19 noviembre 2015
¿Aznar? ¿Agag? ¿Morenés? ¿el Rey? ¿Quiénes ganarán dinero con los bombardeos?
La realidad, le pese al que le pese, es que la
guerra es la fábrica de la que saldrán nuevos terroristas y atentados. Las
bombas que caen en las ciudades no tienen precisión
quirúrgica como
alguno me ha hecho saber, ni preguntan por el bueno o el malo (si es que es tan
fácil la distinción). Lo que si generan es ese eufemismo con el que escondemos
la muerte de muchas personas: daños colaterales.
Si hacemos el esfuerzo de situarnos
en la piel de uno de los familiares afectados por esos daños
colaterales es muy
posible que comprendamos el motivo por el que cada día hay más terroristas y
su apoyo crece. Si nos situamos en el lugar de todos aquellos que mueren
de forma anónima y cuya vida tiene diferente valor por el hecho de no ser
europea, también podríamos entender gran parte del problema.
La noticia de una explosión en un mercado de Nigeria (causa 32 muertos y 80 heridos), producida hoy mismo (18/11/2015), no merece
para El mundo aparecer en la portada digital y ha sido postergada a la sección
internacional. Toda la atención se sitúa en París y sus consecuencias, el resto
no importa.
Un merecimiento que tampoco tuvo el asesinato de 150 estudiantes en Kenia en abril de este año, que pasó desapercibido entre la ciudadanía. No vaya a ser
que nos percatemos que la mayoría de las víctimas del terrorismo son
musulmanes y no se encontraban en Europa cuando perecieron o que
comprendamos que los refugiados huyen del mismo terror que tanto nos ha
conmocionado.
Pero no vamos a hablar de ese tema ni de lo absurdo
que supone aumentar las penas de cárcel para disuadir a una persona que está
dispuesta a morir, ni del tremendo error que suponen los bombardeos. Hablemos
de los que posiblemente vayan a ganar dinero con todo este asunto. Es
patético que haya personas que obtengan beneficios económicos, réditos
electorales o de otro tipo con la masacre de París y los posteriores
bombardeos, pero sucede.
Hace casi quince años emprendimos
dos guerras que dieron como resultado casi dos millones de muertos (más
según algunas estimaciones) entre Irak y Afganistán y no sirvieron para
cumplir ninguno de los objetivos marcados. Tanto uno como otro son dos estados
fallidos, refugio ideal de grupos terroristas y cantera de la que reclutar
jóvenes deseosos de inmolarse.
Nadie puede negar que estos dos
conflictos (podríamos remontarnos mucho más en el tiempo) están en el origen
tanto de los atentados de París como de los dos millones de refugiados que se
agolpan a las puertas de Europa, pero también están en el origen de mucho más.
Las portadas dedicadas a la guerra
por muchos medios de comunicación y la contundencia de las palabras empleadas
por muchos dirigentes han conseguido que
suban en la bolsa las empresas dedicadas a la fabricación de armas. Es decir,
mientras los cadáveres estaban aún calientes muchos pensaban en hacer negocio.
Y lo están haciendo.
Lo cierto es que no es un fenómeno nuevo en nuestro
país ni en Occidente, pero sí es bastante desconocido por la mayoría. Las
estadísticas son claras y no me canso de repetirlas: la industria armamentista
se multiplicó por cuarenta y cuatro en los últimos quince años, pasando de 200
millones de euros en el año 2000
a 8.800 millones de euros en 2014. Casualidades de la vida, periodo en el
surgieron los conflictos ya mencionados de Irak y Afganistán.
Tanto a la industria armamentista
como al tráfico de armas le dedico buena parte de la novela “Código rojo” que
ha sido silenciada por los grandes medios de comunicación y postergada en
centros comerciales muy vinculados a Defensa. Normal, mejor que no se lea,
mejor que no se sepa.
Una de las personas que nos metió
en la guerra de Irak, Aznar, fue casualmente acusado
por el juez Silva de estar vinculado junto a su yerno, Alejandro Agag, con el
tráfico de armas. Noticia que
rápidamente también desapareció como el propio Silva, como cualquiera que
denuncia.
Por si esto fuese poco, Alejandro
Agag (yerno de Aznar), fue interrogado por el parlamento Portugués (nada más y
nada menos), debido a su vinculación “con el inversor y traficante de
armas libanés Abdul El-Assir. Las preguntas que le hicieron no dejan lugar a la
duda: “¿Participó en un negocio, en el año 1994, en el que el señor El-Assir
participó como intermediario para la venta de armas al reino de Marruecos? ¿Es
verdad o no, que usted y el señor El-Assir intervinieron en la preparación de
un negocio (que no se concretó) de venta de armas de la empresa española Santa
Bárbara a países árabes?”. El BPN, Banco Portugués de Negócios, quebró con una deuda de más de 700 millones de
euros.
