26 mayo 2016 (19.05.16)
Ni héroe ni apestado
Francesc Marc Alvaro
La visita de Arnaldo Otegi al Parlament ha provocado todo
tipo de reacciones. Es el típico episodio que redibuja con claridad el
perímetro de las incongruencias y de las hipocresías de varios actores
políticos. Es la situación clásica que pone a prueba la relación entre la
retórica sobre la que se sustenta la transición y su vigencia/adaptabilidad a
un contexto nuevo. Estamos ante una escena en la que el recurso a la demagogia no
encuentra ningún tipo de freno porque se presume que la invocación tramposa del
dolor y de las víctimas actúa como mecanismo de bloqueo de cualquier debate y,
por lo tanto, de expulsión de todo argumento que se plantee en términos de racionalidad
y responsabilidad. ¿Puedo recordar que la responsabilidades –debería ser– una
divisa de cualquier político?
Como siempre que se habla de ETA, hay que hacer algunas previas,
para esquivar a los profesionales de la distorsión mediática, los que cogen el
rábano por las hojas. En un contexto de democracia, me parece injustificable
sin excepción es el recurso a la violencia política. Nunca he sentido ningún
tipo de simpatía por ETA ni por grupo alguno que se haya servido del terrorismo
para defender su causa. Tengo amigos que habían sido amenazados por los etarras
y tengo muy claro dónde está la raya que separa la víctima del verdugo. Por
otra parte, siempre he pensado que importar el modelo de la izquierda abertzale
es un error de grandes proporciones y he criticado abiertamente la imitación infantiloide
que algunos hacen de sus planteamientos y tácticas. Desgraciadamente, la vasquitis
ha sido una tendencia demasiado presente en entornos catalanistas, hasta
hace poco. El proceso que arrancó en Catalunya en el 2010 ha servido –también–
para remarcar las profundas diferencias entre dos naciones que forman parte del
Estado pero responden a factores (históricos, demográficos, culturales,
económicos y políticos) poco comparables.
Dicho esto, la principal cuestión política que anida bajo
esta polvareda es averiguar si Otegi es o no una figura relevante –quizás indispensable
según muchos– para consolidar la paz y reconstruir la convivencia dentro de la sociedad
vasca. Los que conocen bien aquella realidad aseguran que el papel del líder de
Sortu ha sido –desde hace tiempo– esencial en el adiós a las armas de ETA.¿Por qué
no deberíamos valorar positivamente en Otegi el viraje que sí apreciamos, en cambio,
en otros dirigentes de grupos terroristas que apuestan, finalmente, por la vía
democrática? Después de seis años y medio en prisión, una vez ha pagado por sus
delitos, este hombre se dedica a hablar. Es la cara visible y el referente de
un mundo en profunda mutación. Esta transformación no es fácil, todavía hay una
minoría que considera una claudicación lo que hace y dice Otegi. La pregunta es
obvia: ¿hay que reforzar a Otegi o hay que destruirlo, para hacer irreversible la
pacificación? Si no se quiere jugar con fuego, todos sabemos cuál es la
respuesta correcta. Salvando todas las distancias, recuerden que el Estado
británico apostó por Gerry Adams como interlocutor, un líder que –a pesar de su
autoridad –también tenía enemigos dentro del campo republicano.
Si se tiene todo eso en cuenta, el Parlament puede y debe escuchar
a Otegi. Y, más allá de las exigencias del presente, también porque ETA golpeó
varias veces Catalunya, haciendo mucho daño. Nuestros parlamentarios –sean del
color que sean– no pueden simular que todo eso no les interesa. Escuchar a
Otegi no implica compartir su visión. En este sentido, me parece muy adecuado
lo que ha escrito en su blog Robert Manrique, víctima de ETA y exportavoz de la Associació Catalana
de Víctimes d’Organitzacions Terroristes (Acvot): “Pero también debo acatar la
legislación que permite que este individuo esté en la calle y pueda ser
invitado por quien lo desee. Y puesto a tener que acatar la legislación, tengo
la sangre fría de permitir a Otegi que hable en el Parlament catalán para poder
juzgar después sus palabras y opinar al respecto. No puedo olvidar que siempre
es mejor utilizar la palabra para exponer lo que hasta octubre del 2011 se
exponía asesinando”.
Los antiguos tenían una máxima que sería de buena aplicación
en este caso: “Nada en exceso”. Ha sido exagerado que Carme Forcadell recibiera
a Otegi como presidenta de la
Cámara , teniendo en cuenta que ejerce un cargo
suprapartidista que reclama equilibrios muy afinados. Y pienso que también ha
sido impropio –y poco edificante– el intento de utilización partidista de las
víctimas llevado a cabo por PP y C’s, con frases lamentables de García Albiol.
Los diputados populares –como los de C’s y los del PSC– están en su derecho a
no escuchar a Otegi en la comisión de Exteriores, pero nadie tiene el derecho a
poner en primer plano a las víctimas para contraprogramar una visita. Ni honores
ni gesticulaciones demagógicas. Otegi no es ni un héroe ni un apestado. Es una pieza
importante para construir un futuro sin violencia.
Mientras escribo este papel, tengo ante mí dos fotos: Gadafi
con Aznar y Gadafi con Zapatero. ¿Qué escándalo, ve?
Opinión:
Francecsc Marc Alvaro, gracias. Primero por ser importante explicar que en el colectivo de víctimas hay diferentes planteamientos y segundo (ironía modo ON) por promocionar mi blog…
Francecsc Marc Alvaro, gracias. Primero por ser importante explicar que en el colectivo de víctimas hay diferentes planteamientos y segundo (ironía modo ON) por promocionar mi blog…
Solo un detallito. Cuando se lee “intento de utilización
partidista de LAS víctimas…”, mejor sería aquello de “sectores” de víctimas
porque, curiosamente, algunos que no tuvieron que pisar ni un cementerio ni un hospital
son los que más rédito obtienen del dolor ajeno. Y eso nos molesta mucho a mucha
gente, incluidas muchas víctimas.
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