14 junio 2020
La trama del 11M y la
técnica para fabricar una teoría de la conspiración
El mayor atentado terrorista en la historia de España
originó una cadena de bulos y mentiras con la que El Mundo intentó
salvar la responsabilidad de Aznar y el PP en la tragedia
¿Cuándo se empezó a hablar de teorías de la conspiración?
Hay algo que era inevitable. Existe una teoría de la conspiración sobre el
término 'teoría de la conspiración'. Tiene que ver –esto no es una sorpresa–
con la CIA y
cuenta que fue el espionaje norteamericano quien la creó en los años 60 para
describir en términos peyorativos a los que cuestionaban la versión oficial del
asesinato de Kennedy. En realidad, la expresión ya se utilizaba en inglés a
finales del siglo XIX. Su uso aumentó en los años 50 y se extendió con fuerza
en la década posterior, cuando los norteamericanos comenzaron a desconfiar de
su Gobierno en una época de turbulencias políticas y sociales.
Siempre ha habido bulos y rumores a lo largo de la
historia, algunos propagados desde el poder, otras veces desde los grupos que
intentaban asaltar el poder y también desde la misma calle para rellenar los
espacios que quedaban vacíos en la información que llegaba desde arriba. Por
otro lado, las conspiraciones existen. En casi todas las guerras, algunas
personas han tramado la forma de desencadenarlas intentando no dejar rastros
que les pudieran delatar.
¿Cómo se fabrica una teoría de la conspiración? ¿Por qué
algunas se extienden con rapidez y otras desaparecen o quedan circunscritas a
individuos estrafalarios? Lo primero que hay que saber es que es más fácil que
se produzcan en épocas de gran tensión social. Una guerra, una crisis
económica, una pandemia o un tiempo de convulsiones políticas son momentos
propicios para ellas. Las fabulaciones se mezclan con los hechos conocidos.
Algunos protagonistas políticos las propagan para perjudicar a sus adversarios.
Otros en posiciones de poder las apoyan para evadirse de su responsabilidad.
Atrapado por sus declaraciones anteriores en las que negaba
la gravedad de la crisis del coronavirus – “Va a desaparecer”. Algún
día, será como un milagro y habrá desaparecido"–, Donald Trump decidió que
el alto número de casos no le permitía seguir manteniendo esa ficción y que
había llegado el momento de culpar a China y de sugerir que los chinos eran los
responsables de haber dejado escapar el virus. No es lo que decían los
servicios de inteligencia de EEUU. "Puedo decirle que hay pruebas
significativas de que todo esto vino de un laboratorio de Wuhan", dijo su
secretario de Estado, Mike Pompeo, siempre presto a salir en público en ayuda
de las afirmaciones más polémicas de su jefe. La lógica es clara: si la culpa
es de China, no puede serlo de Trump.
Trump tiene motivos para apuntar hacia fuera. En noviembre
se juega la reelección en las urnas. En política, hay otro uso rentable de las
teorías de la conspiración. A posteriori, sirve para absolver las
responsabilidades anteriores. Es lo que ocurrió en España tras las elecciones
de 2004. La conspiración que El Mundo llamó inicialmente "los agujeros
negros del 11M" sirvió al Partido Popular para intentar blanquear la
decisión del Gobierno de José María Aznar de asignar rápidamente a ETA la
responsabilidad de los atentados que mataron en 2004 a 191 personas a tres
días de las elecciones.
"ETA buscaba una matanza en España". Fueron las
primeras palabras pronunciadas por el ministro de Interior, Ángel Acebes, a la
una y media de la tarde del 11 de marzo, unas cinco horas después de las
explosiones. La celeridad en anunciar el nombre de la organización terrorista
responsable procedía de un cálculo político. Esa versión buscaba descartar que
se pensara en un atentado yihadista que la opinión pública podría haber
relacionado con una represalia contra España por el apoyo de Aznar a la
invasión de Irak en 2003.
El temor en Moncloa era muy real. En su libro 'Memorias
heterodoxas de un político de extremo centro', José Manuel García Margallo,
ministro de Exteriores con Rajoy, recuerda una conversación con dos de los
asesores más directos del entonces candidato a la presidencia: "Cuando al
rato entraron Pedro Arriola y Paco Villar, les pregunté: 'Pero, ¿sabemos quién
ha sido?'. 'Todavía no' —me respondieron—. Si ha sido ETA nos salimos del mapa,
pero si han sido los yihadistas, nos vamos a casa'".
