Se rompió el molde y nació él
Este viernes pasado, 15 de junio de 2012, en España, cosas de la vida, volvimos, como 35 años atrás, a vivir un momento histórico: si el 15 de junio de 1977, se celebraban —después ¡de 41 años!, tantos como pasaron desde que en las que habrían de ser últimas elecciones de la II República en aquel año de 1936 triunfara el Frente Popular— las primeras elecciones de la joven (e imperfecta) democracia española, este viernes 15 de junio de 2012, Robert Manrique, víctima del atentado de Hipercor de Barcelona, se reunía con uno de los miembros del comando Barcelona, Rafael Caride Simón, arrancando de éste una confesión histórica: sentía profundamente el hecho llevado a cabo ese 19 de junio de 1987, y se comprometía a hablar con más víctimas de esa masacre —término empleado por el propio Caride— y dar la cara por su responsabilidad en el atentado, incluso viniendo a Barcelona. Histórico se mire por donde se mire; e importantísimo también, tanto por la actitud valiente de ambos (cada uno por su condición de víctima y victimario); como por el alcance de dicho face off (careo): que el que participase en uno de los peores atentados, se reuniese con una de sus víctimas, y dijese lo que dijese —amen de otras muchas cosas— dibuja un panorama ciertamente interesante por lo que significa y puede implicar para futuros encuentros.
Pero no le han faltado las críticas a tamaño acto de valentía —tanto por la parte de Robert como por la de Caride Simón—, si bien las críticas van dirigidas a Robert, quizá por la envidia que se le tiene en el mundillo de las víctimas, envidia que viene causada por el desconocimiento, ignorancia y rencor; todo ello a partes iguales.
Una de esas críticas ha venido por parte del presidente de l’Associació Catalana de Víctimes d’Organitzacions Terroristes (ACVOT, Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas), José Vargas, quien en declaraciones a Europa Press el mismo viernes, ha criticado el “circo mediático” que supuso la reunión, a tenor de la multitud de medios que se desplazaron hasta la cárcel de Zaballa para entrevistar a Robert, tanto a la entrada como salida del mismo. La otra, en similares términos, no deja de ser una observación de alguien que ve la cuestión con ojos y actitud más moderada: la del periodista vasco de El País, Luís R. de Aizpeolea, quien en la edición del sábado 16 de junio, también ha venido a decir que el “show mediático” que implicó el careo no facilita mucho las cosas. Ni que decir tiene que ambas críticas son muy respetuosas, pero la primera es pura envidia (José Vargas); la segunda, un análisis de un periodista que se ha destacado por sus ganas de que las cosas en el País Vasco salgan bien (Luís R. de Aizpeolea). Diferencia y matiz importantes.
Cierto es que la reunión de Robert con Rafael Caride no se rigió por unos mínimos de discreción y secretismo que anteriores careos entre víctimas y miembros de ETA sí tuvieron, encuentros de los que todo el mundo —a excepción de sus protagonistas— se enteró tiempo después de los mismos; pero no es menos cierto que lo que acabó siendo, era bien diferente de cómo Robert lo concibió y el propio Robert me contó cómo pretendía llevar a cabo todo ello. Confesando que yo mismo sabía la fecha casi un mes antes de la misma, en un reciente encuentro (a escasa semana del careo), y cuando ya se había filtrado que él era una de las víctimas que protagonizarían unos de los dos careos previstos para junio, me comentó que el 15 a la mañana, al llegar al País Vasco, colgaría en su blog (del que me precio de ser un asiduo lector y colaborador) la foto de una camiseta con la inscripción “No están todos, faltan mil”, en alusión a las cerca de mil personas asesinadas por ETA, y que este hecho simbólico serviría para que quien quisiese saber donde estaba Robert ese día, saberlo (ello imposibilitaría todo movimiento de periodistas; jugada certera). De esto se deduce que Robert no pensaba decir ni filtrar cuándo iba a tener lugar el careo, pero que hecha la filtración de Interior, tuvo que moverse.
