17 agosto 2023 (16.08.23)
Seis años de los atentados de Barcelona y Cambrils
«En Ripoll hicieron más caso a las familias de los terroristas que a nosotros»
Una superviviente del 17A apunta que el silencio impuesto en el pueblo de origen de los atacantes ha propiciado la victoria de la 'ultra' Silvia Orriols
Como aquel jueves libraba, decidió 'bajar' a Barcelona desde Campdevanol, un pueblo a 4km de Ripoll (Gerona). Cogió un tren con sus hijos; Iván, que entonces tenía 10 años; Daniela, de 4, y la abuela de los pequeños. El marido de Yolanda Ortiz se quedó en casa. Es policía, y le tocaba turno de noche. Lo que iba a ser una tarde de compras y un paseo hasta el puerto se convirtió en una «pesadilla, difícil de olvidar». «Seis años después no ha cambiado nada. Todo lo que se llega a utilizar a las víctimas y estamos en el mismo punto que cuando nos pasó a nosotros. No existe un protocolo, ni una oficina de atención [en Cataluña]. No hay nada«, reprocha la mujer, sanitaria de profesión, aunque el cáncer que le diagnosticaron tres años después de los atentados de agosto de 2017 la ha apartado de su oficio.
Aquel día 17 estaba en La Rambla con sus niños y su madre cuando la furgoneta que conducía Younes Abouyaaquoub arrolló a decenas de personas. Pasó a menos de un metro de ella, que consiguió agarrar a Iván con su mano izquierda. Salieron ilesos. También su madre y Daniela. Ilesos, de lesiones físicas. El chico comenzó a tener ataques de pánico y, hasta hace unos meses, estaba aún en tratamiento psicológico. La progenitora se olvidó de su propio estado para centrarse en él y también, se culpa, se olvidó del de su pequeña, que no fue consciente de lo que ocurrió aquella tarde aunque, tiempo después, comenzó a manifestar síntomas, –se separa de los demás, no juega– por lo que ahora también la atiende una psicóloga. En plena pandemia, la enfermedad de Yolanda, en estadio muy avanzado, aumentó el malestar de sus hijos. Ella tuvo incluso miedo de salir a la calle, y no fue hasta tres años después cuando volvió a pisar el paseo en el que el individuo que conducía la Fiat Talento blanca mató a 14 personas e hirió a más de un centenar. La sentencia de la Audiencia Nacional–que condenó a dos integrantes y un colaborador de la célula de Ripoll– les reconoció, a todos menos a Daniela, como víctimas de los ataques pero, en todo este tiempo, seis años, no han recibido «ni una triste llamada». Ningún tipo de ayuda –«a día de hoy, ni a mí ni a Iván nos han ofrecido un psicólogo»– ni apoyo institucional. Tampoco directrices sobre cómo solicitarla.
Un abandono al que, en el caso del municipio gerundense donde se habían criado o nacido los terroristas, jóvenes descendientes de inmigrantes marroquíes, se sumó, critica Yolanda, una suerte de censura que ha propiciado la victoria de Silvia Orriols (Aliança Catalana) en las municipales del pasado mayo. Una candidata independentista y calificada de extrema derecha –pese a que la aludida lo rechaza–, por su discurso islamófobo. «En su momento no se nos permitió discutir ni hacer el duelo. Aquí no se habla del 17A. No se permite poner ningún tipo de símbolo en el espacio público ni si quiera en los aniversarios, con la excusa de no estigmatizar a la comunidad musulmana. Desde el Ayuntamiento hicieron más caso a las familias de los terroristas que a nosotros. Todo lo que ha pasado en Ripoll, con la victoria de Orriols, viene de ahí. La gente calla por miedo, pero ha hablado en las urnas», apunta. «Ningún otro partido alzó la voz, sólo lo hizo ella», explica, «a pesar de que el antiguo alcalde [Jordi Munell (Junts)] presidió la comisión de investigación sobre los atentados en el Parlament, pero nada».
¿Miedo a qué? «Es un pueblo, todo el mundo se conoce, y nadie quiere que lo tilden de racista o xenófobo. Pero referirse a los terroristas como 'esos pobres chicos' para blanquear su imagen porque habían nacido aquí…lo he llevado muy mal. [Desde el consistorio] se dedicaron, básicamente, a cubrir las necesidades de sus familias –incluso a hacerles la compra para que no tuvieran que salir a la calle–, cuando en aquel momento la gente del pueblo estaba muy asustada. Se volcaron con ellos, pero a mí nadie me ha preguntado ni cómo estaba».
