27 octubre 2013
Amarga justicia
La sentencia de Estrasburgo ha sido recibida como un aldabonazo, pero rara vez se encuentra un hecho tan previsible
La sentencia de Estrasburgo ha sido recibida como un aldabonazo. Sin embargo, rara vez cabe encontrar un acontecimiento tan previsible. Hace justo siete meses que escribí sobre la estrategia de Sortu en cuanto a la construcción de una memoria histórica favorable a ETA, presentando a sus víctimas como obstáculos para "la consolidación de la paz", llevadas por su "espíritu de venganza". Y apuntaba a continuación: "La inminente y justa abolición de la doctrina Parot —de su aplicación retroactiva— vendrá en ayuda de ese propósito". En este caso, la historia podía ser escrita antes de que sucedieran los hechos.
¿Por qué era justo suprimir la aplicación retroactiva de la doctrina Parot? No ciertamente porque los terroristas cargados de crímenes se hubieran hecho merecedores de beneficios. Existía en España una intolerable desproporción entre las condenas y su cumplimiento efectivo, más aun si el delincuente se hallaba cerca del poder, sin importar que el delito consistiera en una acción terrorista, como sucedió con los personajes condenados por su intervención en los GAL (casos Marey y Lasa-Zabala). Cierto que el problema concernía sobre todo a los etarras, y la reforma parecía pertinente. Lo arriesgado fue jugar con el principio de no retroactividad, aun cuando sí existan precedentes de la condena de un delito por una norma posterior al momento en que se cometió.
Ahí está el juicio de Nüremberg, donde los crímenes contra la humanidad nazis llevaron a una justicia ex post facto. Solo que aquí delitos y penas no tenían que ser revisados; solo su cómputo que alargaba deliberadamente los años de cumplimiento. Por eso, a la vista de la primera sentencia de Estrasburgo y del recurso del Gobierno, opiné que la citada supresión era “justa”, si bien pensando en la ausencia de cualquier forma de arrepentimiento y en las tragedias humanas causadas por sus asesinatos, su aplicación concreta ofreciese un balance de summum ius, summa iniuria. Pero resultaba muy difícil para un Tribunal Internacional consagrar en este caso la vulneración de la no retroactividad. Otra cosa es que debamos dar saltos de "alegría ciudadana" por ello.
Más pertinente parece adoptar una postura socrática, aceptando lo que antes o después había de
suceder, para reflexionar a continuación sobre el episodio y el desgarramiento causado a las víctimas. La responsabilidad del Gobierno reside, como tantas veces, en no estar preparado para esta muerte anunciada, y al mismo tiempo en no ensayar siquiera una labor pedagógica dirigida al conjunto de la sociedad y a las víctimas. Después de la primera sentencia de Estrasburgo, recurrirla era inevitable, pues de otro modo se admitía tácitamente que el gobierno y la judicatura española operaban frente a ETA desconociendo los derechos humanos. Algo muy distinto fue no percibir tras esa primera unanimidad que la causa estaba perdida. Y, en fin, era imprescindible dotarse de una explicación muy precisa, al llegar la sentencia, sobre la misma y sus consecuencias.
La euforia de la izquierda abertzale es lógica. Proclamará a los cuatro vientos que el fallo de Estrasburgo demuestra a los ojos de Europa que España viola los derechos humanos. La denuncia de esa injusticia servirá de aliciente para nuevas y crecidas movilizaciones y el regreso de los parots a sus lugares de origen, provocará actos colectivos de adhesión a ETA, a través de sus veteranos. El Gobierno vasco se sumará a la subida de la marea y el PSE mantendrá sus críticas. Todo ello supone un paso más en la dirección apuntada de insistir sobre la equidistancia entre todas las víctimas, mientras “los nuestros” son ensalzados. El tema de la memoria histórica encalla, también por el PNV, mientras se atenúa la exigencia de que ETA entregue cuanto antes las armas y se autodisuelva.
Para nada cabe confundir la creciente satisfacción de todos los vascos ante el alejamiento del terrorismo (perdón, de la violencia) con una desaparición efectiva de ETA. Sigue viva en el imaginario abertzale y se proyecta sobre el conjunto de la sociedad bajo la piel de cordero que proporciona la aspiración a la paz. Nadie se fija en que si todo va tan bien, no tienen sentido las continuas invocaciones abertzales a consolidar la paz y las denuncias dirigidas contra el Gobierno por obstaculizarla. ETA sigue ahí, aun con su debilidad agónica. Claro que con los parots en la calle, la ausencia de dirigentes, y duros, puede encontrar solución y al calor del nuevo optimismo, relanzar su presión. La historia no ha acabado y con la sentencia de Estrasburgo la "alegría ciudadana" está fuera de lugar.
La responsabilidad del Gobierno reside, como tantas veces, en no estar preparado para esta muerte anunciada
El regreso de los parots a sus lugares de origen provocará actos colectivos de adhesión a ETA
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