jueves, 12 de noviembre de 2020

11 noviembre 2020 (12) El País

11 noviembre 2020

 


 

El pasaporte de La Rambla que iluminó a los Mossos

El jefe de la investigación del 17-A dice que conectaron el atropello de La Rambla con la explosión de Alcanar tras hallar papeles de Houli en la furgoneta

Cuando Younes Abouyaaqoub arrolla a decenas de personas en La Rambla, pocos minutos antes de las 17 horas del 17 de agosto de 2017, los Mossos d’Esquadra no saben qué está pasando. Van a ciegas: no tienen sospechosos ni pistas que seguir.

Nadie piensa entonces que un incidente ocurrido la noche anterior —la explosión de una casa ocupada en Alcanar, a 200 kilómetros al sur de Barcelona— pueda tener algo que ver. Hasta que los agentes inspeccionan la furgoneta usada como arma homicida. Y encuentran el pasaporte de Mohamed Houli, uno de los tres acusados ewn el juicio por el 17-A. 

“Pensábamos que lo de Alcanar podía ser un laboratorio de drogas. Pero fue entonces, al encontrar el pasaporte, cuando asociamos que la explosión tenía que ver con terrorismo”, declara en la segunda sesión de la vista, en la Audiencia Nacional, el mosso 8261. Es el jefe de la unidad antiterrorista de la policía catalana y nadie sabe más que él del caso: ha liderado la investigación de los atentados de Barcelona y Cambrils –que dejaron 16 víctimas mortales y más de 100 heridos- de principio a fin.

Houli constaba como herido en la explosión, que los Mossos ya investigaban, y estaba ingresado en el hospital Maria Cinta de Tortosa. El pasaporte aparece pasadas las 19.00. Y el mosso 8261 abre los ojos. El momento eureka. “Llamé por teléfono a Tarragona para ordenar su detención”.

El chico, que sigue de nuevo la sesión como un ser inanimado, con la mirada perdida, no cuenta nada a los Mossos sobre lo que está por llegar. No podía hacerlo: el ataque a Cambrils, la madrugada del 17 al 18 de agosto, fue una salida improvisada por la célula de Ripoll mientras Younes, tras el atropello, emprendía una huida de cinco días. Pero admite, en sucesivas declaraciones, que existía un plan para cometer un atentado con bombas contra monumentos de Barcelona. La investigación revelará, más tarde, que había tres objetivos principales: la Sagrada Familia, el Camp Nou (donde el 20 de agosto se jugaba un Barça-Betis) y la Torre Eiffel, que la célula retrató en una escapada unos días antes. “No son desde luego fotos turísticas”, añade el jefe antiterrorista.

Lo curioso es que, apenas media hora antes del atropello de La Rambla, Houli ya había declarado. Solo que como testigo. Como víctima incluso. El mosso13295 le interrogó. “Indagábamos lo ocurrido en Alcanar, se barajaban todos los escenarios”. En pijama, desde el box de urgencias, Houli contó que había ocupado la casa con unos amigos, que tenían almacenadas un centenar de “almohadas con pólvora” pera elaborar “un prototipo de petardo” y que las bombonas de butano halladas en el solar las tenían para venderlas a turistas franceses de la zona.

El mosso 13295 declara que Houli aportó los nombres de los principales miembros de la célula (Younes Abouyaaqoub, Yousseff Aalla, Mohamed Hichamy), que entonces eran tan solo unos jóvenes de Ripoll sin antecedentes. Llegó a citar al imán de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, que había cumplido cuatro años de cárcel por tráfico de drogas. Si eso activó o no algunas alarmas no queda claro en la sesión del juicio. El agente asegura que lo trasladó a sus superiores. Tampoco había tiempo para mucho más: apenas media hora después de que Houli deje de habar, Younes emboca La Rambla. Ya es tarde.

La jornada frenética del 17-A estuvo precedida de días intensos para la célula, una vez conjurada (tras el Ramadán) para cometer un atentado. El mando policial detalla la compra de precursores de explosivos, la activación de teléfonos “conspirativos”, los viajes a Francia o Marruecos. Con los autores materiales de la masacre fallecidos (fueron abatidos a tiros por los Mossos), su testimonio pone contra las cuerdas a los dos principales acusados: Houli —que participa activamente en todas esas gestiones y, cuando se pone a colaborar, tampoco aporta gran cosa— y Driss Oukabir.

La defensa de Driss pelea: recuerda que Houli nunca situó a Driss fabricando explosivos. Pero el testigo, sólido, no lo pone fácil: es cierto que su teléfono no le sitúa nunca en Alcanar, pero sí un testigo protegido que le ve tomar el sol en la casa. El acusado se presentó como una persona descreída, presa de las drogas y el alcohol; el mosso dibuja otro retrato: Driss, cuenta, viajó a Marruecos para someterse a un ritual de purificación del islam (la roqya), enseña vídeos yihadistas a sus amigos, consulta suras del Corán sobre matar a cristianos, recibe fotos de su novia, Sara, con niqab, dice a su hermano Moussa, muerto en Cambrils, que prefiere estar en Marruecos antes que rodeado de “infieles de mierda”. Y sobre todo: alquila, el 16 de agosto, la furgoneta con la que se cometerá la matanza, pese a que a última hora se arrepintió, se echó atrás y exigió a su hermano que cambiara el alquiler o “iría a los Mossos”.

A Driss no le gusta lo que oye. Levanta el brazo para protestar, busca con la mirada a su abogado, se echa las manos a la cabeza, se aparta la mascarilla y grita: “¡Eres un mentiroso!”. Pero está en la pecera y su voz, tras el cristal, apenas se escucha; no la oye ni el presidente del tribunal, Félix Alfonso Guevara, que tiene el oído fino y el verbo fácil. Entre los mossos y sus rapapolvos a los abogados, la sesión —de apenas cuatro horas— no da para más. Y el ambicioso calendario del juicio del 17-A se empieza a resentir.

 

 

 

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