Ortiz cree que ese buenismo, por miedo a estigmatizar a la comunidad musulmana, ha hecho «mucho daño» en el municipio. «Esa espiral del silencio para no molestar, ¿pero cómo va a molestar la condena a un atentado terrorista o el homenaje a las víctimas al poner un ramo de flores en una plaza? Pues así hemos estado durante seis años, desde el 17A», sostiene.
Una foto con los SWAT
Aquella tarde, Yolanda «quería llegar hasta el puerto. Salimos de la Boquería y nos plantamos en medio de La Rambla. Había mucho jaleo, como siempre. Me giré hacia la izquierda, y vi una avalancha de gente que se me venía encima. Entre esa avalancha se abrió paso la furgoneta, disparando cuerpos hacia los lados y hacia arriba. Entonces lo único que hice, sin pensar, por instinto, fue alargar el brazo para coger a Iván, y empujarlo lo más lejos que pude. Mi madre iba detrás con la niña. Pero a las dos personas que yo tenía delante las mató. Son situaciones que…tienes que aprender a vivir con ellas. Hay gente que me dice: 'bueno, ya te olvidarás'. No. Aprendes a vivir con ello, no te queda otra. Pero olvidar, no». Tras el atropello, se refugiaron en un comercio cercano. Varias horas con la persiana bajada, hasta que aparecieron dos guardias urbanos. «Llevaban un casco blanco e Iván los confundió con los SWAT [policía de élite de EE.UU.]. Uno de los agentes, Carlos, reaccionó muy rápido y le dijo: 'sí, y necesito que me ayudes'. Le pidió que hiciese el recuento de las personas que estábamos dentro, y otras tareas para distraerlo», rememora ahora la madre.
Al salir, para evitar que viese la masacre, le hizo desviar la mirada con la excusa de 'cazar Pokemons' –juego virtual que consiste en localizar a sus personajes–. «Luego Iván me pidió una foto con ellos en medio del desastre. Imagínate. Cuando la ves, parece la de una tarde cualquiera, pero es que detrás aún había cadáveres». A día de hoy, el niño –que ya es un adolescente– aún mantiene relación con los policías.
Dos años después de los atentados, Iván comenzó el instituto en Ripoll. Le tocó en la misma clase que al hermano del autor del atropello en La Rambla. «Pasaron los primeros meses sin hablar, uno en cada punta del aula.
El hermano del terrorista y la víctima.
Lo pasaron mal, tanto el uno como el otro, pero al final tuvieron la valentía de afrontarlo y acercarse. Fueron capaces de decir 'tú no tienes la culpa de nada, yo tampoco. Ni tú ni yo hemos hecho nada, y vamos a permitir conocernos'», recuerda ahora Yolanda. El pacto entre ambos fue no sacar el tema de los atentados, porque el compañero de Iván había perdido a un hermano. Jugaban juntos al fútbol, eso sí. «A día de hoy. cuando se ven por la calle, se saludan y se abrazan», explica la progenitora, que celebra la lección de ambos chicos frente a aquellos que optaron por soterrar lo ocurrido, en vez de abordarlo. «Qué sencillo lo hicieron dos niños. Quizá si las cosas se hubiesen hecho mejor, podían haberse encontrado antes y ahorrarse ese tiempo incómodo».
«Han pasado seis años y no ha cambiado nada»
La furgoneta de Younes Abouyaaquoub, con la que el 17 de agosto de 2017 mató a 14 personas e hirió a más de un centenar en La Rambla, pasó a un metro de Yolanda Ortiz y su hijo Iván. Detrás de ellos, la hermana del niño, Daniela, y su abuela. No sufrieron lesiones físicas, pero sí psicológicas. A pesar de ello, en seis años no han recibido ningún apoyo por parte de las administraciones. Sólo, explica Yolanda, de la Unidad de Atención a las Víctimas del Terrorismo (Uavat). Fue su presidente, Roberto Manrique, quién los localizó y les explicó los mecanismos para poder ser reconocidos como afectados por el atentado. «Han pasado seis años y no ha cambiado nada», lamenta ella, que explica: «Nuestra vida se quedó allí y empezamos a vivir otra».
Opinión:
Solo aclarar que ni soy ni he sido el presidente de la UAVAT. Para es importantísima e imprescindible labor ha estado la psicóloga clínica Sara Bosch, excelente compañera con una extensa trayectoria en la asistencia a víctimas del terrorismo. Desde 1993 para ser exactos.
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