20 marzo 2022
Francisco García, viudo de Julia Moral, única víctima mortal burgalesa en los atentados del11 de marzo de 2004, relata la tragedia que marcó su vida y la de sus hijas
“No he dejado de sentir dolor y rabia”
Amanecía en Madrid, aún en-vuelta por esa luz difusa, lechosa, que deja el último estertor de la noche cuando el horizonte ya empieza a clarear. En la estación de Santa Eugenia se hallaba Julia Moral, Julita, burgalesa nacida en Milagros 53 años atrás. Cuando llegó el tren, la noche reculó y volvió a hacerse de repente y para siempre- después de que una brutal explosión redujera a amasijos el convoy que tenía que trasladar a Julia ya otros muchos de sus compañeros de vagón a su destino. La sinrazón terrorista quiso que la siguiente estación de esos viajeros fuera, aquel 11 de marzo del año 2004, la muerte. Una muerte atroz, violenta, incomprensible, salvaje. Francisco García, también burgalés, se quedó viudo y sus dos hijas, huérfanas de madre. La vida de los tres, quebrada de la manera más inesperada y abrupta.
Vidas marcadas. Para siempre. Han transcurrido 18 años de la barbarie, pero como si fuera ayer para Francisco García, cuya existencia, de alguna manera, se detuvo ese maldito día en que se abrió un abismo por el que se precipitó su alma. No necesita documentales como los recientemente estrenados por las plataformas Netflix y Amazon para recordar la tragedia. Ni que cada año haya un 11 de marzo y su consiguiente homenaje a las víctimas, al que siempre acude. Lleva todo este tiempo conviviendo con ello. Todos los días. Todas las noches. Y se rebela. Se rebela este burgalés de armas tomar, de carácter impulsivo, pero franco y valiente: se rebela contra el olvido, contra la injusticia. No se hace necesario que evoque a su esposa asesinada en aquella malhadada jornada como una mujer guapa: la imagen que ilustra este reportaje lo dejaa las claras. Pero quiere decirlo porque siente ese íntimo orgullo de hombre enamorado de una mujer hermosa: «Era guapísima», subraya. Completa Francisco el retrato del natural para pintarlo que no se ve: «Era muy inteligente, muy amiga de sus amigos. Le gustaba la filosofía, la literatura, el teatro. Era muy trabajadora y una madre increíble que adoraba a sus hijas».
El hueco que dejó la ausencia de Julita en la vida de los tres ha ido haciéndose grande; tanto que, confiesa Francisco, existe una suerte de acuerdo tácito por el que apenas hablan de ella. Quizás haya sido una manera de protegerse para poder seguir adelante; acaso una forma de conjurar el dolor de una herida imposible de cerrar para seguir viviendo. «Esto no se puede explicar. Tiene que pasarte para entenderlo. No he vuelto a ser la misma persona. Soy otro. Nadie puede imaginárselo sino te ha pasado», confiesa. Se refugió en el trabajo, metiendo horas y horas, y en el cuidado de las niñas. Pero la herida estaba ahí, abierta como un cráter. «Me he vuelto incrédulo para todo. A veces malhumorado; otras, demasiado sensible. Estos días, viendo lo que está pasando en Ucrania, me emociono. Esto me cambió el carácter. Es difícil de explicar. No he dejado de sentir dolor, impotencia, rabia. En uno de estos días van a soltar a uno de los principales acusados. ¿Cómo se puede uno sentir? ¿Cómo?».
