16 agosto 2022
Montse Tió, directora de '3 dies d'agost': "Nadie se preocupó por las víctimas"
La producción de TV3 tiene 3 capítulos que se emitirán entre hoy y jueves, cuando se cumplen 5 años de los atentados del 17-A
Esta noche hará cinco años que el reloj de los atentados del 2017 comenzó su cuenta atrás, pero entonces no éramos conscientes de ello. Nadie se imaginaba que la explosión de aquella casa de Alcanar desembocaría en uno de los recuerdos más crueles de la Barcelona moderna. De hecho, ni los propios terroristas lo sabían. No fue hasta que Younes Abouyaaqoub decidió atropellar a decenas de personas en la Rambla que la alarma general se hizo evidente y que los atacantes entraron en una espiral de improvisación que aún continuaría con el ataque en Cambrils y acabaría con 16 muertos y más de 100 personas heridas.
También esta noche se estrena 3 días de agosto, una docuserie de TV3 que pone el dedo en la llaga de algunos de los muchos interrogantes que se siguen planeando por el atentado yihadista que dejó indefensa nuestra casa. Lo hace con tres capítulos de 25 minutos que se emitirán entre hoy y jueves: tres episodios que huyen del sensacionalismo para centrarse en el análisis de la tragedia. Un trabajo frenético de tres meses que cuenta con el testimonio de analistas, policías, víctimas y expertos, entre ellos Félix Alfonso Guevara, el juez que presidió al tribunal de la Audiencia Nacional que juzgó a los tres supervivientes de la célula terrorista, que habla públicamente por primera vez. Hablamos con Montse Tió, periodista y directora de este documental que nace para dar un paso adelante y aportar alguna cosa más a todo lo que rodea el 17-A.
¿Qué estabas haciendo el 17 de agosto del 2017?
Estaba en la tele presentando y dirigiendo Els matins de verano. Acabamos a las 14h, hicimos la reunión de equipo diaria para preparar el día siguiente, comí, y recuerdo que bajaba las escaleras hacia las 16.30h para irme a casa cuando me paré a hablar con un redactor de Informativos. Y de sopetón saltó la noticia que había habido un atentado en la Rambla. Ya no me marché. Me dijeron: "¿Tió, estás maquillada? Hacia el plató", y entré con Toni Cruanyes para hacer un especial toda la tarde. Sobre todo me encargué de la última hora en redes, de los parques de Mossos y Bomberos, del 061 y de distinguir los vídeos que iban llegando de particulares. No salí hasta altas horas de la madrugada.
Debió de ser todo muy incierto en aquellos primeros momentos.
Fue muy caótico porque hoy los medios tenemos muy clara la estrategia de redes —verificar vídeos o tener claro quién lanza informaciones y quién hay detrás de los perfiles—pero en 2017 todo era todavía muy prematuro. Todo el mundo lanzaba vídeos. Lo que más me costó fue verificar qué podíamos tirar y qué no en pleno directo, porque los vídeos que llegaban eran muy crudos a nivel de imagen. Sí que es verdad que el músculo que tiene TV3 en situaciones de crisis está muy bien entrenado. Las especializaciones típicas de una redacción desaparecen en una situación así, y enseguida la redacción se vuelve una redacción única y todo el mundo se centra en aquel tema. Pero claro, no dejaba de ser un atentado muy bestia en Catalunya.
¿Con qué objetivo concreto habéis trabajado a la hora de construir el relato?
La parte más importante para nosotros era buscar a gente que nos pudiera explicar. Hemos construido el documental fijándonos en uno de los jóvenes en cada capítulo —porque hay tres cabos logísticos en las células— y en algún interrogante que 5 años después pueda tener una respuesta o, cuando menos, alguna cosa que haya avanzado. En el primer capítulo hablamos de la formación de la célula —¿a día de hoy, cómo se recluta? ¿Han cambiado las formas de reclutamiento? A partir de qué redes entran los joves?—. En el segundo nos centramos en las víctimas, en cómo están, en cuántas no han sido reconocidas y en el proceso que han pasado durante estos últimos 5 años, si se las ha indemnizado o cómo fue para ellas el juicio. Y el último capítulo era para hacernos una pregunta, porque nos dimos cuenta de que, a día de hoy, la gente no vive con la sensación de si estamos o no bajo el foco yihadista. El año 2017 había todo uno histórico de atentados muy seguidos, y nos hemos centrado en qué ha cambiado a nivel de regulación o en si hay otros métodos con respecto a la prevención.
¿Qué es lo que más se desconoce de los atentados?
Yo trabajé en 2017, pero no era consciente de que la radicalización de estos chicos había empezado dos años y medio antes. Que ellos empezaran a consumir e interesarse por el yihadismo en 2014 me sorprendió mucho.
¿Crees que se ha explicado suficiente?