Se fueron a casa y fue después cuando empezó a armarse la
teoría alternativa a la realidad. Originada en el diario El
Mundo, dirigido por Pedro J. Ramírez, y apoyada por la COPE , en especial en las
tertulias del programa presentado por Federico Jiménez Losantos, negaba la
autoría de un grupo de fanáticos yihadistas y seguidores de Al Qaeda y
confirmaba a posteriori las sospechas iniciales del Gobierno del PP apuntando a
ETA. Después, cuando la conspiración fue haciéndose más confusa, se señaló a
los servicios secretos marroquíes o a sectores de la Policía cercanos al PSOE.
Algunos estudios sobre teorías de la conspiración indican
que son habituales entre perdedores, tanto en el sentido irónico como en el
literal. Es más fácil creer que hay un fraude oculto cuando tu partido ha
perdido las elecciones y piensas que la victoria le ha sido arrebatada de forma
injusta o ilegal. Eso es lo que favoreció que entre los votantes del PP
persistiera durante años la idea de que Aznar tenía razón. En un estudio y
encuesta realizados en 2018, todavía un 53% de votantes del PP creía que
era total o bastante cierto que ETA estuvo involucrada en los atentados del
11M.
Sólo estaban siguiendo las pautas marcadas por su partido.
Durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero, el PP planteó en el Congreso 400
preguntas por escrito que servían de eco parlamentario de las
informaciones de El Mundo e imprimían en la mente de sus votantes que ETA podía
haber intervenido en la matanza, contra lo que sostenían la investigación policial
y judicial.
Una teoría de la conspiración se servirá de las posibles
inconsistencias que se vayan produciendo en la versión oficial. Sin embargo,
será más efectiva si se ocupa desde el principio de intentar desmontar
elementos fundamentales de las investigaciones. Es lo que hace El Mundo en su
primer artículo sobre el tema, publicado 39 días después de los atentados, el
19 de abril. Ahí se duda de la veracidad como prueba de la mochila con una
bomba que no llegó a estallar y que se encontró en la noche del 12 de marzo en
la comisaría de Vallecas entre los objetos recuperados del lugar de los hechos.
El teléfono móvil que se encontraba en su interior dio las pistas que
permitieron las primeras detenciones.
Es fundamental desacreditar ese hallazgo, como también la
operación en que se localizó a varios miembros del comando en una casa de
Leganés. Durante el asalto, los terroristas activaron los explosivos que
guardaban y murieron en el acto. A esa operación, El Mundo la llama "la
farsa de Leganés". Un policía murió en la explosión. Ya se dejaba claro
que los responsables de la trama estaban dispuestos a todo con tal de conseguir
sus siniestros objetivos.
En 2006, El Mundo tituló en portada que "la 'mochila
de Vallecas' no estaba entre los objetos que la Policía encontró en el
tren", un dato negado ante el juez instructor por un mando policial y
cinco agentes. Mariano Rajoy dijo que esa noticia era "enormemente
grave", porque podría "anular la investigación" y el sumario
judicial.
Una vez planteada la duda y cuestionada la credibilidad de
la investigación, cualquier mínimo detalle sirve para mantener viva la idea de
conspiración. Se trata de generar incertidumbre, no de presentar pruebas
sólidas. El Mundo informó de que la furgoneta Kangoo empleada por los terroristas
"tenía una tarjeta del Grupo Mondragón en el salpicadero". La policía
confirmó después que era de una empresa de Madrid llamada Gráficas Bilbaínas.
Además, había en el interior una casete de la Orquesta Mondragón.
Pedro J. llamó "patulea de vagos y mentecatos" a los que se rieron de
su periódico por la extravagante invención.
Lo mismo ocurrió con la trama periodística del ácido
bórico, una sustancia de aplicaciones sanitarias e industriales. En el piso de
un yihadista relacionado con el 11M en Lanzarote, se había encontrado ese
producto que el sospechoso empleaba "para matar cucarachas". Tres
años antes, también se había hallado en la vivienda de un etarra en Salamanca.
Unos peritos policiales incluyeron en un informe esa coincidencia que no tenía
ningún valor probatorio. Como sus superiores eliminaron la referencia ("no
eran más que elucubraciones y consideraciones subjetivas sin fundamento
científico alguno"), El Mundo lo convirtió en sus titulares de portada en
"el informe ETA/11M" falsificado por el Gobierno.
