23 febrero 2104
Ponerse en la piel del otro
Jesús Loza Aguirre fue comisionado del lehendakari para la Convivencia en el Gobierno de Patxi López.
FERNANDO BUESA nos solía decir que a la hora de afrontar cualquier negociación era muy útil tratar de ponerse en la piel del otro para así conocer cuál era su situación, sus fortalezas y sus debilidades, lo que consideraba fundamental y lo que para él era accesorio. Siempre con el objetivo de buscar un acuerdo que mejorase la vida de los ciudadanos y que pudiera cumplir las expectativas que las dos partes traían a la negociación.
A Fernando lo asesinaron hace 14 años los que cosificaban al otro convirtiéndolo en un enemigo sin rostro, los que nunca contemplaron la negociación con ese otro, sino la simple y pura imposición de sus postulados totalitarios y excluyentes apoyados en el terror, los que nunca imaginaron que tendrían que hacer lo que en estos últimos dos años el Estado de Derecho les está obligando a llevar a cabo: tratar de conocer al otro, a ese Estado de Derecho que les está derrotando. Conocerlo para minimizar daños, por una parte, para dejar el menor número de pelos en la gatera de su derrota, y para tratar de justificar su siniestro pasado a través de un relato basado en la supuesta existencia de un conflicto y de dos violencias enfrentadas.
Y como son hábiles, están aprovechando nuestras debilidades, que las tenemos y que conocen, para llevar a cabo sus objetivos, sin que exista, hasta donde yo conozco y aprecio, una actitud similar por nuestra parte para encarar el final definitivo del terror, una vez conseguido el objetivo más importante: el cese de la actividad terrorista. En la consecución de ese objetivo, los directamente implicados en la lucha contra el terrorismo en el campo policial sí han utilizado ese tipo de táctica. Lo que no tengo tan claro es que se continúe con esa actitud en este momento en el que los retos son más políticos que policiales.
Reconozco que no es fácil en este contexto seguir las palabras de Fernando Buesa y tratar de ponernos en la piel de quienes nos han amenazado, insultado e incluso asesinado. Pero deberíamos hacerlo. Si lo hiciéramos, nos daríamos cuenta de que tenemos enfrente a una parte minoritaria pero significativa de nuestra sociedad, que ha vivido durante decenios en una burbuja dominada por el fanatismo y el odio al que piensa o siente diferente; una burbuja autosuficiente capaz de llenar la vida ordinaria de sus miembros. Una parte de nuestra sociedad gobernada desde una estricta disciplina militar por un núcleo dirigente muy activo, un grupo social con un alto grado de movilización y de trabajo para la causa, lo que, unido al fanatismo antes apuntado, ha llevado a muchos jóvenes a implicarse directamente en la práctica del terrorismo.
A esa parte de la sociedad se le vendió la idea de que la derrota era imposible, que ETA era imbatible, que existiría como poco un empate perpetuo y que, más pronto que tarde, el Estado se vería abocado a claudicar y negociar ante la heroica lucha de unos jóvenes activistas apoyados por un pueblo militante y bajo la dirección de una organización infalible.
¿Y qué observa en estos momentos esa parte minoritaria pero significativa de nuestra sociedad? Que la organización militar que los ha liderado y aglutinado está derrotada, que ha cesado en su actividad sin conseguir ninguno de sus objetivos políticos, que los dirigentes civiles que los han guiado han aceptado sin rubor las leyes que hasta hace pocas fechas consideraban inasumibles, que han logrado gobernar instituciones -algo que ya hacían antes de la ilegalización-, y además, instituciones en las que ondea la bandera que tantas veces han quemado, y a las que les preocupan más las basuras que los principios. Y se preguntan estupefactos si esto no se podía haber hecho antes.
Al mismo tiempo, advierte cómo sus héroes, los presos, mucho más aislados aún que ellos, no entienden nada de lo que está pasando. No quieren creer que hayan tirado su vida para nada, y que hayan destrozado también otras vidas para nada, aunque no lo reconozcan o les cueste reconocerlo. Y que el pueblo al que creían representar está más preocupado por mantener su puesto de trabajo que por traerlos a casa, y que se moviliza como mucho una vez al año, hacia Navidad. Y luego, yo en el mako y hasta el año que viene.
Es decir, nos encontramos con la suma de unos dirigentes que han hecho la ciaboga sin ponerse colorados por sus contradicciones y que tratan de disfrazar esas contradicciones y los engaños a los suyos queriendo hacerles ver que han ganado, que su lucha y su sacrificio ha tenido sentido, aunque la realidad cotidiana les diga exactamente lo contrario. Y a corto plazo lo están consiguiendo. El fanatismo estaba muy arraigado y el shock de afrontar la cruda realidad genera en un primer momento estupor, incredulidad y parálisis, en esas estamos, aunque también brotes de insumisión. Por desgracia, la desunión del resto y algunos exabruptos de algunas de sus víctimas les están ayudando en vender el disfraz.
Y los presos de ETA entienden todavía menos. Han pasado de héroes a constituir un problema para la trama civil que les ha llevado a allí. La que les dice que cuando salgan de prisión después de veintitantos años en primer grado no deben hacer alardes ni aceptar homenajes. Esa misma que les impedía hasta antes de ayer acogerse a beneficios penitenciarios. La que acaba de renunciar a la amnistía y ahora deambula entre asesores internacionales y foros sociales tratando de convertir el fracaso (no habrá amnistía) en éxito (cumplir la legalidad, pero lo menos posible).
Podría seguir, pero sería redundante. Lo que quisiera transmitir es que nos encontramos con una parte de nuestra sociedad que mezcla en este momento fanatismo y frustración, un cóctel muy peligroso para la convivencia. Y, ante un reto de semejantes dimensiones, tenemos que seguir el magisterio de Fernando Buesa: tener en cuenta lo aprendido tras haberse puesto en la piel del otro a la hora de construir políticas de paz, libertad y convivencia. Y una vez conocido lo que pasa en el mundo de Batasuna, nos tenemos que creer más la victoria del Estado de Derecho y desterrar posturas radicales que nos quieren hacer ver que la democracia ha sido derrotada, porque eso mismo es lo que trata de vender quienes apoyaron la violencia. Tenemos que actuar combinando firmeza e inteligencia, y dejando de lado cálculos electorales y legítimos intereses partidarios. De alguna manera, Fernando nos ayudará en este camino.
Opinión:
Mi amigo Jesús Loza acierta nuevamente en su análisis. Pero le ruego que vaya con cuidado con aquell@s que, aunque se hacen pasar por amigos y le piden favores antes y ahora. Esa gentuza se están vendiendo al mejor postor político y con personajes así es mejor ir con mucho cuidado porque te clavan el cuchillo por la espalda e intentan desacreditarte creyéndose los dueños del cortijo. Conmigo lo intentaron pero me di cuenta a tiempo y aunque lo siguen intentando su ignorancia queda más evidente.
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