viernes, 22 de octubre de 2021

17 octubre 2021 (3) El Correo

17 octubre 2021 

 


Iñigo Urkullu

Alivio, alegría y esperanza

Aquel 20 de octubre lloré en la soledad de mi despacho. El derecho de las víctimas a la memoria, la verdad y la justicia se torna en deber para nosotros y nosotras

Recuerdo que lo primero que hice al conocer la noticia del cese definitivo de ETA fue llamar a mi familia. Estaba en Sabin Etxea, junto con otros compañeros y colaboradores. Escuchamos la noticia que esperábamos, fui a mi despacho y llamé a mi familia. Unos días antes, el 17 de octubre, lunes, se había celebrado la Conferencia de Aiete. Formaba parte de la escenificación del final. Sabíamos –quizás sería mejor decir que teníamos la esperanza fundada– que la fecha iba a ser ese día, el 20 de octubre. Conocíamos cuál debía ser el contenido de ese comunicado. Tenía esperanza y confianza de que así fuera. Habíamos vivido, también en primera persona, tantas ilusiones frustradas, tantos procesos rotos, tantas promesas incumplidas que la casi seguridad de que el final había llegado se mezclaba con cierta incertidumbre.

Como había acabado sucediendo cinco años antes con el final abrupto e inesperado que tuvieron las denominadas conversaciones de Loiola, en las que, con un documento prácticamente acordado, todo se vino abajo en el último momento. Pero este comunicado se hizo público el día previsto, a la hora prevista y el contenido del cese definitivo de la actividad armada y violenta se ajustaba a lo acordado y esperado. Es difícil definir lo que se siente en ese momento. Alivio, alegría, esperanza ante el inicio de una nueva etapa. También una tristeza inmensa por todo el dolor innecesario que ETA sembró durante más de 40 años.

Recuerdo que lloré en la soledad de mi despacho. Llamé y convoqué a los expresidentes de EAJ-PNV, así como a otros compañeros y compañeras. Al día siguiente, viernes, convocamos a las y los miembros de la Asamblea Nacional y excargos del partido. Recuerdo que en esa reunión insistimos en que «no todo estaba hecho», ya que era necesario «trabajar» la paz, la convivencia y la concordia. Me acuerdo de lo que dijimos en aquel momento. Que el inicio a la paz no había llegado solo. Que la normalización en una convivencia en paz y la concordia tampoco llegarían solas. La sociedad vasca había conseguido su objetivo, su anhelo: el cese definitivo de la acción armada. La sociedad vasca había marcado el camino para un proceso de diálogo. Han pasado diez años desde aquel comunicado de ETA.

Cuatro años y medio desde que ETA entregara las armas y explosivos «que tenía bajo su control» y se declarara organización «desarmada», y apenas tres años y medio desde que se disolviera de forma unilateral anunciando el «desmantelamiento total de sus estructuras y el final de su trayectoria y su actividad política». En aquel momento, junto con la presidenta de Navarra, dijimos que la normalización de la convivencia requiere una valoración clara y compartida sobre la injusticia de la violencia de todas las organizaciones terroristas y, singularmente, de ETA. En estos diez años hemos avanzado. Caminamos en la buena dirección, aunque todavía hay heridas que deben cicatrizar.

En un momento tan señalado como este, nuestro primer recuerdo ha de ser para las víctimas de ETA. Para las 853 víctimas mortales; también para los miles y miles de personas heridas, secuestradas, amenazadas, coaccionadas o extorsionadas. Todas estas personas son memoria viva de la peor pesadilla. Ser víctima no otorga la razón política pero sí referencialidad moral, porque las víctimas han dado un inmenso ejemplo de resiliencia y generosidad. Su derecho a memoria, verdad y justicia se torna en deber para nosotros y nosotras. Un deber que, así lo hemos reconocido y asumido, no siempre hemos cumplido diligentemente. Deber en términos de su reconocimiento legal, institucional, social y moral. Felizmente, se han dado numerosos y significativos pasos en este camino. Hoy las víctimas encuentran en la sociedad vasca la solidaridad, el calor y el reconocimiento debidos.

Hoy Euskadi vive mejor. La sociedad vasca convive mejor. Caminamos en la buena dirección, sí, pero hemos de tener presente que la dura experiencia ha servido también de aprendizaje. Tenemos por delante tres grandes prioridades: construir memoria crítica y compartida, afianzar la educación en derechos humanos y profundizar en el compromiso con el pluralismo y los principios democráticos. Miramos al futuro con ilusión y esperanza, conscientes del camino que queda por recorrer, pero con paso firme y decidido. Podemos y, sobre todo, queremos vivir juntos. Queremos convivir, sobre la base del reconocimiento, el respeto, el diálogo y la empatía. Han transcurrido diez años y hoy sentimos más alivio, alegría y esperanza. Queremos convivir en una Euskadi políticamente plural y socialmente diversa. Más y mejor convivencia, sustentada sobre el pilar de la dignidad de la persona –de todas las personas– y sobre la protección y garantía efectiva de los derechos humanos –todos los derechos para todas las personas–. Esta es nuestra esperanza. Es la Euskadi que queremos, la Euskadi a seguir se construyendo todo entre todos y todas sin que usurpe y que nadie pretenda, nuevamente, hablar en nombre de del Pueblo Vasco.

  

 

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