29 octubre 2018
Tormento para
herejes en La Rambla
Si John Lennon traspasara
esas regiones oscuras que hay entre el ser y el no ser, si cruzara la avenida
de la nada para llegar a Barcelona, si desde arriba abriera
los ojos, vería bajo el bello sol de una mañana de domingo a los que todavía
tienen vida cantando Imagine, ese himno azul de la esperanza. Sus ojos vacíos
mirarían el boscaje humano y vegetal de La Rambla un año
después del terrible atentado terrorista.
El independentismo, entonces, confundió su bandera con la
de la sangre inocente, quiso mostrar al mundo un estado propio que sale de la
placenta de un dolor ajeno. Cuando termina el acto, La Rambla se pone su mejor
vestido de multitud andante. El turismo destella bajo un sol pacífico. Los
puestos de periódicos, flores, enseñas pintorescas, se desviven en el bullicio
por agotar sus existencias. La gente por fuera sigue como si no hubiera pasado
nada pero por dentro un agua ácida quema la garganta.
Ana Terradillos, con la gravedad de lo excepcional
y amargo en su rostro, escucha a una anciana decir con ojos de lamento que no
vuelvan a matar más. Intenta una pasar página pero no puede, dice Matilde enfrente de una Boquería que
ahora vibra feliz en los ojos escrutadores de los extranjeros, y ayer acalló su
alma humana con los gritos de los mossos detrás de la huida de los terroristas.
El suelo piel de cebra de Las Ramblas escucha el rasgar de
las zapatillas. En la memoria suenan los zigzagueos de la furgoneta blanca. Las
voces de alarma. Qué rápido llegó la muerte. ¡Desalojen la plaza, ataque
terrorista! Hay imágenes que aún aterran porque son la escritura pertinaz de un
terrorismo islámico de crueldad infinita. Despojos, cuerpos tendidos, sangre
triste, motocicletas tiradas... Carlos Andrés no había
vuelto desde entonces. La furgoneta le rompió un codo. Quiso huir de ella y se
acercó a su recorrido. A punto estuvo de no cumplir los 38 años. Con semblante
de viajero, mochila a la espalda, mirada de lejanía, le dice a Ana que lleva un
año en España, que es de Colombia.
Entre la multitud de gente, dentro del corazón global de La Rambla , cuenta Carlos que
de repente el mundo se deshizo de su monotonía, vio sangre de niños y mujeres,
la acera rumiando soledad y desorden, múltiples huidas. Confiesa que todavía
toma calmantes para dormir, y que estuvo ocho o nueve meses sin salir de casa.
Con las lágrimas vertiéndose por una mirada compungida, mirando el lugar donde
estaba, dice que creyó no volver a ver jamás a sus hijas, estaban en Colombia,
de seis y siete años.
El viento de La
Rambla está lleno de miradas. La memoria se disuelve en el
rumor de un día cualquiera. Los velocípedos, sesteando en las aceras, aguardan
volver al rugido de las calles. Mucha gente no sabe que está pasando por el
suelo que tuvo sangre de muertos, pero hay que seguir adelante, los terroristas
no deben hacer estallar nuestra vida cotidiana. Óscar, testigo, cuenta que
estuvo desde las cinco de la tarde hasta las once y media de la noche escondido
en un comercio. Después los mossos los llevaron en fila hasta la Plaza de Cataluña. Jamás se
olvida, dice Matilde delante de su puesto La Flor de la
Rambla.
Ella
siente que puede volver a ocurrir. Tuvo el puesto cerrado desde el jueves hasta
el lunes. Ocurrió en la hora mala de la siesta, si en
vez de ser a las cinco menos diez es a las seis de la tarde provocan una
masacre. Matilde tiene un uniforme azul y blanco de tendera donde hierve el sol
de la mañana. Rachida, marroquí, diecinueve
años en Cataluña, detrás del mostrador de la pastelería dice que los
terroristas no tienen ni puta cabeza. Les comen el seso y pierden la realidad,
se pierden en la locura sentencia.
