04 diciembre 2016
Juan Gutiérrez:
"El poder de la violencia es un mito, la paz de vida es más fuerte"
¿Cómo
pensar la violencia de este mundo de un modo no victimizante y despotenciador?
El primer paso es no totalizarla. Es decir, no verla como completa y
omnipotente, victoriosa y absoluta. ¿Y cómo? Haciéndonos sensibles a las
prácticas de vida que deconstruyen la lógica de bandos incluso en la peor
situación de guerra, poniendo en ellas el foco, dándoles visibilidad e
importancia.
Es la propuesta de Juan Gutiérrez, tras una reflexión de
largo aliento sobre la paz entrelazada con su trabajo de años como mediador.
Una propuesta que hoy se concreta en el proyecto “Hebras de paz y vida”, que pone en valor los gestos de
humanidad rebelde que subyacen siempre a las situaciones de conflicto.
Juan Gutiérrez fue invitado a México DF para explicar el
proyecto por el Tecnológico de Monterrey en noviembre-diciembre de 2015 y allí
coincidimos. Junto a mi amiga Amarela Varela Huerta, activista, profesora en la Universidad UACM
e investigadora de las migraciones y los movimientos sociales, pensamos que
podía ser muy útil compartir en el contexto mexicano, tan atravesado hoy por la
violencia, las reflexiones sobre el concepto fuerte de paz que Juan trabaja y elabora. Esta es la
entrevista que le hicimos entonces, con preguntas desde "los dos lados del
charco"
Juan Gutiérrez estudió filosofía en Hamburgo y participó muy directamente en
los movimientos estudiantiles alemanes. Fue director durante años del centro de
paz Gernika Gogoratuz ("recordando Gernika") y asesor entre 2004 y
2011 de la Asociación
11M Afectados por Terrorismo. De 1990
a 2000 actuó en una mediación informal de alto nivel en
el conflicto vasco. Desde 2011 coordina en Medialab-Prado un proyecto de
Memoria y Paz y actualmente es presidente de la Asociación de ámbito
internacional Hebras de Paz Viva.
Paz positiva y paz negativa
Amarela Varela Huerta: Dices que la
paz está mal definida, ¿a qué te refieres?
JG: Bueno, creo que no importa tanto si la paz está bien o
mal definida, sino por qué la paz es tan débil y yo respondo que es débil
porque está mal definida. La definición dominante dice que la paz es la
ausencia de guerra y violencia. La paz, definida así negativamente, sería algo
de muy baja saliencia. Es decir, se quiere la paz, pero se quieren otras cosas
más que la paz y para conseguirlas, en el choque con los que quieren distinto,
se usa la violencia que es el medio más directo.
Los teóricos de la paz, como Johan Galtung, John Paul
Lederach o Adam Curle, dicen que la paz tiene dos caras: la paz positiva y la
paz negativa. La paz negativa es el no a la violencia y ese “no” se entiende
muchas veces desde unos enfoques dialécticos, partiendo de que la violencia es
la negación de la vida. Es algo que encontramos ya en Marx, por ejemplo, cuando
afirma que el proletario encarna al género humano porque es la negación del
privilegio y el privilegio es la negación del ser humano. Por el “pasodoble del
no”, la negación de la negación, el proletario encarna el género humano. Y eso
condujo a Marx a decir que los proletarios, cuando se rebelan, no tienen nada
que perder salvo sus cadenas. Pero el proletario, por muy miserable que sea,
incluso partiendo de la definición latina del proletario como quien no tiene
más que su prole, no es verdad que no tenga nada que perder, porque todos
sabemos que perder un hijo es una de las perdidas más terribles que pueda
haber.
Amador Fernández-Savater: En esta
definición de la paz como un Jano bifronte, además de la paz negativa está la
otra cara de la paz, la paz positiva. ¿Qué sería la paz positiva?
