08 enero 2020
PP,
Vox y la nauseabunda manipulación de las víctimas del terrorismo
Las derechas tratan de patrimonializar la lucha contra ETA, que fue una
victoria de todos los españoles
En un momento de su intervención durante el debate de
investidura de Pedro
Sánchez, Pablo Iglesias, ya en la
tribuna de oradores, aprovechó para sacar su teléfono móvil y leer un mensaje
que le acababa de enviar la que fuera candidata de En Comú Podem al Senado Rosa Lluch,
hija de Ernest
Lluch, el ministro socialista asesinado por ETA de dos disparos en la cabeza el
21 de noviembre del año 2000. En ese correo, Rosa Lluch pedía a Iglesias que
trasladara al líder del PP, Pablo
Casado, y al de Vox, Santiago Abascal,
su malestar por la espuria utilización que están haciendo las derechas de las
víctimas del terrorismo. Además, acusó a populares y ultraderechistas de usar
el dolor de los afectados en su beneficio y para sus fines políticos.
“Había anotado algunas notas para hablar del programa y de
los retos del próximo Gobierno, en términos de reconstrucción y conquista de
nuevos derechos, pero después del despliegue de autoritarismo y de falta de
respeto institucional de sus intervenciones quiero decir otras cosas
diferentes”, dijo Iglesias dirigiéndose a la bancada conservadora.
El líder de Unidas Podemos hizo lo que cualquier demócrata
hubiese hecho en su lugar: denunciar la nauseabunda instrumentalización de los
fallecidos y mutilados por ETA. Lamentablemente, comprobando la catadura moral
de algunos dirigentes, no servirá para mucho. Uno de los rasgos típicos de las
derechas españolas es que lo patrimonializan todo, hasta el dolor de las
víctimas. El PP ya lo hacía antes de que Vox llegara al Parlamento pero tras las sesiones de debate de
estos días hemos podido comprobar que el Trío de
Colón no va a
parar hasta contaminarlo todo con su ideología totalitaria e intolerante. Las
derechas creen que la bandera es suya, que el himno nacional les pertenece, que
el Congreso
de los Diputados es
su cortijo privado (de ahí que lo hayan convertido en su taberna particular y se
permitan patear el tablao del hemiciclo y hasta poner los pies encima del
escaño si les viene en gana). Los diputados ultras (también Inés Arrimadas,
que ejerce de comparsa en este peculiar trío del Apocalipsis) se
ven a sí mismos como héroes de la lucha contra ETA (muchos de ellos en realidad
nunca pisaron el País
Vasco) y no solo distinguen entre buenos y malos españoles,
sino entre buenas y malas víctimas del terrorismo. Al PP y Vox, en su delirio
nacionalista exaltado, los mutilados en los atentados y los hijos de los
asesinados por los criminales solo les merecen un respeto si son de derechas,
buenos patriotas y de misa de doce. Las víctimas que deben ser honradas son las
suyas y solo la suyas, las de su bando carlistón, porque las otras, las del bando
contrario, las del Partido Socialista y de otras formaciones políticas (que
también cayeron y no pocas) son víctimas de segunda al no tener el pedigrí.
Rosa Lluch dio ayer toda una lección a los representantes
del patrioterismo de más baja estofa que haya conocido jamás este país (lo cual
ya era difícil). E hizo bien Pablo Iglesias en hacer público su mensaje unos
minutos antes de que los diputados votaran la investidura de Sánchez.
La estrategia de manipulación de las víctimas del
terrorismo por parte de las derechas es repugnante, ya que la derrota de ETA no
fue una victoria del PP –como ahora pretenden hacernos creer− sino una gran
victoria del pueblo español, de las fuerzas de seguridad del Estado que
desmantelaron decenas de comandos dispuestos a atentar y también de los
partidos democráticos, de todos los partidos democráticos. Conocemos
perfectamente la historia y no necesitamos que Ortega Smith nos la cuente con sus habituales bulos
y mentiras para retorcer la memoria histórica. Sabemos cómo sucedieron los
acontecimientos en aquellos oscuros 40 años de sangre y plomo en los que ETA
sembró el terror en todo el país. Bildu (entonces Herri Batasuna)
jamás podrá borrar todo el dolor que ocasionaron sus compañeros terroristas,
como tampoco podrá hacernos olvidar que jamás condenó la violencia y ni uno
solo de los asesinatos, fuesen de guardias civiles, políticos, simples
trabajadores, mujeres o niños. Nada podrá maquillar toda aquella ignominia y
Bildu tendrá que convivir con ella durante muchos años. Pero, afortunadamente,
ETA ya no existe y quienes la apoyaron en su día (hoy líderes políticos limpios
de delitos que han sido legítimamente elegidos por los vascos en las urnas)
tienen todo el derecho del mundo a participar en las instituciones. Esa es la grandeza
de la democracia, que abre sus puertas no solo a quienes un día dieron cobijo
(material e ideológico) a las ratas terroristas, sino también a esos puritanos
de la derechona que se creen libres de todo pecado cuando tampoco son capaces
de condenar los miles de asesinatos cometidos por Franco.
De estos días trepidantes de investidura que tardaremos
mucho tiempo en olvidar nos quedará la emoción de Rosa Lluch y su mensaje a la
derecha para que dejen en paz a las víctimas del terror, así como la dignidad y
fuerza moral de Aina
Vidal, la diputada que padece un cáncer agresivo y que
finalmente, a duras penas, decidió acudir a votar para cumplir con el mandato
de sus electores. Por cierto, Vox no tuvo ni siquiera el detalle de humanidad
de aplaudir a una luchadora contra la enfermedad que sacaba fuerzas de flaqueza
para cumplir con su deber. Ambas mujeres de una talla moral inmensa han puesto
en evidencia la insensibilidad de una derecha asilvestrada, ciega de odio y muy
peligrosa para nuestro país.
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