Así pues, la filtración de Interior empezó a modificarlo todo, y por último, un día antes del día señalado, explicitó en su blog los pormenores del mismo —día, hora, lugar, hora de llegada, hora de regreso…—, porque ya que el mal estaba hecho, las cosas se harían como él quisiese. Así que a Robert no se le puede culpar de nada: ni de circo ni de show ni de mandangas varias como afán de protagonismo. No fue Robert quien filtró que él sería uno de los agraciados que se iban a reunir con un ex miembro de ETA (por cierto, cabría preguntar al Ministerio del Interior, por qué la discreción que rigió los pasados encuentros, ahora se ha roto…); y cuando Interior lo filtró, se vio obligado a reconocer el pecado original de ser el elegido hijo pródigo por algo más que evidente: el atosigamiento al que se estaba viendo expuesto por parte de determinados periodistas de determinado medio, que no paraban de preguntar con rintintín, como quien no quiere la cosa, que cuando se iba a reunir con Caride. De ahí a decir en qué día, hora y lugar exactos iba a tener lugar el encuentro sólo hay una razón: como coprotagonista del hecho, y filtrado el secreto, él era dueño, por tanto, de cómo hacer las cosas.
Por ello, roto el secreto que llevaba guardando semanas, ante todo esto, Robert movió ficha, y quizá, siguiendo aquel dicho español tan nuestro de “para lo que me queda en el convento, me cago dentro”, decidió que —como dijo Sinatra— las cosas se harían a su manera; y su manera hay que reconocer que ha sido la idónea, apropiada, necesaria, inteligente… pongamos el adjetivo que queramos. Con su careo “en público”, Robert demostró varias cosas: que el rencor no es inherente a las víctimas de ETA, propiedad única y exclusiva de las mismas; es propiedad de las que quieran ser rencorosas, con —valga decirlo— todo el respeto del mundo, que para algo, una víctima, antes que víctima, es persona. Lo digo porque para muchos medios y periodistas que se precian de defender a las víctimas, olvidan esto, y de ahí su utilización de las mismas, como si fueran cosas. Quizá más que de instrumentalización política de las víctimas, habría que hablar de la cosificación de las víctimas; puede así que la victimización secundaria ya no fuera tal: ahora además estarían utilizadas y humilladas por los mass media. Ahí queda la teoría, para quien la quiera…
La otra cosa que ha demostrado Robert es que se puede hablar, que se debe hablar; y en el lugar que nos ocupa, que deben por tanto seguir los encuentros víctimas-victimarios, y si no que se fijen en su caso: entró pensando una cosa; salió pensando otra; ergo, de algo sirven, al contrario de lo que determinadas asociaciones y ya víctimas, piensan Y la tercera —y conclusión lógica de la segunda—, que las ideas más enrocadas en la mente y corazón de uno, se pueden quebrar. Decía Mayka Navarro —periodista de El Periódico— en la crónica de esa misma tarde, que Robert entró siendo una persona y salió siendo una muy diferente: no creía que la cosa iría tan bien como fue; no creía que Caride estuviera tan arrepentido por la salvajada que cometió (o mejor dicho, ayudó a cometer); no podía llegar a creer, con hechos demostrados, que en ETA se actuase de manera tan cerril e irracional, siendo la cúpula quien entregase un papelito —a modo de lista de la compra macabra—, y que fuesen ellos quienes juzgasen a que objetivo atacar; y no creía que —como él mismo confesó— detrás de un terrorista, hubiese —también— un hombre. Y sobre todo: no creía que el encuentro a él le sirviese.
Debo reconocer que al leer las diversas crónicas que del careo se hicieron, me emocioné, y entre otras, confieso, porque a Robert se le quebrasen algunas ideas que con todo el respeto y razón, albergaba; sobre todo porque le tengo cariño, y sé que con el careo y esos castillos asaltados que eran sus ideas después del careo, a Robert se le han movido muchas cosas. Incluso parece que el denegar darle la mano fue menos violento de lo que quizá los que sufrimos ese día por cómo iría la cosa, pensábamos: Caride dijo que lo entendía. Resultado: Robert salió “tocado” de una experiencia que debe efectivamente, dejar huella.
¿Así que esto es el “circo mediático” que el señor José Vargas denuncia? Robert ha demostrado que hay otra manera de hacer las cosas; y sí, si se necesita hacer un poco de ruido, que se haga. Hay veces que sí, que el fin, justifica los medios. Con el careo del viernes Robert ha demostrado que la humanidad, en este mundo tan inhumano, es posible; que hasta los más íntimos enemigos o personas antagónicas, pueden sentarse a hablar; y que en el colectivo de presos de ETA no todo es tan marmóreo como el EPPK trata de hacernos creer: hay grietas por donde la humanidad de los presos se escapa y pide que por favor les dejen pasarse a los traidores; que esa situación ya es inaguantable.