Bajo el sol aún herido de La Rambla partimos hacia Ripoll. Cruzamos umbrías y
hondonadas, nos acercamos a los Pirineos. Desde el coche miro
bosques de quejigos, hayedos, solanas verdes. Los nombres de los terroristas
dan un pulso amargo en mi cabeza. Moussa Oukabir, Said Aallaa, Mohamed Houli Chemlal, Younes Abouyaaqoub... Hemos
quedado con un íntimo amigo de la mayoría de ellos. Mientras cruzamos la sierra Milany-Santa Magdalena miro el
cielo limpio. Tengo frescos en mi memoria algunos datos del Corán. 80 versículos hablan
sobre la gehena, el lugar de tormento para los pecadores. El kufr (el rechazo a Alá) y sus derivados en 518. El
suplicio en más de 370. De 3.000 versículos 518 tratan del castigo. El infierno
se menciona 80 veces. Se insiste en que los infieles vivirán eternamente en el
fuego. «A quienes sean infieles se les confeccionará un vestido de fuego; desde
su cabeza se les verterá agua hirviendo, con la que se licuará lo que hay en su
vientre y en su piel. Tendrán azotes de hierro. Cada vez que, angustiados,
quieran salir del fuego, se les dirá: «¡Gustad el tormento del fuego!» (22,20-23).
Llegamos a Ripoll y comenzamos a buscar el rastro de los
jóvenes asesinos. Calles con viviendas de pocas plantas, estrechas, de
semblante obrero. Ese tumulto de contenedores en las esquinas. Imagino el
trasiego de esos chavales por allí mirando el túnel que cruza la ciudad,
sentados en cualquiera de los bancos de la plaza, riendo o mirando a los
desconocidos. Hablamos con mucha gente y nadie imaginaba, ni siquiera su amigo
más íntimo, la locura que bullía en aquellas cabezas instigadas por el imán Abdelbaki Es Satty, muerto en
la explosión de Alcanar.
Uno nació aquí, Moussa, el más pequeño, los otros fueron
viniendo. Su hermano, el Younes, era un poquito más mayor. Habla el amigo
íntimo que desea el anonimato o cobrar un dinero que Ana le niega. La noche anterior
estuvo con ellos. Le gustó el jersey de Said y le dijo que se lo dejara un día.
Furtivo comenta que éste ha largado de todo y está arrepentido. Habla escondido
detrás de un árbol. Lleva una cazadora oscura de cuero. El río por abajo rompe
su paso con el perfil de las piedras. Dice que el imán no se hizo notar, iba de
la mezquita a su casa y viceversa y luego aleccionaba a los chavales a
escondidas.
Llegamos a la plaza Gran. Piedras blancas, árboles
esqueléticos, soportales de perfil gerundense, bancos de moderna efigie. La paz
de la mañana es inmensa. Los familiares de los terroristas apenas salen a la
calle. No los ve la gente. Preguntamos a unas y otros. Dicen que no hay
islamofobia ni se retuerce la memoria por la matanza de Las Ramblas. Después del
atentado hubo una manifestación de los vecinos exculpando a las familias. Los
asesinos son una minoría. Los padres están destrozados. Los educaron como
todos. La paz, el cariño, el amor, no matar a nadie, no hacer daño a nadie.
Ripoll tiene un aire a Gerona en esa belleza adusta y mediterránea. Los
terroristas rompieron su educación con las soflamas de un imán lleno con la
locura de un Dios vengativo. Esta gente vivía aquí, los conocían de verlos
pasar y jamás imaginaron lo que harían. Se paseaban, iban con los amigos,
jugaban al fútbol... Paseas por Ripoll y parece que jamás ocurrió aquello, que
jamás en la oscuridad de las palabras de un imán se estaba escondiendo la
muerte para poner su sello en los niños, en cualquiera que el azar pusiera
delante de su guadaña.
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