JG: No encuentro que haya una definición consistente de lo
que es. Parecería que es una distinción entre violencia de alta y de baja
intensidad, pero el dolor y la destrucción humana que causa la violencia de
baja intensidad es muchas veces tan grande como el que provoca la violencia de
alta intensidad. No me parece que la diferencia interesante esté ahí.
Por eso, nosotros en Gernika Gogoratuz nos atrevimos hace
ya mucho tiempo a dar una definición. No sólo hay que atreverse a pensar, sino
que muchas veces creo que también hay que atreverse a redefinir las cosas.
Entonces, redefinimos la paz positiva como el engarce de vidas. Algo muy amplio,
porque se trata de una inmensa malla. Y para concretar esta imagen partimos de
algo muy concreto: nos han dado la vida seres emparejados, nuestra vida ha
nacido cobijada en el vientre de una mujer, eso lo debemos. Y cuando hemos
salido de ese vientre hemos seguido unidos a esa mujer. La paz positiva no
tiene por tanto que pasar por dos noes. Es directamente un sí a la vida. A una
vida ancha, que quiere vivir y vive compartiendo con otros.
Recapitulando, diría que normalmente la paz positiva no se
tiene en cuenta y resuena mucho más la dimensión de la paz negativa. Incorporar
la definición de paz positiva como engarce de vidas ayuda a darle más saliencia
a la paz. Pero también hay que añadir: la paz positiva, que nosotros hemos
renombrado como “paz de vida” o “paz viva”, sólo tiene fuerza engarzada con la
noción de paz negativa. Aislada, es puro buenismo. Niega que esas vidas se
engarzan en una realidad que también está llena de violencia. Nuestras vidas se
sostienen y tienen sentido gracias a que vivimos inmersos en la paz positiva,
en la vida compartida, en la malla de engarces. Pero ese tejido se enfrenta
constantemente a los tremendos desgarrones de la violencia. Y es en atención a
los dos lados de la paz cómo creo yo que puede surgir algo interesante.
AFS: Los vínculos que se tejen en
esa malla, esos engarces, ¿de qué tipo son?
JG: En el tejido de paz positiva, definiéndola por un
momento en abstracto como algo separado de la violencia (aunque ambas están
mezcladas en la realidad), podemos encontrar muchos tipos de engarces
distintos. Voy a contar una historia dentro la cual podemos encontrar y
distinguir algunos de esos engarces.
Es una historia que me contó como hace 15 años en Alberta,
Canadá, un judío muy conocido en Israel. Me contó que él de niño vivía en
Austria durante la ocupación nazi y que su padre tenía una tienda. Un día
agarran al padre y le meten preso. Entonces, su familia contacta a los
guardianes para sobornarles y que liberen al padre. Y lo consiguen: el padre se
fuga disfrazado de mujer. En la tienda vigilada por las SS, al crío de 4 años,
ya enterado de la huida de su padre, se le escapa inocentemente: “mi padre va a
venir mañana”. Pero los SS allí presentes se echan a reír y no hacen ni dicen
nada.
En esta sencilla historia hay engarces de todo tipo. Por un
lado, el vínculo de la familia que es un vínculo de ayuda con alguien del
propio grupo. Es el vínculo más evidente. Incluso el enemigo acepta a veces
estos vínculos: por ejemplo, cuando se acusa a alguien de un delito, su pareja
no está obligada a dar testimonio en su contra ante la ley, puede negarse. Otro
de los engarces que encontramos en la historia es el soborno de la familia a
los guardianes para ayudar a liberar al padre. Es un engarce negro de la familia que se salta las morales
convencionales y funciona.
Por último, el gesto de los SS que hacen como si no
hubiesen escuchado nada y desobedecen su deber que era denunciar. Este es el
engarce que a mí me gusta llamar “hebra de paz de vida”: son las acciones de la
persona de un bando que, rompiendo la disciplina que ese bando impone, echa una
mano de ayuda, muchas veces salvadora, a una persona del bando enemigo en gran
necesidad o peligro. Pueden ser acciones pequeñas e imperceptibles, o bien desafiantes
y heroicas.