El día de la infamia
Tiene grabado a fuego cada minuto de aquel día de la infamia. Cuando supo de los atentados, él estaba en su puesto de trabajo, pero cogió su moto y se acercó a su barrio, Santa Eugenia, en cuya estación se había producido una de las matanzas. No pensó que a su mujer le hubiese pasado nada, pero fue a casa (a unos400 metros de la terminal) y no estaba. Sí se encontraba allí su hija mayor, que afortunadamente no había ido ese día a la universidad por la huelga de profesores; de no haber sido así, también hubiera estado en ese andén a esa misma hora. Esta le contó que su madre había acompañado a la hermana pequeña a la parada del autobús que habría de llevarla al colegio antes de coger el tren. Y que no había regresado. Francisco intentó localizar a su mujer en el teléfono. En vano. No contestaba. Creyó Francisco que Julia, siendo una persona que se daba a los demás, estaría echando una mano en aquel infierno: ayudando a los heridos, tal vez donando sangre, cualquier cosa. «Era una persona muy servicial». Pero pasaron las horas y no daba señal alguna. Supo después que la magnitud de los atentados y la elevada cifra de muertos y heridos había llevado a las autoridades a convertir Ifema en el centro de la tragedia. «Y para allá me marché. Y fui de los primeros en llegar. ¿Y sabes? Fui el último al que se la entregaron». No se le quiebra la voz al recordar, aunque el tono de sus palabras destilan un dolor agudo, profundo.
«Cinco días en Ifema estuve sin comer y sin dormir. Llegué a pensar, después de todo ese tiempo, que quizás no le había pasado nada. Porque desde el primer momento dimos pruebas para el ADN. Al no aparecer, llegué a ilusionarme con que no estuviera entre las víctimas mortales. No sé, pensé que tal estuviera herida en algún lugar, que no podía moverse... Qué se yo», relata. Cuando llegó la confirmación, Francisco se hundió. «Me vine abajo, me vine abajo», musita, ahora sí, con emoción y temblor. Pasó el tiempo. 18 años. Pero el dolor nunca se fue. Permanece ahí, arañando, aullando. Francisco García ya está jubilado. Vive solo. Sus hijas se independizaron. Es abuelo de una nieta de cinco años y un nieto de tres años. A menudo, cuando está con ellos, piensa en cuánto le hubiese gustado a Julita conocer a esas criaturas que le tienen loco de amor.
Se involucró mucho en los primeros tiempos de la asociación de víctimas del 11-M. Movido por el dolor y la rabia, dedicó tiempo y esfuerzo,
junto a familiares de otras
víctimas, a que se supiera toda la verdad,
para que se hiciera justicia. Pero este burgalés cree y siente que no se ha
conseguido ni una cosa, ni la otra. Y que todo lo relacionado con los políticos
de entonces huele a podrido, a miseria moral. Porque tiene claro que todos,
unos y otros, utilizaron el dolor de las víctimas en su propio beneficio. Que
fueron manipulados. «Fue un mamoneo constante, y prefiero no decir determinadas
cosas. Salta a la vista que fuimos manipulados».
Pese a la presencia habitual de los políticos, no ha dejado de asistir ni un solo año al homenaje que se tributa en Atocha a todas las víctimas de aquella masacre. La última vez, la pasada semana. «Aún me emociono y suelto unas lágrimas. ¿Sabes? Desde el primer día me hice la promesa de que se haría justicia, de que trataría de averiguar más cosas, de saber toda la verdad. Pero el otro día le dije a Julia: ‘Cariño, no he conseguido nada...’
Opinión:
Desde marzo hasta noviembre de 2004 tuve el honor y el privilegio de colaborar en la coordinación de la Asociación 11-M Afectados por Terrorismo. Tras la inolvidable ponencia de Pilar Manjón en la Comisión de Investigación de diciembre del mismo año ya llegó el momento de que la nueva asociación siguiera su camino aunque es obvio que el contacto ha sido constante desde entonces.
Comento este tema porque, ante la enorme avalancha de solicitudes y de víctimas a las que se atendió en aquellos meses no llego a recordar a Francisco. Sea como sea, desde aquí un enorme abrazo y la seguridad de que sí entendemos lo que sufrió en todo su entorno familiar.
Repito, abrazo enorme y solidario.
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