17 marzo 2022
Jon Sistiaga: "El País Vasco vive en un clima de idílica amnesia colectiva"
Jon Sistiaga (Irún, 1967) ha desembocado en la novela con la naturalidad del contador de historias vocacional. Aprendió el oficio bajo las bombas, en el País Vasco, en los Balcanes, en Irak. Como reportero viajó una y otra vez al corazón de las tinieblas, semillero del odio. Después de entrevistar a yihadistas enloquecidos, patriotas del amonal, macheteros en Ruanda y narcos mexicanos, le faltaba la asignatura pendiente de la ficción. Con Purgatorio se adentra río arriba de la causa vasca, que prometió a sus acólitos un valhalla terrenal, de pintxos e ikastolas, ska y buen rollito, a condición de exterminar a cientos de conciudadanos y poner en pie una patria infectada de xenofobia. De la tiranía etnolingüística y sus verdugos, del impuesto revolucionario y el tiro en la nuca, de los árboles que dan nueces y chupan sangre y de los himnos revolucionarios y la memoria de los niños abrasados, vestido de entomólogo del horror, el escritor saca los materiales para una narración feroz.
Purgatorio está incardinada en el País Vasco posterior a la carnicería. Un territorio lleno de «armas oxidadas en zulos abandonados, traiciones, lealtades y secretos atroces». Poblado por «terroristas arrepentidos, terroristas orgullosos y víctimas que no pueden cerrar su duelo».
Es casi un lugar común el caso del periodista que acaba por escribir una novela.
Supongo, pero también creo que los periodistas tenemos que quitarnos el estigma, la vergüenza, de que no podemos hacer ficción. Disponemos de todas las herramientas. Llevamos toda la vida escribiendo. Tenemos el pulso narrativo para que el lector de nuestras informaciones se mantenga atento y lea hasta el último párrafo y, sobre todo, estamos en el ajo.
Desde luego, el trabajo de campo estaba hecho, ¿no? Quiero decir que ha cubierto lo sucedido en el País Vasco durante años.
Son historias en las que me he metido hasta dentro. Conozco todos los personajes, las sensibilidades. Los he tenido delante y he conversado con todos ellos.
Disponemos ya de algunas grandes novelas sobre el mal llamado conflicto vasco, de la extraordinaria Ojos que no ven, de J.A. González Sainz, a la exitosa Patria, de Fernando Aramburu. ¿Tuvo algún referente?
Quería contar una serie de historias que arrastraba desde hacía mucho tiempo. Los periodistas estamos sometidos a la dictadura del código deontológico, respetar el off the record, no dar unos hechos sino los tienes suficientemente contrastados, etcétera. La ficción te permite volar. En mi caso, sacar todas aquellas historias que guardé en libretas, o en mi memoria, para darlas como novela. Del conflicto vasco se ha escrito ya bastante, pero todo territorio que ha transitado por la sombra de la violencia necesita que se cuente, y a ser posible desde muchas perspectivas, aunque sean dolorosas. Hay que hablar. Después de Patria, ¿que podía decirse? Pues hablar del posconflicto.
En efecto, la novela habla sobre el País Vasco hoy...
Una Euskadi donde percibo cosas que ya he visto en Ruanda, o en algunas zonas de Colombia, Irak o el Ulster. La evidencia de que quedan cuentas por saldar. Gente que no ha pagado por lo que hizo. El libro no habla tanto de terroristas buenos o malos, que no hay buenos, sino de los orígenes de esa violencia, los orígenes del totalitarismo, que diría Hannah Arendt. ¿Por qué y cómo se convence a alguien, a un niño, a un adolescente, para hacer sacrificios humanos en el altar de la independencia, o de la religión o la raza? ¿Por qué es necesario matar para construir algo? ¿Quiénes les convencen, quiénes son los profetas del apocalipsis que empujan a otros para acabar en la cárcel o el cementerio mientras ellos comen su bacalao al pil pil en la sociedad gastronómica?
Comenta que allí donde ha funcionado la violencia existe un patrón: de un lado la desolación de las víctimas, del otro la existencia de estos profetas de cuello blanco, profesores, escritores, etcétera, convencidos de la necesidad de la causa y encantados de arrastrar al resto.
Se repite, sí. Todo movimiento armado tiene detrás una sustancia ideológica, nos guste o no, alguien que decide que para llevar a cabo los objetivos necesita matar. Pero necesita construir la narrativa para convencer al resto de que no hay otra opción, excepto matar. Asesinar por la causa. Sin ir más lejos es lo que está haciendo Putin ahora mismo, y habrá muchísima gente que lo compre. Siempre hay un profesor, un historiador, un periodista, un filósofo, que construye un ideario que necesita defenderse con la sangre, con sacrificios humanos.
De eso va la novela.