Se tiene que tener en cuenta que, al final, eran chicos muy jóvenes. El jefe de los Mossos, el comisario Josep Maria Estela, nos decía que no tenemos que olvidar que rondaban los 20 años. El mayor tenía 24. Es cierto que probablemente se hizo una cierta protección, en el sentido de decir que sí, lo hicieron ellos, pero cualquiera con un trabajo de radicalización como el suyo, y que ya tuviera la chispa del odio, hubiera podido hacerlo. No sé si es que se les protegió o si es que, además, se encabalgaron muchos hechos. El otro día, por ejemplo, Josep Lluís Trapero decía que el año 2017 había sido convulso y que eso había propiciado que limpiáramos demasiado rápido lo que pasó a nivel mental. Y eso también nos lo dicen varios expertos.
Durante estos 5 años, uno de los hechos más polémicos es la cuestión del imán de Ripoll y sus conexiones con el CNI. ¿Abordáis este tema también u os limitáis a explicar aquellas 72 horas?
Sí que en el primer capítulo hay una parte en la que nos preguntamos sobre el enigma de Abdelbaki Es Satty. El jefe de los Mossos dice que es evidente que las policías tiran de informadores o de infiltrados, y en este caso todo el mundo da por hecho que el imán de alguna manera había trabajado o había colaborado con el CNI en algún momento. Él lo que se pregunta es hasta qué punto atravesó una línea roja, y los abogados de las acusaciones particulares de las víctimas han intentado siempre averiguar qué tipo de colaboración tuvo el imán con el CNI. Los del Real Instituto Elcano, por ejemplo, han hecho un estudio durante 5 años y están convencidos de que el imán tenía contacto directo con Daesh —Estado Islámico— a nivel europeo y que lo más probable es que alguien lo enviara a Ripoll como reclutador, y no que fuera una elección personal. A mí eso también me sorprendió.
¿Y allí empieza todo el proceso de radicalización?
Probablemente alguien lo envía allí ya habiendo identificado a los tres chicos más mayores como posibles mártires y después de ver que estos ya tenían mucho interés en la yihad. También hay toda una cuestión previa, y es que son gente vulnerable. Alguien los detecta como personas que no se sienten integradas en la sociedad, que tienen esta semilla del racismo muy tatuada y que alguna cosa no cuaja con su integración. Pero no hemos conseguido saber en qué momento se hace este vínculo.
Parecen víctimas y verdugos al mismo tiempo.
Internamente hablamos mucho de cómo tratábamos a los chicos. Porque siempre hay cierto peligro: o los tratos sólo como unos terroristas o los victimizas y te centras mucho en ellos como si fueran parte de las víctimas, porque la sociedad y el racismo que podía haber en Catalunya los convirtió en terroristas. Lo que dijimos fue: tenemos que saber movernos en medio de estas dos aguas sin blanquearlos ni maltratarlos, porque al final son terroristas, pero también es cierto que alguien los fue a buscar y los radicalizó. Y como sociedad, en algún momento nos tenemos que preguntar por qué no se sintieron integrados.
¿Y cómo habéis resuelto esta ambigüedad en el documental?
Además de todo el trabajo de expertos y de policía, buscamos buenos perfiles de criminólogos que nos perfilaran el por qué de estos jóvenes. Y también hay toda una parte de colaboración con la comunidad musulmana. Hemos tenido que trabajar mucho con ellos para que nos expliquen dónde y cuándo un joven puede sentir rechazo social, y cómo tendría que cambiar eso. Teníamos muy claro que teníamos que incorporar alguna voz de la comunidad, joven además, que hubiera pasado por un proceso de rechazo como ellos y que nos ayudara a entender. ¿Hace alguna cosa mal la sociedad? La mayoría llegaron en Catalunya con 3-5 años, se criaron en Ripoll, pero tiraron adelante un atentado súper bestia rondando los 20 años. En 15 años, ¿qué ha pasado para que tuvieran esta semilla de odio dentro?
Como novedad, le habéis hecho la primera entrevista a Félix Alfonso Guevara, el juez que juzgó a los tres supervivientes de la célula. ¿Qué es lo más interesante de su testimonio?
Yo recordaba que había sido muy áspero y duro durante toda la vista. Lo que me sorprendió más a nivel humano es que nos abrió su despacho y estuvimos casi 3 horas con él hablando de todo, y en ningún momento nos vetó ninguna cuestión. A nivel de contenido, que él era muy consciente de que se había hecho un muy mal trabajo con la búsqueda y la ayuda a las víctimas. La sentencia lo recoge y en la entrevista también nos lo dijo. Cuando Guevara cogió toda la instrucción y el procesamiento previo que se había hecho de este caso, toda la investigación que había hecho Fiscalía y el juez que la llevaba, Fernando Andreu, vio que no había un listado de víctimas. No se había hecho ningún seguimiento ni nadie se había puesto en contacto con ellos.
