23 febrero 2020
¿Cuándo nos tomaremos en serio el terrorismo
ultraderechista?
Miquel
Ramos (periodista) y Miguel Urban (eurodiputado)
El pasado miércoles 19 de febrero, un atentado ultraderechista en dos
bares frecuentados
mayoritariamente por población migrante se cobraba once muertes en la ciudad alemana de Hanau.
Una vez más se reproducía un ya macabro modus operandi del terrorismo ultraderechista,
manifiesto y vídeo trufado de estereotipos racistas, xenófobos y teorías de la
conspiración; y atentado. Una dinámica demasiadas veces repetidas y que tuvo el 22 de
julio de 2011 su punto de inflexión cuando
una bomba estallaba en el centro político de Oslo, causando al menos cinco
muertos. Dos horas más tarde, un hombre armado mataba a sangre fría a decenas
de jóvenes que se encontraban en la isla de Utoya en un campamento de la Liga de Jóvenes Trabajadores,
en lo que ha sido el atentado ultraderechista mas mortífero de Europa hasta el
momento.
A pesar de que las primeras noticias especularon sobre la
autoría yihadista del doble atentado, el asesino confeso de los jóvenes de
Utoya y autor de la bomba de Oslo, fue Anders
Behring Breivik, exmilitante del Partido del Progreso Noruego,
una de las pujantes formaciones europeas de extrema derecha islamofóbica. Una
vez confirmada la autoría, la prensa intentó mostrar a Breivik como simplemente
un maníaco asesino, pero era mucho más, tenía un ideario político xenófobo,
racista antiinmigración, alentado desde hace años por una parte del arco
parlamentario noruego representado por el Partido del Progreso. Una
ultraderecha también con un importante eco en el resto de los países
escandinavos: Partido de los Auténticos Finlandeses, Partido Popular Danés y
Partido Demócratas de Suecia, que han hecho de la Islamofobia , el
rechazo a la inmigración y de una especie de “chovinismo del bienestar” sus
banderas y sobre lo que han sustentado unos magníficos resultados electorales
en la ultima década.
En demasiadas ocasiones comprobamos como policías,
autoridades y prensa intentan sepultar las motivaciones políticas de
los atentados de la ultraderecha como la obra de un loco. Se prefiere
“psiquiatrizar lo ocurrido” antes que revisar por ejemplo como Breivik fue un
militante activo y dirigente local hasta 2006 del Partido del Progreso que
llego a ser la segunda fuerza política de Noruega a base estigmatizar a la
población migrante, en especial a la musulmana. O como Luca Triaini, que en
2018 hirió de bala a seis migrantes en un atentado ultraderechista, fue
candidato municipal de la xenófoba Liga Norte italiana solo un año antes.
Aunque los datos en Alemania son los más alarmantes de todos,
en donde la extrema derecha ha cometido 10.105 actos violentos en la ultima
década y 83 asesinatos desde 1990, cinco veces más que el terrorismo yihadista
en el mismo periodo. En un momento en el que por primera vez la extrema derecha ha conseguido entrar en el
Bundestag desde el final de la II Guerra Mundial.
La extrema derecha lleva tiempo construyendo un nuevo relato con las mismas y
viejas formas de siempre contra
determinados colectivos. Si durante principios de siglo XX se esgrimió la
supuesta conspiración judía para acabar con la raza blanca y dominar el mundo,
hoy impregna el ideario ultraderechista la Teoría
del Gran Reemplazo y
sus variantes, que advierten del supuesto plan de islamizar Europa y sustituir
a su población por personas migrantes. Esta idea coreada al unísono por la
ultraderecha occidental fue la que motivó tanto la masacre de Breivik en
Noruega hace ocho años, como la de Christchurch (Nueva Zelanda) el año pasado,
que se saldó con 51 musulmanes ejecutados en una mezquita. El pasado miércoles,
de nuevo, la elección de dos locales de shisha responde también a la motivación islamófoba,
casualmente pocos días después de que la policía alemana detuviera a más de una
decena de neonazis armados que planeaban asaltar armados varias mezquitas.
