12 enero 2017 (24.08.14)
Belén no quiere ser
“menos víctima”
Belén Sanz Urcía sufrió un atentado en 2005 cuando
trabajaba para Unión Fenosa en Egipto. Casi ocho años después, ella y su
familia siguen batallando para que se le reconozca como víctima del terrorismo.
Luchan para que no haya víctimas de primera y de segunda.
Si hay algo que desea Belén
Sanz Urcía es
pasar página sobre el atentado que sufrió
en julio de 2005 en Egipto, en el que perdieron la vida 90 personas. Sus
heridas no revistieron la gravedad que las de dos de sus compañeros de trabajo,
pero el precio que tanto ella como su familia han pagado en estos años se
antoja demasiado alto a tenor de sus testimonios.
A sus espaldas cargan con casi ocho años de lucha,
un tiempo de espera que pasa factura cuando se asiste impotente al enredo
burocrático de una Ley,
la de Reconocimiento y Protección
Integral a las Víctimas del Terrorismo, que, a falta de que se resuelvan las
alegaciones, distingue -según la protagonista de esta historia- entre “víctimas de primera y de
segunda".
Belén, una joven de 33 años,
ingeniera química, ahora en paro, reside desde hace unos años en Barcelona con
su compañero y su hijo de corta edad. Casi ocho años después del atentado sigue
peleando para que se le reconozcan los mismos derechos que a cualquier otra
víctima que haya sufrido una experiencia similar, ya sea en el extranjero o en
España.
Aprovechando la navidad se ha
refugiado unos días con su
familia en Granada, en el barrio del Albaicín, donde recalaron
sus padres, oriundos de Valencia, cuando ella apenas tenía tres años y
donde ha pasado buena parte de su vida.
El atentado
Belén cuenta que, recién acabada la
carrera, consiguió un trabajo en Unión
Fenosa, grupo empresarial que hoy pertenece a Gas Natural.
Entonces se sintió afortunada por la oportunidad de iniciar su formación
profesional en una planta de licuefacción de gas, situada en el Delta del Nilo.
Aprovechando uno de sus descansos, decidió, junto con un grupo de compañeros,
pasar unos días en la zona turística de Sharm
el Sheij, junto al mar
Rojo, lugar elegido por Al
Qaeda para
sembrar el terror con varias explosiones en cadena que acabaron con la
vida de 90 personas.
“Lo cierto es que no recuerdo nada,
sólo que tenía cortes en las piernas, el abdomen y en la frente, también
quemaduras de tercer grado en la espalda ,y que me tuvieron que intervenir para
sacarme cristales y metralla”, explica Belén, quien sería repatriada a
España junto al resto de españoles heridos.
Atenta a las explicaciones de Belén se encuentra su madre, Pilar Urcía,
quien ha vivido en primera persona el calvario de su hija. En la actualidad es
la delegada en Granada de la Asociación
Andaluza de Víctimas del Terrorismo y, al igual que su marido, acude a
seminarios, coloquios y otro tipo de encuentros para contar su experiencia. De
sus palabras se intuye que también ella ha sacrificado muchas cosas, pero se
mantiene discretamente en un segundo plano, tomando la palabra sólo para
puntualizar algunos detalles de una historia dolorosa.
Se enteró del atentado por su
marido, que escuchaba la radio de madrugada, pero no supieron hasta el día
siguiente que su hija había resultado herida. Ella mismo llamó por teléfono
para tranquilizar a la familia e inmediatamente después fue repatriada a España
en un avión hospital. “La empresa, al principio, se portó bien. Cubrió los gastos
médicos y nos pagó la estancia en Madrid, pero al mes la obligó a regresar a Egipto, no
le ofreció un puesto de trabajo en otro lugar, sin tener tampoco en cuenta que
necesitaba un tratamiento psicológico”, recuerda Pilar.
De hecho, Belén no aguantó mucho tiempo en Egipto, se
derrumbó psicológicamente. Le superó el miedo a otro atentado, y se vio
obligada a solicitar una baja y a refugiarse con su familia en Granada.