Abdul El-Assir es conocido por sus
monterías con el rey (emérito), Juan Carlos I, su excelente relación con los
Aznar y con la familia de Alejandro Agag, así como con Francis Franco, Bill
Clinton o Felipe González. Ahí es nada.
En España, uno de los que más se
aprovecharon del enorme crecimiento de la industria armamentista fue Pedro
Morenés, actual ministro. Las bombas que fabricó su empresa, Instalaza, fueron arrojadas por Gadafi sobre la población libia. No solo
nadie se planteó acción alguna sobre él sino que se le premió con el ministerio de Defensa y él
correspondió aumentando la facturación de la industria
armamentista de 2.600 millones de euros en 2011 a 8.800 millones de
euros en 2014.
Otro de los grandes beneficiados
son los bancos, los mismos que condonan los créditos a los partidos
políticos, que financian a las empresas que a su vez financian de forma ilegal
los partidos políticos, que controlan la industria armamentista de forma
directa o indirecta, que controlan mediante acciones o publicidad lo que se
publica en los grandes medios de comunicación y que… realizan transacciones con
los terroristas. Ahí tenemos al HSBC que fue sancionado en el año 2012 por
lavar el dinero de los traficantes de drogas y con “665 millones por violar
sanciones a Irán y otros países” en materia de “tráfico de armas y
transacciones de terroristas (Arabia Saudí)”.
Seguro que lo del HSBC les sonará a
muchos a la lista Falciani y
el escándalo que se organizó. El primero de la misma era ni más ni menos
que Emilio Botín, que
ocultaba la nada despreciable cifra de 2.000 millones de euros. Eso sí, la
cárcel no la visitó ni por error pues para él si había que hacer una doctrina
especial se hacía (Doctrina Botín) y si había que indultar a su mano derecha,
se indultaba (Alfredo Sáenz por Zapatero). Ni que decir tiene que tanto BSCH
como BBVA y otras entidades importantes españolas son las que más se están
lucrando con la fabricación y venta de armas (La banca armada).
La mayoría de los nombrados,
especialmente Abdul El-Assir y los saudíes, guardan una estrecha relación
con el rey emérito Juan Carlos I y varias son las organizaciones no
gubernamentales las que han acusado al mismo de participar en la venta de armas,
aunque estas denuncias no se han podido probar.
No queda ahí la cosa
pues Roberto Centeno, catedrático de economía, denunció que el rey emérito
Juan Carlos I se lllevaba entre uno y dos dólares de petróleo por barril y que intercedió por Lukoil (empresa rusa) en la compra de Repsol.
¿No es suficiente? Hasta el New York Times se
pregunta por el origen de la fortuna del rey emérito y que cifra en casi 1.800
millones de euros (algunos medios hablan de mucho más) lo que supone más de 40
veces su salario durante los cuarenta años que estuvo en el cargo.
Creo que la respuesta es evidente porque lo que
nadie podrá negar es que el desarrollo y la integración no
generan tantos beneficios en la bolsa como bombardear una ciudad. El desarrollo
y la integración reducen la pobreza y aumentan la educación y la sanidad,
disminuyendo con ello el extremismo y debilitando a las
organizaciones terroristas, y también a las empresas que compran petróleo más
barato que en el mercado internacional y a los bancos que ganan dinero con la
fabricación, comercio y tráfico de armas y a las personalidades vinculadas a
todo ello… Pero, ¿para qué desarrollar Oriente Próximo pudiendo bombardearlo?
¡Bombas, bombas, bombas! ¡Qué suba
la bolsa! ¡Deme las comisiones! ¡Dinero, dinero, dinero!… ¡Qué viva España! ¡Y la Patria ! ¡Y la Bandera !… ¡Cuánto siento
el atentado! ¡Qué lástima Dios mío!… ¡Bombas, bombas, bombas!…
Luis Gonzalo Segura es exteniente
del Ejército de Tierra y autor de las novelas “Código rojo” (2015) y “Un paso
al frente” (2014).
Opinión:
En todo colectivo habrá siempre
alguien que se desmarcará del resto, que tendrá opinión propia frente a la
opinión que alguien quiera ofrecer como la común y consensuada. En el mundo de “las”
víctimas del terrorismo somos unos pocos los que invertimos nuestro tiempo y
nuestros recursos en ofrecer una información que sabemos con certeza comparten también muchas otras víctimas.
Luis Gonzalo Segura sería lo
mismo a nivel del estamento militar. Bueno, ahora ya no, porque ya le han
echado. Como a mí en 2002 de la
AVT por decir que trabajaría 24 horas al día para evitar que
ideologías políticas se infiltraran en aquella nueva junta...
Coincidimos en un programa de radio y desde entonces somos amigos porque compartimos
propósitos y un mismo objetivo: decir lo que pensamos por mucho que pueda
molestar a otros. Pero lo mejor de todo es que, además, lo hacemos con
documentación y pruebas.
Para quien quiera consultar la
información y las pruebas documentales, adjunto el link:
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