No se puede negar que el odio
racista es hoy
una de las principales amenazas ya no solo para la seguridad sino para las
mismas democracias. Diversos analistas expertos en terrorismo e inteligencia
llevan tiempo advirtiendo de la creciente amenaza supremacista,
situándola incluso por encima del terrorismo islamista que ha sacudido en
diversas ocasiones Europa, pero que la mayoría de víctimas que se ha cobrado
han sido musulmanas, y fuera de nuestras fronteras. Atronador silencio de los
islamófobos cuando además se les recuerda que han sido los mismos musulmanes,
los sirios, kurdos, palestinos, libaneses e iraquíes, quienes han derrotado al
ISIS y a Al Qaeda en su propia casa.
El antisemitismo, la islamofobia, el odio y la persecución
a las personas gitanas que perdura en Europa y que pocas veces trasciende,
continúan instalados en una Europa temerosa de sus propios demonios, de una
ultraderecha que nunca fue derrotada y que supo
sobrevivir en las grietas de la democracia, y que hoy marca las agendas políticas y mediáticas.
Las redes sociales y demasiadas veces los medios de
comunicación convencionales están sirviendo como altavoz de los odios y los
prejuicios de
la ultraderecha más crecida y más poderosa desde hace décadas. La impunidad con
la que se diseminan los discursos de odio en las redes y la normalización de
estos en la política y en la sociedad, que ha aceptado como ‘una opinión
legítima como cualquier otra’ el odio a determinados colectivos, provoca que
cada vez más fanáticos tomen la iniciativa y actúen por su cuenta para salvar a
Occidente del peligro, ya sea asesinando a personas migrantes, poniendo bombas
en centros de menores, atacando poblados gitanos, asesinando feministas y
personas LGTBI, o a judíos y musulmanes. Pero también a quienes consideran
colaboradores de la supuesta pérdida de privilegios del hombre blanco
occidental y heterosexual. Es decir, a los que nos acusan de ‘buenistas’, de
‘políticamente correctos’, de ‘feminazis’, de llevar los derechos humanos como
bandera. Por eso, Breivik asesinó a 69 adolescentes noruegos del Partido
Socialista. Por eso asesinaron a Jo Cox,
la diputada laborista inglesa defensora de las personas migrantes. Y por eso
fue asesinado el político cristiano-demócrata Walter
Lübcke, por defender las políticas de asilo en Alemania.
Desde luego no creemos que los partidos de extrema derecha
asuman la gran parte de responsabilidad que les corresponde por llevar años
echando gasolina ideológica sobre el odio al “extranjero”, al “diferente”, por
alentar una imagen estigmatizada de la migración, como invasores, como
delincuentes... de hecho hemos visto como en demasiadas ocasiones han banalizado o incluso hasta han justificado
algunos atentados. Pero tampoco creo que los “responsables” partidos del
sistema asuman su culpa por adaptar sus discursos y políticas públicas a los
dictados de una ultraderecha en ascenso, asumiendo una buena parte de sus
postulados, legitimando ante la opinión pública europea el ascenso de la
xenofobia, la islamofobia y el racismo. Seguramente todos estos partidos
estarán de acuerdo en que es mejor “psiquiatrizar lo ocurrido”, considerar los
atentados como la
pesadilla de un loco, antes que enfrentarse a la dura tarea de
analizar las motivaciones políticas de esta tragedia y razonar sus propias
responsabilidades. Pero no lo olvidemos, la extrema derecha, como ya demostró
hace ochenta años, tiene vagones de tren y estrellas de todos los colores para
las solapas de todos y todas nosotras.
Opinión:
Solo publicar el tuit que remití tras leer el presente
artículo. Quien quiera pruebas que me consulte con total libertad.
“Buena pregunta. Quizás la respuesta la tenga el
Ministerio de Interior, a quien no le importa lo mas mínimo localizar a las
victimas entre 1960 y 1980. Me lo repitieron en marzo de 2014: “quien quiera
algo, que venga a vernos”. Y las asociaciones ¿hacen algo?
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