No siempre es fácil distinguir las hebras de paz de vida en
la malla de la paz positiva. Los engarces que te unen a alguien del propio
grupo pueden tener un borde duro con el afuera, ser excluyentes, como la
camaradería entre los nazis o el terrible grito de “¡a mí la legión!”. Las
“hebras de paz de vida” no se sabe siempre a ciencia cierta si lo son o no. Hay
casos en que es clarísimo, pero no siempre. Hay toda una complejidad de la
malla. Pero lo más importante es acercarse ahí: no reducir la paz a paz
negativa, no ver la violencia como total. La realidad no es una mera sopa de
violencias, sin ningún otro condimento. Quien te dice: “Desengáñate, sé
realista: aquí lo único que cuenta es la violencia”, se está engañando a sí
mismo y en vez de ser realista es un idealista negro.
Hebras de paz viva
AVH: ¿Qué efectos positivos crees
que tiene ese rechazo a ver la violencia como total, ese rescate en el que te
empeñas de la paz positiva o paz viva? ¿Por qué es tan importante?
JG: La paz viva desplaza la mirada, cambia todo el paisaje.
Por ejemplo, durante una de las conferencias en las que participé en esta
visita a México, en Puebla, un profesor desarrolló una ponencia muy
interesante. Decía que el miedo es el principal arquitecto de la ciudad. Eso se
ve muy claro en México DF o en Colombia: hay vallas, verjas, controles por
todos lados. Pero yo le pregunté si la necesidad y el afecto no son también
arquitectos de la ciudad y él me respondió que sí. Se suele presentar la
violencia como arquitecta de todo, esa es la mirada dominante, pero en cuanto
se señala la realidad de la paz positiva hay un vuelco en la percepción, la
gente se abre.
Quiero decir que es preciso y muy necesario descubrir los
mil pliegues de la violencia, pero si tenemos a la violencia como total,
entonces percibimos una realidad que nos hace impotentes y adquirimos el
síndrome de la indefensión (o de impotencia) aprendida. Hannah Arendt decía que
el mal no es radical, puede ser extremo, pero si se presenta la violencia como total
ya no es la violencia real que hay en el mundo, porque en el mundo real, y en
el pasado que nos llega a través de la memoria, siempre hay una tecla más en el
teclado del piano y es una tecla que cambia toda la melodía. Esa tecla es la
paz viva.
¿Os acordáis de la historia del niño que grita “¡El rey
está desnudo!” cuando todos los súbditos adulan sus vestidos en El
conde Lucanor? El niño, aún pequeño como es, transforma toda una
relación de poder. Las hebras de paz de vida hacen un poco el mismo efecto. Si
se mete una hebra de paz de vida, que es como un embajador de toda la malla de
paz viva, cambia toda la perspectiva. El tejido de los engarces de apoyo
siempre parece encogido y rasgado, pero nunca lo está del todo. Lo que pasa es
que en pasados marcados por la violencia y el trauma, los engarces de paz de
vida desaparecen de la superficie. Pero siempre quedan un par de hebras en el
tejido que parece roto. Señalar esas hebras hace que de pronto miles de ojos
pueden ver algo que no se ve y que no se quiere ver.
AFS: ¿Nos puedes poner algún
ejemplo concreto de ese desplazamiento de la mirada que provocan las hebras de
paz viva?
JG: En el marco del proyecto “Hebras de paz de vida”
conocí a Svetlana Broz. Svetlana es cardióloga y periodista serbo/croata,
también la nieta del mariscal Josip Broz Tito. Cuenta que, tratando como médico
a heridos de la guerra de Yugoslavia, una y otra vez se encontraba con
pacientes que querían y necesitaban contar historias. Y para su sorpresa en
muchos casos eran historias que hablaban bien de alguien que se encontraba en
el bando enemigo. Un croata que narra cómo un serbio le salva la vida, un
musulmán que cuenta cómo un croata le ayudó a escapar, muchísimas historias
así.