Requirió para ello de la ayuda de un psicólogo, cuyas sesiones abonó de su
bolsillo. Luego llegaría la comunicación de la empresa prescindiendo de sus
servicios, un golpe más que encajar.
“[El atentado] me jodió mi vida profesional”, confiesa
Belén, quien con el tiempo lograría un empleo en Barcelona, relacionado
con la ingeniería mecánica, que la crisis se encargaría de echar por tierra.
En todo este tiempo, tanto ella
como su familia tenían la confianza depositada en que, al menos, la nueva Ley
de Solidaridad con las Víctimas del Terrorismo, promovida por el gobierno
anterior de José
Luis Rodríguez Zapatero, no les diera la espalda.
En un primer momento, cuando se
conoció el borrador de la ley, quedó excluida como víctima. Belén recibió una
comunicación de Presidencia en la que no se le reconocía como damnificada.
Luego se reabrió su caso pero, muy a su pesar, sigue siendo “menos víctima” que
las personas que han sufrido un atentado en España.
Existía además cierta ambigüedad a la hora de interpretar
los apartados referidos a las víctimas en acciones cometidas en el extranjero,
como el hecho de que tuviesen que ser organizaciones terroristas que golpeasen
intereses españoles o que operasen en España.
En cualquier caso, y a falta del
reglamento que desarrolle la ley, Belén, con “lesiones no invalidantes”, tiene
derecho, según el artículo 22 y siempre que oficialmente se le reconozca
como víctima, a “una
ayuda estrictamente económica” que sólo alcanza el 50% del baremo que establece
la propia normativa.
“No tiene sentido, yo sufrí un
atentado, y tengo informes médicos y psicológicos que lo atestiguan. Como
española residente en el extranjero sólo puedo tener derecho al 50% de las
ayudas y una extranjera en España, víctima de un atentado, percibirá el 100%.
Si tengo que acudir a la
Justicia , lo haré”, advierte.
Aclara, no obstante, que no le
mueve el interés por obtener una indemnización, sino el deseo de ‘disfrutar’
del triste privilegio de ser considerada una víctima más. “Vivir un atentado en
el extranjero, en la distancia, es muy duro. Eso no te lo pagan con dinero”,
sostiene Belén, que admite desde entonces padecer cierta obsesión por la
seguridad, el precio que pagan muchas víctimas de la barbarie. “Espero que, de una vez por
todas, se apruebe la Ley
y podamos descansar”.
Opinión:
Para empezar, un abrazo enorme para Belén y agradecerle que
haya recordado esta entrevista. Ya han pasado dos años y medio de su publicación.
Es un enorme honor conocerla y haber colaborado con ella en todo lo posible
tras su atentado, al igual que con otras muchas víctimas de atentados en el
extranjero. Víctimas de atentados en Marruecos, en Egipto, en Yemen, en Gran
Bretaña…. enormes personas todas ellas, magníficos ejemplos de paciencia y dignidad.
Leyendo la entrevista me vienen recuerdos de una ponencia
que presenté en la Comisión
del Ministerio de Interior en octubre de 2010, proponiendo ciertos cambios en
la legislación, tanto la entonces vigente como la que pudiera aprobarse tiempo
después. Uno de esos cambios trataba sobre la equiparación de las víctimas
españolas que sufrieran atentados en el extranjero y fue sorprendente ver que,
de todas las entidades, asociaciones, fundaciones y demás siglas allí
presentes, solo una accedió a apoyar mi propuesta. Curiosamente, la que más víctimas
de terrorismo yihadista tiene en España. Eso fue lo sorprendente. Lo indignante
fue escuchar a cierto político (después llegó a ministro) diciendo que “el
Estado español no puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos fuera de
territorio nacional”.
La verdad es que, desgraciadamente y aunque sea su obligación,
el Estado tampoco la garantiza dentro.
Y a Belén decirle que, como ella bien sabe, ahí estamos
algunos luchando conjuntamente y haciendo equipo para conseguir esos cambios.
En este blog se podrán encontrar numerosas pruebas de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario