12 febrero 2020
Pilar Rodríguez Losanto
Jóvenes de hoy
en día
Quienes
estamos en la franja de entre 25 y 30 tenemos un vago recuerdo del 11M, y
apenas recordamos la apertura de telediarios con asesinatos de ETA
Nací en 1993 y estudié a José
María Aznar en los libros de Historia del instituto. Pertenezco a una
generación a la que la movida madrileña le suena a música antigua y no sabe a
qué equivalen diez pesetas en euros. Somos millenials de la transición de pasar
horas al teléfono fijo a no poder dormir sin leer Whatsapp, los que teníamos
iPods y nuestra revolución tecnológica empezó con la Blackberry.
Los que estamos en la franja de entre 25 y 30 tenemos un
vago recuerdo del 11M, y apenas recordamos la apertura de telediarios con
asesinatos de ETA. Hemos vivido en la suficiente paz como para que nuestra
'guerra de referencia' sea la de Irak de 2003, y aunque éramos conscientes de
la crisis económica de 2008 no hemos sido nosotros los que hemos tenido que
cargar con el peso de la responsabilidad de sacar familias y un país adelante.
Si rozando treintena y uno ya es insultantemente joven como
para pensar que ha sido un desgraciado por el entorno político y social en el
que le ha tocado vivir, cuánto menos lo serán los que aún necesitan de
autorización paterna para salir de excursión en el colegio.
Los adolescentes de hoy en día dejan de ir a clase los
viernes para manifestarse por el clima. Piden no volar en avión mientras sueñan
con la foto perfecta de Instagram en Tailandia, y suplican que se acaben las energías
contaminantes, pero no están dispuestos a recibir menos paga semanal en
compensación por la subida del precio de la luz que implicaría la transición
energética hacia una industria que aún no es ni de lejos competitiva.
Como todo adolescente que se precie, los jóvenes de hoy en
día creen que sus acciones y decisiones no tienen consecuencias, pero cualquier
cosa que ocurre a su alrededor es merecedor de ser considerado como una
conspiración judeomasónica de los poderes fácticos contra su futuro. Por eso,
Greta y sus seguidores se atreven a decir que les han robado la infancia, esa
que han vivido en un país desarrollado sin conflictos armados y con todos los
derechos civiles y humanos cubiertos en su entorno.
Que los menores de edad sueñen con un mundo ideal es
permisible e, incluso, recomendable. Que los adultos tomemos decisiones en
relación a sus designios sin entender que la realidad es mucho más compleja que
lo que ocurre en la mente de un adolescente es, sencillamente, temerario. Y que
éste se haya convertido en un tema digno de los dogmas de fe sobre los que no
se puede discrepar a riesgo de ser excluido socialmente de todos los ámbitos de
representación y socialización pública, peor aún.
Por decir esto mismo hace unos días en la presentación de un
libro, el exministro Borrell, hoy Alto Representante de la Unión Europea , tuvo
que pedir disculpas tras ser linchado por propios y extraños. La omertá
alrededor de la mal llamada emergencia climática está adoptando tintes
totalitarios por miedo a las reacciones de los adolescentes que gritan y se
manifiestan, entre otros motivos loables, para no ir al colegio.
La culpa, por supuesto, no es de los chavales. Pero
nosotros nos arrepentiremos cuando sea demasiado tarde y no haya industria ni
trabajo que salvar. Al tiempo.
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