07 diciembre 2016
La patria como
utopía
Para quienes mataron, sufrieron o
callaron con ETA, es terrible la pregunta de si aquello mereció la pena
Cuando
oí hace unos días que Puigdemont había
entrado en el batzoki de Gernika para felicitar a Urkullu, lo primero en
lo que pensé fue en las alubias con almejas que forman parte del menú y en las
fotos de los pelotaris que cuelgan de las paredes. Andaba yo terminando Patria, de Fernando Aramburu. Iba
por el final de la novela, cuando las etxekoandre, dos amas de casa a las que la vida colocó en
bandos opuestos, ponen un broche de optimismo a 600 páginas de dolor, muerte,
cobardía y omertà. Me vinieron a la memoria los recuerdos de tiempos
en los que compartí el drama de Euskadi. Durante los años de plomo. Y pensé que Puigdemont hizo bien en ir a Gernika para la toma
de posesión de Urkullu, aunque el protocolo lo colocara al lado de Soraya Sáenz de Santamaría,
para pasmo de algunos tuiteros alarmados por la promiscuidad. Pero estuvo, y su
presencia puso de manifiesto los años luz que median entre la zozobra que vive Catalunya y el ansia de
sosiego que recorre la sociedad vasca.
El valor de la buena literatura
Lean Patria, para comprender
el por qué. Háganlo si quieren entender lo que pasó en Euskadi y lo que puede
pasar cuando las sociedades se ponen por montera utopías que parecen
disponibles pero resultan inalcanzables. Patria es una
novela excepcional. Por los recursos de un lenguaje que permite transitar por
la historia de las dos familias vascas con una eficacia y una fluidez
asombrosas, y por la audacia de hurgar en una herida que apenas ha comenzado a restañarse. Tal es el impacto que produce su
lectura que puede contribuir, creo, a superar el cataclismo que sufrió el País
Vasco (aunque este no sea, necesariamente, el propósito del escritor). Habrá,
seguro, quien le critique por supeditar el contexto al texto, pero quienes lo
hagan se perderán en detalles políticos o históricos de escaso interés. La
grandeza de la buena literatura está precisamente en llegar allí donde no
alcanza el ensayo. Y así comoCoetzee nos ha acercado a la complejidad del apartheid, Patriaconstituye un
viaje único y desacomplejado al universo euskaldún.
A mediados de los 70 conocí el mundo aberzale que puebla la
novela deAramburu. Con
suficiente cercanía como para quedar impactado por los
mitos que animaban a muchos jóvenes. Todavía recuerdo una noche de
estrellas, en lo alto del castillo de Hondarribia, cuando un hombre de mi edad
que tenía el hermano en la cárcel me invitó a escuchar lo que él llamaba «la
voz de Euskadi», una voz que llegaba, decía, del otro lado del Bidasoa. De
Lapurdi, una de las tres provincias ocupadas por Francia. Aquel día entendí que la
patria puede ser una religión. También recuerdo la primera vez que pasé al otro lado, bajo un sirimiri sin fin, para quedar con amigos
de los poli-milis, en uno
de aquellos bares que eran una invitación a la aventura y donde se fraguaron no
pocas tragedias. Y no olvidé nunca la llegada a la plaza desierta de un pueblo
irredento de Guipúzcoa, bajo la mirada desconfiada de los mayores que
permanecían apostados en los soportales debajo de sus chapelas.
Espiral de terror
Una
década más tarde, cuando vivía en Madrid, fui de los primeros en pasar por
Príncipe de Vergara una mañana en que una decena de cuerpos de guardias civiles
habían quedado destrozados por un coche bomba. Aquel año, los atentados se cobraron
la vida de mucha gente, y Euskadi era presa del terror, con ETA desbocada y
enzarzada en una espiral de muerte con los GAL que no parecía tener fin. Un
lustro más tarde, cuando apenas llevaba unos días como delegado de Efe en
Barcelona, llegaron las primeras imágenes de la matanza de Vic. Un horror. Yo
ya no iba entonces por Euskadi, pero la llevaba en el corazón. Y siempre que
podía explicaba a mis amigos, con poca fortuna, que un paseo por la Concha o por las lomas del
Jaizkibel es una de las cosas más placenteras que uno puede hacer en esta vida.