¿Cómo es posible que eso pase en un Estado de
derecho y garantista?
El problema del 17-A es que, cuando pasa el
juicio, todo el mundo se piensa que se están juzgando los atentados, y en
realidad la investigación sólo se centra en Alcanar, porque todo el resto de la célula está
muerto. A los integrantes que llevaron a cabo los atentados tanto de la Rambla como de Cambrils,
como los Mossos los abaten, no se les puede juzgar; sólo se puede juzgar al
superviviente de Alcanar y a dos colaboradores. Al centrarse en los hechos de Alcanar,
nadie se preocupó por las víctimas.
¿Y en qué punto está ahora, en relación a las víctimas?
Guevara explica que aprovechó la pandemia y las trabas temporales del juicio para centrarse en buscarlas. Empezó a recoger a todas las que aparecían en la investigación y cruzó datos de hospitales, de la Policía Local, de Mossos... e hizo aflorar a más de 100, aparte de las 70 que ya había inicialmente. La Asociación de Víctimas del Terrorismo de la UAB (UAVAT) dice que hay alrededor de 350 víctimas de la Rambla y Cambrils, físicas y psicológicas. Y en cambio, hasta ahora no se han reconocido más de 150. Según ellos, todavía hay 100 y pico personas que no han recibido respuesta de nadie o que no saben que pueden denunciar. Tanto ellos como particulares están intentando contactar con algunas de ellas a través de consulados, porque la mayoría eran extranjeras. Por ejemplo, nosotros hablamos con una chica catalana que ayudó a una canadiense que aquel día perdió al marido en la Rambla; saben que con ellos también había una chica austríaca y la están buscando. Y una cosa que nos dicen los abogados es: planteémonos por que en Catalunya no hay una oficina de atención a las víctimas, porque la mayoría de las Comunidades Autónomas la tienen. Y eso hubiera ayudado muchísimo.
Este año, Netflix ya estrenó un documental sobre el atentados y cada vez es más común que se hagan piezas audiovisuales de temas de sucesos. ¿Dónde acaba la morbosidad y empieza la información?
Éramos muy conscientes de que no queríamos entrar en el amarillismo. Para nosotros era una línea muy roja. Y por eso creímos que cada capítulo tenía que tener una parte de análisis con diferentes temas porque, para nosotros, relatar sólo los hechos era pisar esta línea de quedarnos sólo en su morbosidad. Un ejemplo: en el capítulo de la Rambla, que podría ser el más duro, no hay sangre. A través de la imagen hemos querido relatar la crisis del momento, los nervios, las prisas, las carrerillas; pero no hemos enseñado nada. Se ven móviles corriendo, tienes la sensación de que allí hay un caos importante después de un atentado, pero no aparece sangre en ningún momento. Eso lo hemos vigilado muchísimo y cada plano intenta huir de eso porque, al final, el encargo también es hacer un documental. Aunque lo hayamos vestido con un tono de true crime, no hemos intentado ficcionar nada ni hay ningún tipo de teatro. Es imagen limpia y con un montaje de serie.
¿A qué conclusiones se llega con el documental?
De entrada, que hay interrogantes que no se aclararán. O al menos que, de momento, es muy difícil que se aclaren. Como, por ejemplo, la figura de Es Satty: para nosotros y para todos los expertos —Mossos, juez Guevara, etc. — está clarísimo que el imán está muerto, pero en cambio hay mucha otra gente, como los abogados de las causas o el entorno de Ripoll, que creen que no y que aquí se plantea una duda. Por otra parte, hay toda otra parte más social, tanto la que involucra a los terroristas como la de las víctimas, que para nosotros es un paso adelante importante. Yo creo que la gente desconoce que las víctimas probablemente no han estado bien reconocidas y que todavía hay mucho trabajo que hacer para reconocerlas. Y también creemos que hemos hecho un adelanto al preguntarnos cómo estos críos consiguieron producir un nivel de explosivos como no se ha visto nunca en Occidente. Tenían entre 300 y 500 kilos de explosivo fabricado, el nivel de polvorín que habían acumulado era brutal. A partir de los atentados cambia la reglamentación a España y Europa a la hora de poder comprar precursores —acetona, alcohol...—: tú ahora no puedes ir a comprar de manera ingente o acumular 100 bombonas de butano como hicieron ellos. Además, los Mossos hacía años que pedían entrar en el Centro de Inteligencia Contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO) y sólo entraron a raíz de los atentados.
¿Y eso qué implica?
Que ahora pueden colaborar y compartir información. Entrar en el CITCO quiere decir que, de manera periódica, cada interrogante que tienen los Mossos lo pueden poner encima de una mesa en la que también está el CNI
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