Svetlana se puso a recoger este tipo de historias y pronto
tuvo un montón de relatos de hebras de paz de vida. En 2006 los publicó en un
libro con el título Gente de bien en tiempos de mal. Svetlana cuenta que el libro se ha
difundido mucho en Serbia, en Croacia, en Bosnia y ha tenido efectos muy
positivos. Por ejemplo, deconstruye la imagen de enemigo que tienen unos sobre
otros: los serbios sobre los croatas, etc. Porque los testimonios hablan de tal
serbio y de tal croata que ayudaron a una persona en apuros del bando
contrario, a veces arriesgando la vida, a veces desplegando un ingenio
maravilloso e increíble. Esa deconstrucción de la “imagen de enemigo” (la
demonización completa del otro) ayuda a que sanen las relaciones entre los
pueblos. Y favorece además la autoestima de cada cual, de cada grupo, porque
esos testimonios te hacen ver a tu grupo como algo muy diferente de una simple
banda de asesinos o criminales. En ese sentido digo que las hebras de paz de
vida desplazan la mirada y cambian la perspectiva.
AVH: ¿Y qué pasa cuando no hay
bandos definidos? Por ejemplo, pienso en México, donde no hay abiertamente una
guerra declarada, aunque se llame así periodísticamente. Pero el Ejército
Zapatista, por ejemplo, no podemos decir que sea un “bando”: rechaza la guerra
como tal, rechaza constituirse en bando, ajustar cuentas, etc. Abundan en el
mundo guerras con bandos definidos, pero también estas otras situaciones
asimétricas de conflicto, como México.
JG: Me parece un poco esquemático definir los bandos en
general y luego ubicarnos por bandos. A veces es la propia experiencia la que
marca en qué bando estás y cuál es el bando distinto o el enemigo.
Cuento una historia mexicana: es un abogado que trabaja en
una empresa de seguros y viene una mujer a reclamar el seguro de vida de su
marido muerto. La empresa analiza y dictamina que el marido se quitó la vida y
la mujer no tiene por tanto el derecho a la cantidad asegurada. El abogado se
encuentra con la mujer y ella le dice: “mire, entérese de lo que ha pasado: mi
marido se ha quitado la vida porque estaba con un cáncer terminal y sus últimos
meses iban a ser un infierno de dolor. Entonces, de acuerdo conmigo, se quitó
la vida”. Y el abogado responde: “vamos a hacer una cosa, yo voy a rechazar su
solicitud, pero la voy rechazar con un argumento jurídicamente falso y entonces
usted va a poder reclamar y ganar”.
Fijaos la astucia que desplegó el abogado para poder romper
la fidelidad a su “bando” y echar una mano salvadora al lado contrario,
arriesgando su misma profesión. Ahí hay una hebra de paz de vida clarísima.
¿Qué quiero decir? Pues que los bandos no son algo homogéneo: son heterogéneos,
tienen mucha vida y cambio interno. Y muchas veces, como en este caso, los
define la propia situación.
AVH: ¿Y cuando la violencia es
estructural? Me pregunto por ejemplo qué hace que un niño sea sicario y pierda
su humanidad. Creo que tiene más que ver con condiciones sociales,
estructurales, de pobreza y violencia que llevan al niño a decir al final:
“mejor vivir un ratito como rey que una vida entera como mendigo”.
JG: John Paul Lederach, que es una de las estrellas de la
investigación sobre la paz, ha escrito un libro precioso que se llama La
imaginación moral. Lo que hace es pensar la moral por fuera del
cumplimiento del deber. La imaginación moral es por ejemplo la de alguien
enamorado que ejercita su creatividad pero no para cumplir un deber, sino para
alegrar a la persona que quiere. ¿Por qué digo esto? Porque la hija de
Lederach, Angela Jill Lederech, ha estudiado antropología y también está muy
metida en asuntos de mediación. Tiene como 25 años y ha estudiado el tema de
cómo los niños soldados se reincorporan a la sociedad en África del oeste.