Todavía hay mucha gente que no ha purgado sus pecados, y que no quiere hacerlo. Sobre todo aquellos a los que nunca han cogido. La justicia tiene relativa facilidad para encontrar y condenar a los que matan, pero a los autores intelectuales... y no hablo de los jefes de la organización, sino de quienes construyen la estrategia desde el principio.
Hace muchos años cené una noche con Alfonso Sastre y Eva Forest. Costaba asimilar que aquellos ancianitos, ilustrados, comprometidos con la justicia, dijeran aquellas barbaridades.
Purgatorio también indaga en ese lado humano, o inhumano. He conocido genocidas con más de 400 muertos en Kigali que eran unos abuelos estupendos. El hijo de Pablo Escobar me decía que su padre era el mejor padre del mundo de puertas para dentro, y de puertas para fuera, me dijo, un monstruo. He hablado con miembros del IRA que adoran a sus hijos y que les ves en su propia casa mientras acarician la cabeza de su nieto al tiempo que te cuentan las veces que pusieron bombas. El libro intenta humanizar, entre comillas, a esos personajes. Creo que el lector empatizará con ellos, incluso sabiendo que son autores de crímenes espantosos. Porque los muestra desde otra perspectiva. Purgatorio pretende entretener, pero sobre todo hacer pensar, sobre la delgada línea que existe entre el bien y mal, que puede cruzarse en cualquier momento, y lo que es peor, puede cruzarse de vuelta.
A menudo lo político justifica las peores atrocidades, incluso las motiva.
Todo aquel que usa la violencia con un fin político, en este caso la independencia de Euskadi, pero puede ser la revolución en Cuba, o porque cree que existe un peligro existencial para su comunidad, como los hutus, o un mandato divino, como los yihadistas, todos ellos tienen un fin detrás. Y siempre creen ser portadores de una violencia virtuosa. Como si hubiera una violencia necesaria, buena, y otra mala. Es muy complicado que entiendan, por ejemplo, que toda violencia engendra más violencia. Si además hay violencia de un lado entonces genera un efecto bumerán que la retroalimenta. novela, pero eso sí, con un objetivo nítido: generar la violencia suficiente para que el Estado español cediera y concediera la independencia. Esa era la estrategia. A la independencia se llegaría por un pasillo flanqueado por miles de muertos, como los crucificados en tiempos de Roma. Pusieron un montón de cadáveres en una pirámide gigantesca y lo ofrendaron al dios de la independencia.
La novela también habla de líneas rojas.
Se van cruzando. Desde el momento en que alguien decide que hay que matar. Al principio, pongamos, sólo a uniformados, a aquellos que representan todo lo que odiamos. Pero luego caen civiles, y entonces los ideólogos tienen que sentarse a redactar un nuevo comunicado, en plan fue un error, pasaba por allí, es una víctima colateral...
O un chivato.
Eso es lo siguiente, cuando llevas demasiados civiles, entonces hay que añadir algo, fue un chivato, por ejemplo, algo habrá hecho. A continuación llega otra línea roja. Los niños. El primer niño que te cargas. O el primer secuestrado. Poco a poco, la idea inicial se deforma, la violencia coge velocidad, y se convierte en algo más que un medio, es ya un fin que retroalimenta tu propia ideología, que a su vez exige más y más crímenes, porque ya no puedes mirar atrás, porque todo es demasiado estremecedor.
¿Cómo ve el País Vasco actual?
Vive en un clima de idílica amnesia colectiva. Contra eso va, precisamente, Purgatorio. Pretende ser un aldabonazo contra la ética de muchos de los que viven en Euskadi. Unos porque han pasado página rápidamente, ya está, ya pasó todo, qué bien, ya no hay autobuses ardiendo por las calles, ni manifestaciones... Y luego están esos otros, a los que nadie interpela, y que por tanto ni siquiera necesitan justificarse.
Todavía hay mucha gente que no ha hecho el examen, decía.
Es que es algo muy jodido, reconocer que te equivocaste, que te dejaste engañar o manipular... Piensa en el tío que sale de la cárcel después de 20 años, que no tiene nada, ni estudios, ni pensión, y que hizo lo que hizo, y al salir se encuentra que no es un héroe, un gudari, que fue un imbécil, y un criminal. Encima la Euskadi que recordaba ya no existe, no es lo que él pensaba, en el bar donde tomaba txikitos ahora hay una mercería paquistaní, en la mercería donde iba con su madre ahora hay un chino... Muchos no han reconocido que tiraron su vida a la basura y que acabaron con las vidas de otros. Así que intentan pasar de puntillas. Por supuesto hay todavía un sector que tratará de reivindicar todo. Pero hay un ongi etorri de cada 10 que salen. El resto, el otro 90% trata de que no le cuestionen.
