21 octubre 2021
Por la Vía Nanclares, diez años después
Han pasado diez años, mucho tiempo perdido en escenificaciones sobre el desarme y la desaparición de ETA, cuando lo importante es la reflexión que hagamos sobre el daño que hemos causado. Sobre el causado por otros será responsabilidad de ellos hacerlo. Pero del causado por ETA somos responsables sus militantes y los responsables políticos del mundo de ETA
* Firman el artículo Andoni Alza, Rafa Caride, Andoni Díaz, Ibon Etxezarreta, Carmen Gisasola, Kepa Pikabea y Joseba Urrosolo.
Han pasado 10 años desde que ETA anunciara el final de su actividad armada. En las cárceles, no éramos pocos los que hacía ya tiempo pensábamos que ETA no podía seguir, que no debía seguir. Reflexiones que se hicieron más evidentes después de desperdiciar la última oportunidad de un final negociado, acordado en Loiola.
En las cárceles, el desconcierto fue grande. Y mayor el contraste entre lo que la gente realmente pensaba y la facilidad con la que aún se mantenía el discurso de los que querían seguir con la lucha armada. Por una parte era evidente la debilidad de ETA, la falta de apoyo real, las constantes detenciones, el hartazgo de la sociedad... Pero así y todo se impuso la idea de que había que continuar con otro ciclo de violencia.
Ante esto, con las estructuras políticas ilegalizadas y el futuro de años de cárcel también para los responsables políticos, estos decidieron por fin empezar a moverse. Se organizaron asambleas en los pueblos para frenar la decisión de continuar con la actividad armada, para legalizarse y para normalizar su actividad política en las instituciones.
En ese contexto, algunos presos decidimos dar los pasos que considerábamos más sensatos, sin más esperas, y que 10 años más tarde los están dando el resto de los presos: reconocer que ETA debía desaparecer, reconocer el daño causado y solicitar mejoras en nuestra situación penitenciaria como el cambio de cárcel, los permisos de salida, los cambios de grado... que hasta entonces nos autoprohibíamos, nos autoprohibían.
Conocíamos otros compañeros que no se atrevieron a dar ese paso por la presión que se ejercía en nuestro entorno y que afectaba también a nuestros familiares. Ahora pueden hacerlo sin ser descalificados, hasta pueden trabajar en los talleres de la cárcel para no asfixiar económicamente más a sus familias sin que les digan que colaboran con la cárcel.
Podríamos hablar de las oportunidades perdidas (Argel, Lizarra, Loiola...), de los responsables que ahora niegan su militancia o su participación en ETA, de los que nos pedían insumisión ante la justicia y han terminado buscando para ellos acuerdos a toda costa con la Fiscalía, de los que ahora dicen que solo hacían política o que ellos solo negociaban, sin querer asumir el error político, pero sobre todo el daño humano que causamos con la lucha armada.
El final de ETA lo vivimos en la vieja cárcel de Nanclares. Habíamos ido llegando allí en pequeños grupos, desde distintas cárceles, en un proceso que comenzó en 2008 con acercamientos a las cárceles de Asturias y Zaragoza. No éramos muchos, pero en aquel grupo había una buena representación de lo que había sido la militancia de ETA.
Nosotros teníamos claro que, como militantes, teníamos también la responsabilidad de asumir ante la sociedad una reflexión crítica del pasado y a su vez trasladar fuera de las prisiones el pensamiento crítico que había en muchas cárceles. De ahí que hiciéramos públicos escritos, entrevistas y que nos reuniéramos con agentes sociales, políticos y con víctimas, como pasos necesarios que ayudan a cerrar las heridas, a crear un nuevo clima de respeto y de convivencia.
Un día antes del anuncio del fin definitivo de la lucha armada tuvimos un encuentro en grupo, en el marco de los Talleres para la Convivencia, con dos hijos de víctimas, Jaime Arrese e Iñaki García Arrizabalaga. Fue un encuentro intenso y valiente por su parte que nos reafirmó en lo correcto del camino iniciado. Posteriormente tuvimos más encuentros con víctimas y amenazados.
Han pasado 10 años, mucho tiempo perdido en escenificaciones sobre el desarme y la desaparición de ETA, cuando lo importante es la reflexión que hagamos sobre el daño que hemos causado. Sobre el causado por otros será responsabilidad de ellos hacerlo. Pero del causado por ETA somos responsables sus militantes y los responsables políticos del mundo de ETA. Ni más ni menos responsables unos que otros.
No es aceptable, por tanto, que esa responsabilidad no se asuma y se deje solo para los que participábamos directamente en los atentados, para los del último eslabón de la cadena que golpeaba, los que hemos sido condenados y sobre todo los que aún siguen en prisión.
Diez años después, para que en el futuro no se vuelva a repetir, esa es aún la tarea pendiente en el mundo de ETA, socializar en la Izquierda Abertzale que efectivamente no debió ocurrir, que utilizar la violencia fue un error.
Opinión:
Tengo en mis manos la carta que Rafael Caride me envió a mi domicilio en mayo de 2011. El fue uno de los cuatro condenados por el atentado en Hipercor del viernes 19 de junio de 1987. Y aquella carta me la envió porque, previamente, me había solicitado permiso para ello a través de su abogado y la gente de Lokarri. Aparte de la carta a título personal dirigida a mi, el sobre también incluía un comunicado bajo el título “Pasos en el irreversible Proceso de Paz” (sic) firmado por ocho terroristas, de los cuales cinco firman también el que presenta hoy la noticia. En este momento desconozco las razones por las que ahora faltan las firmas Koldo Carrasco Aseguinolaza, Fernando de Luis Astarloa y Josu García Corporales.
Dicho todo esto, solo recordar que la llamada Via Nanclares fue de enorme importancia para llegar a la situación que estamos viviendo ahora. Y quien no lo quiera entender o desee más información, que me pregunte.
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