Ella cuenta que cuando acaban las hostilidades, los niños a
veces no pueden volver a casa porque han asesinado y torturado a gente del
propio pueblo. Entonces se quedan a las afueras, viviendo alrededor de un árbol
al que le llaman el “árbol de la vergüenza”. Son zonas que permiten por el
clima vivir al aire libre. Se quedan ahí en el monte, mirando al pueblo, con
toda la pinta de niños soldados: con greñas, sucios, etc. Entonces las madres,
las madres en general, no las suyas, van al árbol de la vergüenza y lo primero
que hacen es lavarles y cortarles el pelo. O sea, reproducen la situación de
cuando eran niños pequeños y les lavaban y peinaban. Luego se ponen a hablar
con ellos y a cantar juntos las canciones de cuna de cuando niños. Y finalmente
van juntos al pueblo, primero cantando canciones muy tristes y luego, según van
llegando al poblado, canciones muy alegres.
¿Cómo se puede interpretar este proceso? Es verdad que los
niños soldados han perdido la humanidad, pero recuerdan los actos de paz y
cariño que han vivido como niños y el contacto con las madres aviva el
recuerdo. Por tanto, de nuevo, la violencia no es total. Para reinsertarse como
parte de la comunidad resuelven un pasado en el que han sido ejecutores de
violencia evocando un pasado anterior, en el que eran niños queridos por sus
madres. Van a otro pasado más lejano. Siempre se tiende a decir que todo es
violencia. Pero la vida de estos niños soldados no ha sido sólo violencia. Han
vivido experiencias que no eran de violencia pero que la violencia ha
enterrado. Y en cuanto las descubres entiendes todo distinto. Lo mismo que pasa
con el niño del cuento que gritó “El rey está desnudo”: muestra una verdad que
estaba tapada por otra.
No se trata por tanto de "alcanzar la paz", como
suele decirse, ya vivimos en ella y hay que hacerla valer para derrotar a la
violencia .
Librar a la memoria de la
violencia del vencedor
AFS: La violencia se percibe
generalmente como el medio más directo y eficaz para conseguir algo...
JG: El poder de la violencia es un mito. La violencia se ve
poderosa por su capacidad destructora, pero nunca sirve para alcanzar los
objetivos por la que se activa. Me explico: las armas nucleares pueden destruir
mil veces a la humanidad, pero lo que pasa es que solo hay una humanidad, por
lo que entonces son 999 veces impotentes.
Hay un gesto muy macho que es hacer ostentaciones de
potencia que en realidad esconden la impotencia en la que se vive: “te parto la
cara”, cuando en realidad nunca se le ha partido la cara a nadie. Y desde ahí
se presenta la paz como impotente. Únicamente porque los caminos de la paz no
son tan directos y rectos como los caminos de la violencia, sino oblicuos e
indirectos.
Realmente, hay que analizar siempre qué relación de fuerzas
hay de un lado a otro. Y es un fetiche entender que la superpotencia puede
controlar todo. La pérdida de poder de Estados Unidos (EEUU) –después de las
dos guerras de Irak– es una gran crisis que lleva según todos los
investigadores políticos a sustituir a Bush por Obama, aunque sea para que haga
lo mismo pero de otra manera. La pérdida de poder de EEUU es notoria. Hoy
mismo, China va adquiriendo más poder que EEUU porque el poder de EEUU es poder
militar de ejercer violencia y China lo tiene en su inmensa producción de
mercancías. Hay que buscar otras dinámicas de poder para explicar lo que sucede
en el mundo y no sólo la violencia.
AVH. ¿Y cuál es ahí el trabajo de
la memoria? ¿Sirve la memoria en pleno enfrentamiento o sólo cuando el
conflicto ha acabado? ¿Sirve la memoria como una llave?
