25 octubre 2021
Las cenizas de los muertos
Antoni Puigverd
Aunque los etarras pidieran perdón por el daño causado, me costaría mucho perdonar a los que mataron a Ernest Lluch, el más sabio, astuto, melómano y grafómano de mis amigos. Me costaría mucho perdonar a los que mataron al magistrado José M.ª Lidón Corbí, hermano de mi amiga Imma, un gerundense educado en Deusto y especializado en derecho de la infancia. También me costaría muchisímo perdonar a los que provocaron la masacre de Hipercor. 21 muertos y 45 heridos. Uno de estos heridos fue Robert Manrique, durante muchos años portavoz de los afectados, uno de los mejores tipos que he conocido. Víctima de ETA, se ha interesado por muchas otras víctimas: las del atentado de Atocha, las de la Rambla de Barcelona y Cambrils. Manrique se ayuda ayudando. Nunca se ha dejado instrumentalizar por aquellos que, abanderando a las víctimas, abanderan también determinadas ideas sobre España.
Sigue brotando sangre de la herida causada por el terrorismo vasco. Todos tenemos vínculos cercanos o lejanos con esta tragedia. Tendrá que pasar una generación. Tardaremos en conseguir que se convierta en una cicatriz más de la triste historia de España. Por edad, he vivido el final de la tragedia anterior. Me refiero al franquismo, no a la Guerra Civil (cuyo dolor fantasmagórico, repartido en los dos bandos, no queremos reparar). Conozco represaliados que pasaron muchos años en prisión por sus ideas. Amigos y compañeros míos fueron torturados en los cuarteles que después hospedaron a la policía democrática. Me escapé por los pelos de ser castigado por demócrata, pero experimenté en propia piel, como tantos otros hablantes de las otras lenguas de España, la ignominia de la prohibición y el desprecio de un poder dictatorial que quiso exterminar mi lengua o reducirla a usos familiares. Aquella tragedia duró 40 años y la causó, no una fuerza clandestina como ETA, sino una fuerza colosal, poderosísima: un Estado con recursos absolutos de carácter político, económico y judicial encaminados a imponer ideas y valores; y a reprimir, silenciar, excluir y condenar (a muerte, si interesaba) a los disidentes.
Formo parte de la generación que pasó página: con alegría, generosidad y esperanza. Mucha gente con años de prisión perdonó sin reticencia a un Estado, un régimen y unas fuerzas represivas que no pidieron perdón. Muchos torturados han convivido con los torturadores. Muchos perdedores tuvieron que aceptar la posición de fuerza de los que habían prosperado con el franquismo. Policías, jueces, cargos o funcionarios franquistas no fueron juzgados ni depurados. Nadie les exigió que pidieran perdón.
¿Y no podemos intentar repetir, con ETA derrotada, ese esfuerzo positivo de la transición del franquismo a la democracia? Ciertamente, hay que evitar los homenajes a los presos. Hay que abjurar de la boba santificación catalana de Otegi por respeto a los masacrados en Vic e Hipercor. Pero con los abertzales vascos se debe hacer política. No solo porque esforzarse en cicatrizar es mejor que rascar la herida. No solo porque repetir lo que funcionó en la transición es más positivo que cultivar el resentimiento. Sino porque fundar una patria sobre la ceniza de los muertos, como desean todos los nacionalismos románticos, es la mejor manera de preparar nuevos funerales.
Opinión:
Creo que es uno de los mejores artículos que he leído sobre el tema tras el comunicado de la izquierda abertzale del pasado lunes 18 de octubre. Y no es porque el amigo Antoni Puigverd tenga a bien reconocer mi labor iniciada hace 34 años (de todos modos, muchas gracias) sino por algo mucho más importante: porque presenta perfectamente lo que muchas víctimas pensamos: que el dolor continúa presente pero también que el final de la banda terrorista ETA nos ayuda a seguir adelante. Porque sabemos que nadie volverá a sufrir lo mismo por parte del terrorismo etarra. Ese era el objetivo de algunas víctimas que nos embarcamos en un proyecto para logar ese objetivo… y lo hemos conseguido.
Del mismo modo que otro objetivo era que la Izquierda Abertzale hiciera público de modo mucho más contundente y ante todo aquel que quiera escucharle lo que ya dijeron en Barcelona, aunque pasó bastante desapercibido, en el acto de homenaje a Ernest Lluch el 21 de noviembre de 2012. Y también lo hemos conseguido.
Sin importar la ideología de cada cual, creo que deberíamos hacer un ejercicio de honestidad y plantearnos que si hace diez años y un mes nos hubieran dicho que estaríamos como ahora estamos ¿nos lo habríamos creído? Bueno, algunos sí. Teníamos esa esperanza y para ello llevábamos trabajando desde 2006…
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