17 mayo 2023
Adictos a la sangre
Antoni Puigverd
Todos los que tenemos amigos asesinados por ETA llevamos tatuado en el corazón un dolor y un horror imborrables. Yo era amigo de Ernest Lluch, lo soy de la hermana del juez Lidón y quiero mucho a Robert Manrique y a sus compañeros defensores de las víctimas de Hipercor. No soporto la frivolización que una cierta Catalunya política ha hecho del magnicidio de Hipercor. Pero, de la mano de Robert Manrique, tampoco soporto la instrumentalización derechista de las víctimas de ETA. A las víctimas se las acompaña con ayudas, cariño y fraternidad constantes. No se las utiliza como munición electoral.
Me dolía ver exetarras manchados de sangre en las listas. Ahora respiro, aliviado. La renuncia de estos antiguos activistas a las listas electorales les honra. Tanto la renuncia como la condena que cumplieron ayudan a suavizar el horror. No pueden borrar un daño irreparable, pero lo depuran honestamente. Creo en el perdón civil. Con ese gesto de renuncia, los exetarras están pidiendo perdón.
Conocí a muchas víctimas del franquismo. Gente que había pasado años de cárcel y exilio. Tuve la suerte de ser amigo de Josep Pallach, de Fernández Jurado y de José Ignacio Urenda, con muchos años de cárcel y exilio en sus espaldas. Personalmente, tuve suerte: me persiguieron por antifranquista tan joven, a los 16 años, que no me encerraron en prisión; pero muchos amigos míos pasaron años encerrados. Son conocidas las historias de Moreno Mauricio, Miguel Núñez, Gregorio López Raimundo y Jordi Pujol. Con el advenimiento de la democracia, cientos de miles de represaliados, torturados, encarcelados, exiliados y desterrados aceptaron convivir en igualdad de derechos y deberes con sus torturadores y perseguidores, y también con aquellos que, desde el consejo de ministros de Franco, firmaron penas de muerte políticas hasta el año 1975. También conozco directamente, a través de supervivientes, las matanzas de curas y frailes del año 1936. También la Iglesia se prohibió el reproche de aquellas matanzas para favorecer la convivencia democrática.
Cabe recordar que, a partir de la Constitución de 1978, se dio carta de naturalidad civil en el País Vasco a muchos torturadores y represores. Ninguno de ellos pidió perdón. Casi todo el mundo pasó las páginas de sangre del pasado para facilitar un nuevo comienzo. Pero el horror de la guerra y del franquismo persistió en el País Vasco durante casi otros 40 años. Alegrémonos de su final, que ya se ha consolidado. Celebremos esta última rectificación, que es señal de madurez política y ética.
Cuando todo el mundo tiene pecados de sangre y de impiedad por depurar, distinguir entre buenos y malos es algo más que una instrumentalización de las víctimas. Es un intento de sacar votos de la sangre seca. Es echar gasolina al fuego fratricida aunque hace ya una década que la muerte política ha desparecido del país. Quien tan fervorosamente se aferra a la confrontación quizá sea adicto a la sangre.
Opinió:
Només em que agraïr a l’Antoni Puigverd la seva claredat a l’hora de posar negre sobre blanc moltes veritats incómodes.
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