26 mayo 2016
Otegi no es el que
fue (ni lo que cree ser)
Ofreció un discurso de la retirada: que la violencia
fue necesaria para que hoy no lo sea.
Patxo
Unzueta
Las bases de los partidos integrados en la coalición
EH-Bildu han designado candidato a lehendakaripara las autonómicas vascas de
otoño a Arnaldo Otegi, secretario general del principal de esos partidos,
Sortu. Para que la candidatura sea oficial debería prosperar el recurso contra
la inhabilitación para cargo público hasta 2021 que pesa sobre Otegi. Pero
también pesa sobre su cabeza el reproche moral a quien se presenta como
artífice del cese del terrorismo cuando todavía no ha sido capaz de condenar
claramente a ETA ni de haber pedido perdón a las víctimas por tantos años de
respaldar los crímenes de la banda.
La negativa a condenar se relaciona con el discurso de que
la lucha armada no es necesaria hoy, pero lo fue en el pasado para impedir que
se estabilizara el sistema autonómico y dejar abierta la puerta hacia la
ruptura que no fue posible en la Transición. Interrogado
sobre esas cuestiones, Otegi ha declarado estos días en Barcelona que hizo algo
“más eficaz que condenar la violencia de ETA, que es hacer desaparecer esa
violencia”. Algo parecido a lo que dijo de él Pablo Iglesias: “Sin gente como
Otegi, no habría paz”.
Es una visión desenfocada de la realidad, pero no del todo
falsa. La retirada de ETA fue el resultado de varios factores, el primero de
los cuales fue la eficacia policial y judicial en la detención y condena de
activistas, que convenció a un grupo de dirigentes encabezado por Otegi de que
la continuidad de la violencia provocaba más perjuicios que beneficios a su
causa. En primer lugar, era un obstáculo insalvable para que Batasuna
recuperara su legalidad.
En su libro-entrevista El tiempo de las luces, publicado en
2012, reconoce que un fallo propio fue iniciar el diálogo de la tregua de 2006
“con dos visiones sustancialmente diferentes” en su campo. La suya, que
sostenía que el nuevo ciclo “conllevaba necesariamente la desaparición de la
actividad armada”; y la de otro sector que creía que “el valor de cambio” de la
lucha armada bastaría para arrancar del Gobierno concesiones institucionales de
calado (autonomía con integración de Navarra, entre otras).
Según su visión, lo primero era convencer a la dirección de
ETA de que se retirase definitivamente. Se comprende que para ello utilizara
argumentos que buscaban la línea de menor resistencia: no razones morales, sino
de eficacia para su causa. Para ello, Otegi y los suyos ofrecieron a ETA un
discurso justificatorio de la retirada: que gracias a la “lucha armada” se
habían creado las condiciones para poder alcanzar sus fines sin seguir
utilizando métodos violentos. La negativa a condenar el pasado de ETA y
reconocer su complicidad con ella tiene que ver con ese discurso exculpatorio
que dejaba abierta la fantasía de una negociación de cierre.
Pero no es cierto que nada haya cambiado. El sábado pasado
se presentó en Bilbao un colectivo de disidentes escindidos de Sortu que incluye
a medio centenar de expresos. Su portavoz dijo “sentir vergüenza” por la
actitud de ese partido tras el abandono de la lucha armada, “que no tiene por
qué significar tirarnos en brazos de nuestro enemigo”. El principal reproche es
haber renunciado a la amnistía y aceptado acatar la legalidad para obtener
beneficios carcelarios. Es decir, lo que ese mismo día defendía en Pamplona
(con pies de plomo) Arnaldo Otegi (“líder supremo del reformismo”, según los
disidentes).
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