miércoles, 1 de enero de 2020

29 diciembre 2019 (3) La Vanguardia

29 diciembre 2019 


Terrorismo
Pilar Rahola

La banalización del terrorismo perpetrada por múltiples voces del Estado –de jueces a fiscales, de políticos a periodistas- para atacar al independentismo ha vuelto a quedar en evidencia, esta vez a raíz de la puesta en libertad de los CDR detenidos en septiembre.
Una vez más, y negada toda voluntad de resolver el conflicto catalán a través de las vías políticas, el todo vale para defender la unidad de España se ha impuesto más allá de la responsabilidad y de la cultura democrática. Y así, por la vía de intentar frenar al independentismo “por lo legal o por lo criminal”, que diría el ínclito vocero de las cloacas, los defensores de la unidad patria han minimizado, manoseado y abusado de algo que nunca debería ser munición de combate político: la grave lacra del terrorismo. Si hubo un tiempo en que todo era ETA, ahora todo es terrorismo, hasta el punto de que ha habido líderes que han asegurado que lo de Catalunya  era peor que lo de Euskadi en los años negros. Es decir, lo mismo poner urnas que matar a 800 personas, y de ahí a convertir la desobediencia en violencia y las acciones de protesta en terrorismo no quedaba ningún paso. Lo peor es que ese uso irresponsable del terrorismo, para criminalizar la protesta independentista, se ha hecho a pleno pulmón y con plena conciencia, estresando los límites legales, amparados por la impunidad de un pensamiento crítico que, respecto a Catalunya, ha desaparecido en España. Como dicen que espetó un conocido líder socialista, entre salvar la democracia y salvar la unidad, “salvemos la unidad, y luego ya arreglaremos la democracia”. Es la estrategia del ganar tiempo por la vía del desgaste que Sunzi verbalizó en su famoso El arte de la guerra: “Cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados y no dejándolos respirar”. Y así fue como, a las puertas de conocer las sentencias contra los líderes catalanes, y con los nervios a flor de piel, se armó una descomunal causa del terrorismo contra unos CDR, a pesar de que la falta de evidencias era igualmente descomunal. Pero el mecanismo ya estaba montado: los CDR no eran pueblo indignado, sino terroristas en ciernes; el president Torra, que defendía sus protestas, un apologista de la violencia; y si el president defendía a los CDR y representaba a un Govern independentista, blanco y en botella, todo el independentismo caía en el saco de la sospecha violenta. Un burdo montaje que, a pesar de su inconsistencia, sirvió para “cansarnos y mantenernos ocupados”. Es lo dicho, “ya arreglaremos después la democracia”.





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