¿Cómo salir adelante sin caer, por un lado, en el revanchismo y, por otro, sin ignorar las bestialidades cometidas y sus causas?
Yo no creo que se haya impuesto el relato del nacionalismo radical. No es mi sensación. Respecto al equilibrio entre justicia y olvido, reconciliación y memoria, Paul Ricoeur hablaba de la difícil ecuación del olvido. ¿El perdón es algo que hay que exigir? Yo creo que no. Al mismo tiempo no podemos olvidar. Debemos escuchar los relatos de cada uno, aunque duelan. Y sobre todo es importante pelear por la verdad. Conozco muchas víctimas, familiares de víctimas, que sólo por saber lo que pasó estarían dispuestos a pasar por encima de una condena. Uno de los personajes del libro tiene esa tesitura, esa duda. Las víctimas, sobre todo, de los 70 y los 80, donde está el 80% de los asesinatos sin resolver de ETA, lo que quieren es que alguien asuma su culpa, si luego les pide perdón pues ya verán si les perdonan o no, pero lo importante, lo crucial, es que les cuenten, que resuelvan las dudas. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué lo eligieron? ¿Fue al azar? ¿Les vió llegar? ¿Sintió miedo? ¿Les miró a los ojos? ¿Gritó? ¿Sufrió? Con eso, mucha gente podría empezar a cerrar su duelo. Y hay gente que puede ayudar a cerrarlo. Por ejemplo diciendo dónde hay cadáveres. O cómo se cometieron los crímenes.
Saber para seguir adelante. La verdad como salvavidas.
Yo lo he visto, con Maixabel, yo rodé esa entrevista, y vi en directo cómo ella encaró al asesino de su marido y cómo el otro le contó todo y le dijo que nunca le había pedido perdón porque lo que había hecho era imperdonable, y ella le respondió que no le iba a decir si le perdonaba o no, aunque creía que merecía una segunda oportunidad. Porque un crimen así es imperdonable. Más que insistir en el perdón hay que insistir en la verdad. Algo que se está haciendo en otros lugares que han vivido situaciones más o menos similares, como Colombia o Palestina. Más que buscar la condena y la cárcel, que si tiene que suceder, pues que suceda, por supuesto, al menos hay que encontrar la verdad...
Como corresponsal durante tantos años, ¿echa de menos estar ahora mismo en Ucrania?
No, no siento ninguna necesidad. El cuerpo a veces te pide estar ahí y contarlo, pero ahora no trabajo para ningún medio y... siempre he pedido que no me cataloguen como periodista de guerra. Soy periodista. Eso de periodista de guerra, no sé, casi parece que te gustan las guerras, y no es mi caso.
¿Podrá Putin conservar un territorio con la población en contra?
Controlar no pero... al final, alguien como Putin cree que está llamado para una misión divina o patriótica. Con los datos que maneja o le han pasado genera una expectativa, se autoconvence, en este caso, de que su país está amenazado, y ataca. Aquí, alguien ha atacado primero y ha puesto los muertos encima de la mesa. Nos la estamos jugando todos en Ucrania. Había numerosas señales de que Rusia se preparaba para una guerra para aplastar un intento democrático en sus fronteras.
Veremos si no se transforma en un conflicto global.
Puede suceder, claro, y el problema es que Rusia tiene armas nucleares. Las democracias occidentales tienen que ser cautas para gestionarlo. En mi caso, por responder a lo que me decía antes, supongo que más que irme a una trinchera y que nos peguen cuatro tiros o nos caiga un bomba al lado, que ya lo hecho, me interesa más rastrear los porqués, las causas. ¿Quién dió las órdenes? Al final los que disparan son unos críos. Pero los que están detrás, ¿Quienes fueron? ¿Cómo dieron las órdenes? ¿Cómo generaron la retórica necesaria para calentar el ambiente?
¿Habrá otras novelas que beban de conflictos donde ha estado?
Como periodista intento no repetirme, reinventarme cada cuatro o cinco años, buscar cosas nuevas. Mi anterior libro hablaba de guerras. Si escribo otra novela trataré de salirme de mis libretas, que es donde al final están tus obsesiones, las notas que fuiste tomando... en el caso de Purgatorio, con la idea de escribir ficción desde el punto de vista de alguien que es vasco, que ha cubierto el terrorismo vasco, pero también otros fenómenos terroristas... ¿y sabe? Son todos iguales. Todos se basan en las mismas mentiras. Unos señores mayores convencen a unos jovencitos idealistas de la necesidad de matar por una causa.
Opinión:
Un enorme abrazo al amigo Jon Sistiaga, uno de los periodistas que estuvieron a mi lado (y junto a otras pocas víctimas “representativas”) cuando las cosas no eran tan tranquilas ni relajadas como en la actualidad.
El y unos pocos más ya sabrán de qué estoy hablando.
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