¿Cuándo se ejercen las hebras de paz de vida? En el momento
más duro del conflicto, eso desde luego. ¿Cuándo se perciben? Ahí entra en
juego la memoria. La hebra de paz rompe con la violencia sobre la memoria que
ejerce el vencedor. Me explico. Cuando los vencedores escriben la historia hay
un lugar muy estrecho para sus víctimas. La víctima, históricamente, después de
sufrir la violencia, ha tenido siempre que andar agachada. Y sólo cuando un
general la sube a su carro y le dice “ahora puedes hablar”, entonces se
convierte en persona pública. Sólo cuando su discurso le conviene a la causa
del vencedor.
Lo que ahí se promueve es la totalización del horror y el
dolor. Porque de un lado hay víctimas y del otro lado no emana nada humano.
Sólo hay violencia en el otro lado, ninguna humanidad. Entonces la víctima es
cautiva del vencedor que la sube a su carro. Y de ahí que las víctimas tengan
tendencia a ser víctimas vengadoras. Sin embargo, en ámbitos de mayor libertad,
donde el vencedor no tiene una fuerza tan totalitaria, puede haber una
maduración de la víctima que dice: “ahora voy a hablar yo con mis palabras, no
a decir el discurso que me marca el vencedor que me ha subido al carro”. Puede
ser que ahí pase a ser una víctima más secundaria, menos escénica, porque los
escenarios están preparados por el vencedor, pero también pueden dejar oír esa
voz propia.
Un caso. En EEUU, hay un grupo maravilloso con el que yo he
trabajado que se llama Peaceful Tomorrows (Mañana en Paz). Son 200
familiares de víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001 que tienen
una memoria absolutamente distinta a la que pretende el vencedor, no son
víctimas vengadoras para nada. Están en contra de Guantánamo, han viajado a
Irak y Afganistán a hermanarse con otras víctimas de la guerra global, hacen
cosas increíbles. No tienen un líder que marque lo que tienen que hacer todas
las víctimas. Tienen una mesa de dirección que cambia constantemente para que
salgan personas y discursos distintos.
Cuando en 2009 se dio esa gran discusión pública sobre si
poner o no un centro islámico en la zona cero de Nueva York, la mayoría de
víctimas expresaron un sentimiento anti-islámico, pero la gente de Mañana en
Paz recordó que en el 11S habían muerto muchos musulmanes en las Torres Gemelas
(varios de ellos tratando de salvar vidas) y que para ellos era un honor que se
abriese ese centro. Así probaron que las víctimas pueden cerrar el círculo de
la violencia o acelerarlo. La víctima tiene esas dos opciones y está siempre
invitada desde el poder a acelerar el círculo de la violencia, definiendo el
bien como lo contrario del mal que estamos recibiendo desde el otro lado.
Hay que buscar la violencia, perseguirla en todos sus
pliegues y recovecos, pero no totalizarla, no hacerla pasar por el todo. Apenas
conozco México, pero creo que aquí hay una riqueza de paz viva increíble, la
intuyo en los gestos, en las miradas, en esa dulzura no servil que tiene la
gente acá. Si se descarta todo eso, si la memoria no se nutre de la cara
positiva, entonces la paz pasa a ser impotente. Cuando es todo lo contrario: la
riqueza de la paz de vida es lo más potente.
Opinión:
Conocí a Juan Domínguez hace muchos años, cuando los que
trabajábamos por el fin de los atentados de la banda terrorista ETA éramos muy,
muy pocos… eran aquellos años de la década de los noventa e incluso coincidimos
en diversos proyectos tras los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid.
Eran aquellos tiempos en los, evidentemente, no habían tantos recién llegados a este tema como los
hay ahora, precisamente cuando la banda terrorista ya ha cesado su “actividad
armada”.
Sus opiniones siempre han sido dignas de ser tenidas en
cuenta. Por ello publico esta entrevista y le envío un afectuoso abrazo.
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