Cualquier protagonista de la historia, por cuestionable que
sea, puede servir para alimentar la producción de titulares y que vayan en la
dirección deseada. El Mundo decidió defender la causa de uno de los que
terminaron siendo condenados por su participación en el atentado, Jamal Zougam,
a pesar de las pruebas y declaraciones de testigos que existían en su contra.
Era un héroe improbable,
pero no había muchos más para elegir.
Otro personaje de pasado turbio, José Emilio Suárez
Trashorras, condenado por vender los explosivos, recibió honores de portada en
tres días consecutivos. En una entrevista firmada por Fernando Múgica, afirmó
que "todo estaba controlado por los Cuerpos de Seguridad". El titular
principal destacado el primer día era: "Soy víctima de un golpe de Estado
encubierto tras un grupo de musulmanes".
El propio periódico lo había descrito en el primer artículo
de "los agujeros negros" como una persona con "problemas psiquiátricos".
Sus motivaciones eran más prosaicas. "Mientras el periódico El Mundo
pague, si yo estoy fuera, les cuento la Guerra Civil ", había contado a sus padres,
según informó El País.
Un elemento básico del andamiaje conspiratorio consiste en
desprestigiar a los expertos. Quieren ocultar algo para librarse de su
responsabilidad o están vendidos a intereses ocultos. De ahí que fuera básico
que El Mundo atacara a los funcionarios públicos que participaron en la
investigación con el objetivo de minar su credibilidad. Ni siquiera cuando se
celebró el juicio y se publicó la sentencia en 2007, dejaron de hacerlo. Pedro
J. Ramírez acusó a quince jueces, fiscales y policías de haber impedido que se
investigara el crimen con su negligencia.
“Es muy probable que algunos inocentes hayan
sido condenados y no cabe duda de que hay grandes culpables en libertad, pues
nadie ha sido juzgado y condenado por suministrar el Titadyn", dijo el
periodista. La sentencia probó que el explosivo que destruyó los trenes era
Goma 2 robada de una mina de Asturias. Para los conspiradores, resultaba básico
plantear que se había utilizado el más usado en esa época por ETA.
"Yo no sé lo que ocurrió el 11M", dijo Ramírez en
2009, después de que se conociera la sentencia. Dos años antes, había
escrito que era lógicoque "cada día vaya cobrando más cuerpo entre los
expertos la tesis de que ETA habría aportado asistencia logística a los autores
de la masacre". Los 'expertos' eran aquellas personas a las que el
periódico concedía ese título por ayudar a justificar la conspiración.
"¿Esto va a quedar así?"
Cuanto más poder tengan los que promueven las teorías de la
conspiraciones, menos posibilidades de que paguen por los bulos, mentiras e
insinuaciones. Es lo que se preguntaba Irene Lozano –entonces diputada de UPyD,
hoy secretaria de Estado– en un artículo en ABC: "Entonces, ¿esto va
a quedar así? ¿Nadie es responsable de las mentiras de la investigación del
11-M? (refiriéndose a "los periodistas que vendieron bulos por
noticias" y a los políticos que les dieron crédito). ¿Nadie en los medios?
¿Nadie en los partidos? ¿Absolutamente nadie y caso cerrado?".
Eso es lo que pasó, aunque políticamente siempre hay
consecuencias. La apuesta del PP por aprovechar la trama periodística del 11M
para negar la legitimidad del Gobierno de Zapatero no tuvo fruto en las urnas.
En las elecciones de 2008, Rajoy volvió a ser derrotado.
Sería un grave error subestimar la capacidad de las teorías
de la conspiración de influir en la sociedad y en el sistema político. El
historiador norteamericano Stephen Ambrose recordó que esas invenciones sobre
hechos del pasado pueden tener efectos cruciales en el presente: "La
llegada de los nazis al poder, el rearme alemán y la Segunda Guerra
Mundial quizá no se hubieran producido sin la creencia ampliamente extendida en
Alemania en la conspiración de la puñalada por la espalda" (la supuesta
traición de los políticos que hizo que los militares alemanes perdieran la Primera Guerra
Mundial).
Las teorías de la conspiración pueden parecer a veces
absurdas o vergonzosamente partidistas. Hay gente que piensa que refutarlas
sólo sirve para darles notoriedad. Pero tienen consecuencias.
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