La quietud que reclaman los vascos
Muchos
jóvenes que ya no lo son se preguntan hoy, como en la novela de Aramburu, si todo
aquello mereció la pena. Es una pregunta terrible. Para los que mataron, para
todos los que sufrieron y también para quienes callaron. La respuesta está,
probablemente, en la quietud que reclaman los vascos y que en Catalunya algunos
no entienden. Quienes atribuyen la expresión política de esta actitud a los
réditos del concierto económico olvidan lo que pasó. No vivieron aquello. No
saben lo que significa que el vecino de toda la vida deje de hablarte, o algo
peor. Ni tener que marcharte de tu pueblo, de tu país, por tus ideas. No
comprenden que las utopías, tan necesarias en la vida, pueden conducir a la
muerte. Deberían leer Patria.
Opinión:
El artículo
de Andreu Claret, dentro de su lógica, me parece confuso. Habla de “los años de
plomo” y de “los años luz que median entre la zozobra que vive Catalunya y el
ansia de sosiego que recorre la sociedad vasca”. No se si la tranquilidad que
me aporta el estar en un pequeño pueblo de l'Alt Bergadà, rodeado de montañas y
de los diferentes colores del verde me hace entender que el señor Claret puede
confundir las cosas.
No pongo en
duda que la sociedad vasca está necesitada de sosiego pero es necesario
recordar que fue el conformismo, el interés y el miedo de una gran parte de esa
sociedad la que les llevó a una enorme zozobra y le puedo asegurar que, por mi
parte, cambiaría “esta” zozobra catalana por los cincuenta años en que la banda
terrorista ETA ha intentado destrozar la sociedad, incluida la catalana.
¿Recuerda el tiempo entre septiembre de 1986 y junio de 1987? ¿Recuerda
diciembre 1990? Restar la responsabilidad de aquella sociedad vasca que ahora
ansía el sosiego al compararla con una supuesta zozobra en Catalunya es un
importante error de apreciación. El seny catalán de la inmensa parte de la
sociedad catalana consiguió que los terroristas de Terra Lliure desaparecieran
tras causar un asesinato y una veintena de heridos. ¿Se pueden comparar las dos
sociedades?
Cuando el
señor Claret plantea preguntarles “a los que mataron” no me queda claro si se
refiere a los asesinados o a los que cometieron el asesinato. Si hablara de
asesinos o asesinados sería más entendible. Por desgracia, a los asesinados no
se les puede preguntar nada y si se pudiera la respuesta sería obvia. Por
tanto, en el supuesto de que desee preguntar a los asesinos, no creo que sea
una pregunta tan terrible porque el 95 por ciento de ellos ni siquiera se
arrepienten del daño causado. Por lo tanto, seguramente, para esos malnacidos
habrá merecido la pena causar tanta muerte.
Señor
Claret, formo parte de “los que lo sufrieron” y le garantizo que para muchos de
nosotros esa comparativa del ansia de sosiego que usted plantea en la sociedad
vasca no es más que el resultado de una acomodada postura. Ni más ni menos.
Muchos ciudadanos que no pertenecemos a esa sociedad también hemos sufrido las
consecuencias pero le aseguro que prefiero la “supuesta” zozobra catalana a
ansiar el sosiego consiguiente a cincuenta años de terrorismo.
Para
terminar, dice que en 1991 era delegado de la Agencia EFE en Barcelona...
no recuerdo una sola llamada por su parte para conocer la situación de las
familias de las 24 víctimas catalanas asesinadas por la banda terrorista ETA,
aunque seguramente de esa labor ya se encargó un excelente periodista llamado
Goyo Martínez.
Y ya
puestos, al señor Claret le recomiendo que en lugar de invitar a leer Patria
(que no dudo que pueda ser de lectura recomendable) lea “Pido la palabra” de su
compañero Goyo Martinez. También les servirá para entender muchas cosas, entre
ellas la mezcla de sorpresa y rechazo que su artículo me ha producido.
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