29 mayo 2021 El Mundo
Vic, 30 años de olvido y silencio político a las víctimas de ETA
El epicentro del secesionismo vive entre el ocultamiento institucional y el recuerdo popular el ataque a la casa cuartel de la Guardia Civil, uno de los atentados más salvajes de la banda
La placa es un cuadrado de metal del tamaño de una tele mediana. Pero ya nadie la ve.
Allí, vertical y solo, sobrevive camuflado entre vallas el único símbolo institucional de Vic en memoria de los 10 asesinados por ETA en la casa cuartel de la Guardia Civil el 29 de mayo de 1991.
En record de totes les víctimes del terrorisme. Vic, 29 de maig de 1991- 13 de juny de 2009.
Los políticos de Vic, histórico núcleo nacionalista e independentista, tardaron 18 años en poner la placa y homenajear a tres guardias, una esposa, una anciana y cinco niños.
El solar del edificio fue durante décadas una incómoda nada, una explanada para aparcar.
Con una placa.
Hoy, 30 años después, se está construyendo la Biblioteca de Vic, que en 2021 acogerá, 31 años después, un memorial por unas víctimas archivadas por las instituciones pero recordadas por el pueblo.
Vic, que empieza como se escribe víctimas, es una paradoja: no ha olvidado lo que no está recordado. «Vic es un sitio muy catalanista, donde la Guardia Civil se ve como parte de las ‘fuerzas de ocupación’. Ese sector ideológico vivió un dilema moral entre escoger el bien y el mal. El malo es ETA pero cuesta atribuir el papel de bueno a la Guarda Civil. Si el ataque no hubiera sido contra la Guardia Civil, la reacción habría sido más contundente, teniendo también en cuenta que para la gente de Vic es muy desasosegante lo que pasó, una mezcla de pena, desolación y desconcierto. Un ¿por qué aquí? No se esconde lo que pasó, pero tampoco se manifiesta. Pero aquí no hay debate: nadie defiende a ETA».
En este párrafo de Joan Carles Rovira, que se ha pasado la vida ense- ñando Ética y Filosofía en Vic, confluyen todas las ideas de los vecinos al resumir estos 30 años: desconcierto, dolor, carácter sobrio, ambigüedad política, falta de homenaje pú- blico, rechazo a ETA...
Y eso vale para su colega Ramón Casals: «Hubo estupor e incomprensión. Luego llegó la solidaridad y una vivencia íntima en silencio».
Vic es lo contrario al simplismo. Estamos en un lugar con 47.000 habitantes, el 30% inmigrantes, donde hay 125 nacionalidades, se hablan 150 idiomas y conviven catalanes nacionalistas y no con extranjeros de varios credos y restos de la emigración de la España del sur en los 60.
Ataviada con su hiyab, Mariam pasa delante de la placa a diario. Tiene 20 años y nació aquí. «Sé que estaba la Guardia Civil y pasó algo gordo. Me lo contó mi padre. Pero no es un tema de conversación. ¿ETA? No me suena. Estaría bien un reconocimiento mayor para las víctimas».
Con un regalo para su bisnieto, Asunción aún recuerda su casa sin cristales y con los grifos rotos. Vive enfrente y no olvida el aluvión solidario de Vic para donar sangre. «La juventud no sabe qué pasó salvo que se lo contemos nosotros. Y cuando lo explicamos está contra ETA».
Probablemente Mariam y Asunción encarnen la otra brecha de Vic ante el atentado: la generacional.
A sus 23 años, Gerard Castañé está acabando Periodismo. «Sé del atentado por la familia o los amigos, no por la escuela. Fue un golpe de realidad sobre el terrorismo, que actuó contra una casa donde vivían familias. Muchos apartaron las rencillas con la Guardia Civil y ayudaron. Pero es un tabú. No se ha hablado todo lo que se debía, no se recuerda con el valor que merece. Quizá porque es traumático. Pero jamás he oído a nadie justificar el atentado».
Ramón Espadaler llegó a ser consejero de Interior de la Generalitat. Hoy sigue viviendo en Vic y es diputado por los catalanistas Units. «Fue un golpe inesperado y cruel que creó solidaridad. Nunca hubo simpatía por ETA y si alguien tenía dudas, el atentado se las disipó. Vic ha vivido el dolor con sobriedad, sin exteriorizarlo. Sorprende el tiempo que se tardó en la placa y que no haya habido un reconocido homenaje. Pero no es sinónimo de olvido. Es sensato que el lugar vaya a ser una biblioteca. Los libros son la antítesis de las armas». Entre las grúas andan Rumá y Gina, los jefes de obra y de producción de la biblioteca. «Impresiona saber lo que pasó aquí y que, ¡hostia!, hay un colegio pegado. Nos impactó ver la rampa por donde entró el cochebomba. En el jardín se plantará un árbol por cada muerto y en cada peldaño de una escalera interior se escribirán sus nombres».
Intentamos contar con la alcaldesa de Vic y profesora de Historia, Anna Erra (Junts), pero su responsable de Comunicación nunca respondió nuestras llamadas.
En la Universidad, el profesor Rafa Madariaga recuerda «la nube negra que subía por el sky-line de Vic». Hoy es un docente nativo y crítico que explica aquí una asignatura pendiente: Vic y el atentado de ETA.
-¿Por qué Vic se preguntó por qué?
-Además de la estupefacción de una ciudad tranquila, algunos pensaban que los vascos no atacaban Cataluña, algo planteado en incomprensibles términos étnicos. Hubo una ambigüedad moral asquerosa: ‘Si matan guardias civiles no me sabe tan mal, pero me duele que maten niños y ancianos’. Aquí no hubo ni una manifestación contra ETA y tardaron 18 años para un homenaje y una placa que parece un cartón. Si la bomba hubiera sido en la plaza mayor, igual hoy habría un monolito.
-¿Cómo se explican 30 años?
-No se ha dado a las víctimas el peso que merecen. Nunca ha habido una condena sin paliativos. El atentado se ha digerido mal.
-¿Y el pueblo?
-A pesar de todo, la vida es más que los políticos. Existe la pluralidad. Y el recuerdo de lo que pasó, aunque se viva puertas adentro. El problema es que quien explica la ciudad es una minoría carca y nacionalista, una casta que ha colocado lo político por encima de lo humano.
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