatada, esperó un rato hasta que salieran sus hermanos, pero solo encontró a los dos pequeños. Vanessa, su hermana mayor, no aparecía.
«Al ver que no salía, cogí a mis hermanos y me los llevé donde vivíamos», rememora. «Esa noche me quedé con mi tía a dormir. Mis padres fueron a todos los hospitales y no había señal de ella». Emilia Lara, su madre, ha revivido en alguna ocasión –para un documental– el instante en que comprobó la pérdida de su hija Vanesa y se desplomó en el suelo. Cristina, sin embargo, prefiere evitar que el treinta aniversario del brutal golpe de ETA la lleve de nuevo a rememorar unos hechos que le causaron una terrible herida y que aún la sacuden por dentro. Para ella, sin embargo, bucear de nuevo en aquella lejana tarde de 1991 le sirve como una especie de «terapia». Una forma de enfrentarse cara a cara al dolor.
«Mi hermana estaba jugando a la pelota y se ve que estaba muy cerca del coche bomba», relata. «Cerraron las puertas para que no pudiésemos salir». En el transcurso de la vista en la Audiencia Nacional, el fiscal preguntó a Juan José Zubieta Zubeldia, uno de los autores de la matanza, si no vio a los niños antes de empujar el coche bomba al patio. «No es nuestro problema que los guardias civiles utilicen a los niños como escudos humanos», respondió. Una frase que se grabó a fuego en las víctimas. «Ellos sabían que no había guardias civiles ese día porque estaba la vuelta ciclista», recalca Cristina. «Era un sitio muy familiar. ¿Quién iba a pensar algo así?».
En noviembre de 2013, como consecuencia de la aplicación de la doctrina Parot, Cristina y su familia vieron cómo el etarra Zubieta Zubeldía abandonaba la prisión. En las imágenes se le observa dejando atrás la cárcel con una amplia sonrisa en el rostro. «Cuando me enteré, sentí mucha impotencia», reconoce. «Me dieron unas ganas de llorar...».
«Ella me hace mucha falta» En el año 2018, la organización terrorista, que causó la muerte de 853 personas en cinco décadas de asesinatos, secuestros y sabotajes, reconoció el «daño causado» y pidió «perdón» –aunque solo a una parte de las víctimas–. Un gesto que a Cristina dejó impasible. «No hay nada que pueda perdonar», recalca rotunda. «Solo siento dolor, odio e impotencia».
A lo largo de estas tres décadas, esta familia ha sentido el respaldo de la asociación de víctimas del terrorismo. La Administración, sin embargo, lamenta, solo le tendió la mano en los primeros momentos. «Al principio sí, se volcaron con nosotros y nos ayudaron, pero después ya no», denuncia. «Con el tiempo se queda en el olvido».
Pese a que han transcurrido tres décadas, sin embargo, para Cristina el recuerdo de su hermana Vanesa sigue intacto. A flor de piel. Tanto que ese fue el nombre que eligió para su hija pequeña. «Mis padres se iban a trabajar y ella me cuidaba. Me peinaba y siempre estaba pendiente de mí», rememora con la mirada perdida. «Me sigue haciendo mucha falta».
«El día del terremoto, con las ambulancias, lo reviví todo otra vez»
Pocos años después de que el atentado de Vic les golpease, la familia Ruiz Lara se marchó a Lorca, donde viven desde entonces. Cada año, por el día de Todos los Santos, sin embargo, Cristina regresa a la localidad barcelonesa para visitar la tumba de su hermana. «Este año no hemos podido ir y mi madre tiene ganas», lamenta. «Sabemos que ella está allí».
Vecina del barrio de La Viña, Cristina sufrió un nuevo embate con el terremoto de 2011, que obligó a echar abajo su casa. La tragedia de aquel día, además, le removió un dolor que no ha llegado a abandonarla nunca. «Cuando sale algo en la tele, o escucho sonidos de ambulancias, es recordar todo», asegura. «En el terremoto, mi mente lo revivió todo otra vez».
Opinión:
Nuevamente enviarle un enorme abrazo a Cristina, con quien tengo el honor de
continuar el contacto en estos treinta años. Y como con ella y su madre,
también con muchas de las víctimas del atentado en Vic. Fue mi primer atentado
como delegado en Catalunya de la antigua AVT y, sin duda, me marcó profundamente.
Por cierto ¿alguien sabe donde está actualmente la delegación en Catalunya de la AVT?
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