31 marzo 2022
El documental de los atentados de Barcelona: "Es un error convertir al terrorista en un simple ogro"
'800 metros', dirigida por Elías Siminiani, reconstruye en su totalidad y desde todos los puntos de vista posibles los atentados de Barcelona de 2017
Comentaba Jean-Claude Carrière que él acudía al cine -y, en consecuencia, lo escribía- guiado por la máxima de Juan de la Cruz, santo para más señas, que reza: «No viajamos para ver, sino para no ver». E insistía: «Lo que no se ve en la película es más importante que lo que se proyecta en la pantalla. El misterio lo es todo». 800 metros, la miniserie en tres capítulos dirigida por Elías León Siminiani y con Nacho Carretero como periodista, investigador y a su modo también personaje, está construida, si se quiere, como una refutación del axioma del que fuera guionista de Buñuel: desde la completa transparencia, desde la más cruel de las claridades. Y, sin embargo y ahí la paradoja, lo que importa es la sombra, el misterio que se esconde tras lo diáfano de uno de los más despiadados atentados vividos en España.
Se cuenta lo sucedido en Barcelona el 17 de agosto de 2017. En Barcelona y poco después con una segunda parte en Cambrils. El título hace mención al recorrido exacto en la Rambla de la furgoneta que dejó 15 cadáveres a su paso. La serie, ya disponible en Netflix desde hace una semana, arranca con la imagen más gráfica de todas, la más brutal, la capturada por una cámara callejera en el que la camioneta se queda detenida incapaz de avanzar ante el peso de los cuerpos, ante la evidencia grosera de la muerte. «La serie», comenta el director, «trabaja con el pánico, el horror y el miedo. Ofrece un contenido de adultos para espectadores adultos. El dilema de lo que podíamos o no enseñar lo tuvimos, claro, pero pronto nos dimos cuenta de que el exceso de cuidado conduce a la condescendencia. Hay mucha voluntad de no ver, de no saber y de no aprender. Y contra eso se dirige precisamente 800 metros». Queda claro.
Lo cierto es que en el momento que el magistrado encargado del juicio que condenó a 53, 46 y 8 años a los únicos tres integrantes de la célula que pudieron ser juzgados decidió hacer público todo, el debate, por así decirlo, quedó anulado. Basta teclear en Google para verlo, en efecto, todo. Incluidos los vídeos que los terroristas se grababan a sí mismos mientras preparaban los explosivos. Incluidos cada unos de sus insultos, amenazas y desvaríos. Lo que hace 800 metros es aportar una mirada omnisciente que todo lo cuestiona, que todo lo analiza, que todo lo enseña. Son cerca de 80 entrevistas después de contactar con más de 400 personas. Hablan las víctimas, los testigos, la policía, los amigos de los terroristas, las asistentes sociales de Ripoll de donde provenían los culpables, los expertos en la yihad, los expertos en política internacional... Todo es expuesto en un tapiz perfectamente entrelazado y ordenado. Todo se ve y, sin embargo, queda la duda como el más evidente de los gritos: «¿Qué tuvo que pasar para que unos chavales que hacían escalada, que jugaban al fútbol, que estaban integrados en la comunidad y que tenían futuro en ella hicieran lo que hicieron?», se pregunta Nacho Carretero. Y con la pregunta, tan clara, las sombras.
«Se trata de construir, no humanizar, la persona que hay detrás del terrorista. Lo impactante es mostrar que no se trata de algo terrorífico por lejano, lo que puede resultar hasta balsámico para el espectador. El error es convertir al terrorista en simplemente un ogro y no tratar de entender su relato», continúa Carretero y Siminiani le da la razón: «El objetivo es poner todo delante del espectador para que sea él el que concluya el aprendizaje». Y hacerlo, con todo a la vista, para dar con la clave de lo otro, de lo que no se ve. En definitiva, más allá de lo sorprendente de cada una de las reconstrucciones, y a un lado lo doloroso de las heridas todavía perfectamente abiertas, lo que hiela la sangre es la sensación de incomprensión, la persistencia del porqué pese a todo, pese a todas y cada una de las explicaciones.
De nuevo, como ya es regla en el cineasta que es Siminiani, la voluntad de dejarlo todo a la vista incluye al propio proceso de construcción del relato. El periodista, el que investiga, como ocurría en los documentales previos del director (El caso Asunta y El caso Alcàsser), es también parte de la trama. Es cine, o tele, que filma al propio cine, o tele. El proceso mismo acaba por ser el argumento. «Lo que hace diferente este caso es su peculiar distancia en el tiempo. No está tan lejos como Alcàsser ni tan cercano como Asunta. Su lugar en medio invita tanto al dolor como a la reflexión», concluye. Parafraseando a Juan de la Cruz y a Carrière: un turbio e hipnótico viaje para ver lo que no queremos ver.
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