03 mayo 2021
Una crónica del terror, el periodismo y la resistencia
La vida del director de este periódico, José Javier Uranga, se escapaba por los 25 orificios de bala que dos terroristas le habían abierto en el aparcamiento
María Jiménez Ramos Comisaria de la exposición ‘El terror a portada. 60 años de terrorismo en España a través de la prensa”
El periodismo es una forma de resistencia. Lo escribió Albert Lladó en La mirada lúcida, un ensayo brillante sobre la profesión. Parafraseaba a Albert Camus y añadía también unas palabras del escritor: que el periodismo “se opone a los mecanismos del odio, de la ira y del culto a la fatalidad”. No se trata, explicaba, de una cuestión de activismo, sino de desvelamiento: identificar los tótems y los tabúes y combatirlos con las armas de la mirada lúcida del periodista, sin lágrimas de cocodrilo.
Detenerse en las páginas que publicó la prensa algunos de los días más aciagos de la democracia, aquellos en los que una organización terrorista quiso atenazar a la sociedad, supone confirmar esa máxima. También cuando el objetivo de los ataques eran los propios responsables de esas páginas. “Atentado en nuestro periódico”, publicó El Correo en marzo de 1968, cuando el terrorismo aún era la ensoñación de unos pocos, pero ya podía herir a un operario veterano de la rotativa. En agosto de 1970, Diario de Navarra llevó a portada el editorial “El terrorismo es noticia” después de que una bomba de reloj-ría estallara en la redacción de El Pensamiento Navarro. En el texto se dirigió a los lectores y les advirtió que el ataque sólo merecía la repulsa y el desprecio de todos.
Las pequeñas gestas periodísticas continuaron muchos años. Más de dos décadas después, en 1993, El Diario Vasco colocó en su cabecera el lazo azul con la A de askatu (libre) que había diseñado Agustín Ibarrola para unirse simbólicamente a la petición de libertad de Julio Iglesias Zamora, entonces secuestrado por ETA. Y unos días después del asesinato de Gregorio Ordóñez en enero de 1995, con una San Sebastián aún paralizada, El Correo publicó que aquel crimen podía ser solo la antesala de una nueva estrategia terrorista y que entre los nuevos objetivos de ETA habría periodistas y que en un documento interno la organización valoraba el coste de oportunidad que suponía matar a un informador conocido. El coste vital, ese no entraba en los cálculos.
En Navarra hubo otros episodios decisivos que pusieron a prueba la resistencia del periodismo. Quizá el más destacado se condensa en la portada de este periódico del 23 de agosto de 1980: la vida del director, José Javier Uranga, se escapaba por los 25 orificios de bala que dos terroristas le habían abierto en el aparcamiento del periódico. “Ha sido una mujer, la perdono, que venga un cura”, acertó a pronunciar, quizá intuyendo que podían ser las últimas palabras que articulara. A la crónica del atentado la acompañaba un editorial titulado “Balas contra ideas” que terminaba así: “Los terroristas solo renunciarán a sus métodos cuando la sociedad civil los repudie [...]: cuando la ciudadanía se convenza de una vez que las balas no apuntan a esta o aquella persona, sino a la colectividad entera, a la que quieren ver domesticada, borreguil, descerebrada”.
La obstinación por contar el terrorismo definió la labor de buena parte de los medios de comunicación en España. Y aunque a menudo los atentados se amontonaran y los entierros de las víctimas fueran fugaces, también informativamente hablando, y aunque en demasiadas ocasiones no se reparara en la vida de tantas familias después del titular, en el día después del crimen, cuando ya no queda nadie y cuando de verdad comienzan las historias, como asegura Alfonso Armada, a pesar de todo ello, la prensa estuvo ahí e hizo lo que debía: contarlo.
La crónica periodística del terrorismo, en concreto la reflejada en las páginas de cabeceras del grupo Vocento y de Diario de Navarra, se condensa en la exposición El terror a portada. 60 años de terrorismo en España a través de la prensa. La muestra, que impulsan la Fundación Víctimas del Terrorismo y el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, ya se expuso en Madrid y en Vitoria y ahora se podrá visitar en el Palacio del Condestable desde el 3 de mayo hasta el 6 de junio. En ella se repasan algunos hitos de nuestra historia reciente y se desciende a las historias concretas de algunas víctimas locales, cuyas familias han cedido objetos que dan pie a contar sus historias.
La exposición, sin embargo, contiene una indeseable ausencia. El periodista David Beriáin y el cámara Roberto Fraile son ahora víctimas del terrorismo, nuestras últimas víctimas. David se había asomado al abismo en muchas ocasiones, con escenarios tan inesperados como la selva colombiana controlada por las FARC o la cueva de Afganistán donde se refugiaban los líderes de Al Qaeda. No dudó en acudir porque le podía el deseo de comprender al otro, fuera quien fuera, y con ello, de acercarse a la verdad con una mirada lúcida, de derribar tótems y de contrariar al odio con su afán por conocer. Quizá incluso habría entrevistado a quien lo ha matado. Esa última página de su periodismo de resistencia nos la hemos perdido.
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