viernes, 9 de febrero de 2024

06 febrero 2024 (3) La Vanguardia (opinión)

 

06 febrero 2024 


 

Hablar de terrorismo sin hacer el ridículo

Javier Melero

Aunque les pueda parecer mentira con el montón de necedades que llevamos oídas los últimos días, les aseguro que hay gente que cuando habla de algo tan serio como el terrorismo lo hace con rigor y de manera que no ofende la inteligencia de nadie. La lástima es que no formen parte de esa categoría algunos togados, políticos y opinadores con mando en plaza que –bien es verdad que con un retraso de unos cuantos años– ahora califican de terrorismo las actividades de Tsunami Democràtic en el aeropuerto de Barcelona.

Por eso, aquí me tienen: dándole vueltas a un original concepto de terrorismo sin terror, sin armas ni atentados, sin asesinatos ni mutilaciones que, en la ciudad de las víctimas de Hipercor, de Ernest Lluch y de la Rambla del 2017, a alguien peor pensado que yo, podría parecerle una broma de mal gusto. Por no decir un insulto.

Entiéndanme. Es posible que los hechos por los que se acusa a Tsunami fueran delictivos, y que cualquier fiscal con dos dedos de frente deba investigarlos como alteraciones del orden público más o menos graves, pero cuando se abusa de la hipérbole buscando el efecto simbólico asociado a la etiqueta del terrorismo no solo se revientan las costuras de la ley. También las del sentido común. Por el mismo precio, el terrorismo se banaliza de manera intolerable como ya ha pasado con el genocidio y el fascismo.

Habla en serio de la cuestión Manuel Cancio, catedrático de Derecho Penal en la Universidad Autónoma de Madrid, cuando dice que “hechos como los que se agrupan en la causa Tsunami pueden ser calificados de terrorismo en Moscú, en Estambul o en Teherán. Nunca lo serían ni en Berlín, ni en París ni en Berna. Y en derecho, tampoco en Madrid”.

Y otro tipo razonable, Michael Burleigh, en su monumental historia cultural del ­terrorismo (Sangre y rabia, 2008), pone orden a las intuiciones que cualquier persona normal, es decir, que no practique el trilerismo que tanto gusta a algunos leguleyos sobrevenidos, puede tener sobre ese tipo de crímenes. Para ello, pasa revista a la crónica atroz que va desde los nihilistas rusos hasta la banda Baader-Meinhof; de los asesinos tanto lealistas como republicanos de Irlanda del Norte a los etarras ensimismados entre sotanas y lecturas del Che Guevara y a los yihadistas de Levante.

En definitiva, a lo que ustedes y yo siempre hemos calificado como terrorismo: la acción moralmente sórdida y criminal de aquellos sujetos para los que la destrucción que se ceba en cualquier víctima inocente constituye una compensación fugaz de un agravio real o imaginario, o bien de quejas más abstractas que son las causantes de su rabia y su histerismo. Mientras, sus víctimas solo tienen en común que un perdedor radical y resentido aspire a destruirlos o mutilarlos con tal de avanzar hacia un mundo cuya existencia prácticamente nadie desea.

Por eso, definir el terrorismo es también una cuestión moral. Si se quiere crear un concepto legal que abarque una atrocidad, habrá que estar a la altura de un terror que repugne a cualquier conciencia civilizada o dedicarse a otra cosa. Ben Emerson, relator especial de la ONU sobre lucha contra el terrorismo, al menos lo intenta y, aunque reconoce que no hay una definición de terrorismo acordada internacionalmente, propone una cuyo elemento esencial lo constituyan los ataques dirigidos de forma deliberada contra la población civil que supongan abusos graves contra los derechos humanos y sean totalmente incompatibles con los principios básicos de humanidad: “En el contexto de un conflicto armado, tales actos constituyen crímenes de guerra. Cuando forman parte de un ataque generalizado o sistemático contra la población civil, constituyen además crímenes de lesa humanidad”.

Como comprenderán, no hablamos de ocupaciones incruentas de aeropuertos, ni enfrentamientos más o menos agresivos con las fuerzas de seguridad: quien se refiere al terror y sabe de lo que habla se refiere a otra cosa.

El problema de la peculiaridad española en materia de terrorismo es que, después de la nefasta reforma del 2015 –promovida por el PP y asumida de forma entusiasta por el PSOE: ya saben, “sentido de Estado”–, la lamentable definición de nuestro Código –un engendro jurídico construido con materiales de derribo fusilados de aquí y de allá– puede permitir que un juez imaginativo investigue por terrorismo hasta a un grupo de ecologistas al que le dé por liberar al bou embolat.

Algunos avisaron de que podía pasar. Obviamente, nadie les hizo ni caso.

Opinión:

En tres líneas se resume toda la información: “Como comprenderán, no hablamos de ocupaciones incruentas de aeropuertos, ni enfrentamientos más o menos agresivos con las fuerzas de seguridad: quien se refiere al terror y sabe de lo que habla se refiere a otra cosa”.

Y, evidentemente, un servidor sabe muy bien de lo que habla. Gracias señor Melero por su excelente enseñanza.

Y si, también… “algunos avisaron de que podía pasar. Obviamente, nadie les hizo ni caso”. Y así ha sido durante años…

 

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