En el documental sobre Loquillo, Loquillo, leyenda urbana, de Carles Prats, hay un momento en que el periodista musical José Ordovás dice de Loquillo que “al nacer, rompió el molde”; con Robert pasa lo mismo. El día que nació Robert, algo debió de pasar, porque es único e inimitable. Los que nos podemos preciar, con orgullo, de llamarnos amigos suyos, lo sabemos bien. Entrañable, cachondo, alegre, serio, solidario… Robert es todo eso y mucho más. No tendrá tiempo para él, pero a ti te lo dará; no tendrá idea igual de alguna cosa, pero buscará como tenerla. Es inimitable, único, y por eso él ha manejado su face off con Caride como a él le ha venido en gana, y digámoslo claro: mejor no lo podía haber hecho. Ha dado una lección, y ha aprendido otra; nos ha hecho emocionarnos, y él se ha emocionado; y nos ha enseñado que siempre hemos de “fer la nostra” que diríamos en catalán (hacer la nuestra), si con eso sabemos que las cosas saldrán bien. Él lo ha hecho, le ha salido bien, y nos ha dejado unas puertas abiertas por donde el aire limpia una pesada losa que desde el 1987 y desde antes ya, pesaba: quizá ahora el pueblo catalán, y antes que todo, las víctimas de Hipercor, pueden, por qué no, si no reconciliarse, sí que enterrar de una vez por todas lo que supuso Hipercor y si bien no pasar página, sí que dejar lo que fue la cuenta de Hipercor, saldada, y empezar a vivir sin esa losa.
Si Rafael Caride Simón, aunque sólo sea él, viene (esperemos que sí) a Barcelona a dar la cara, y antes, tiene la voluntad de explicar a otras víctimas lo que éstas quieran saber, 25 años de pesadez que ahoga, empezarán a extinguirse. Y todo gracias a él, a Robert Manrique, el mismo que desde el minuto 1 después de Hipercor, se propuso buscar a y luchar por y para y con las víctimas; el mismo que en el 1989, levantó la mano en una asamblea de la (antigua) AVT y se hizo cargo de la delegación catalana; el mismo que ayudó a que las penas por terrorismo se cumpliesen íntegramente (¿lo sabe esto la señora Pedraza?); el mismo que en su despacho del desaparecido Servei d’Infomació i Orientació a les Víctimes del Terrorisme (SIOVT, Servicio de Información y Orientación a las Víctimas del Terrorismo), tenía una baqueta de Miguel Ángel Blanco, como prueba de amistad y respeto que creo recordar le dio su hermana Mari Mar; el mismo que peleó con todas las administraciones que incumplían siempre sus compromisos para con las víctimas del terrorismo (¡cuánto le deben las víctimas no sólo de Catalunya!); el mismo que buscaba a víctimas que quizá no sabían que eran víctimas; el mismo que en el entierro de un concejal del PP de Catalunya, al oír como socialistas y populares discutían por cuál iba a ser el lema de la manifestación, estando el muerto ahí mismo, se dirigió a la sala, y bastó su mirada para que éstos entendiesen la desconsideración que estaban llevando a cabo; el mismo que junto a Ernest Lluch, y muerto éste, llevó a cabo él solito la investigación para esclarecer que Begoña Urroz Ibarrola era la primera muerta provocada por ETA, y en general, la primera víctima del terrorismo en España; el mismo que escribió al Rey para pedirle que precisamente, el 27 de junio, día en el que murió la pequeña Begoña, fuese declarado Día Nacional de las Víctimas del Terrorismo; el mismo que ha entregado horas de su vida a esta causa, los actuales dirigentes de la cual, poco saben de lo que ha hecho Robert por la misma, y en cambio, se creen con el derecho a criticarle. A las Pedraza, Vargas, Alcaraz y otros: infórmense de quien es Robert Manrique; quizá sabiendo su lucha por este colectivo, desistirán de críticas furibundas.
Así que el viernes Robert escribió —quizá a mano sin él quererlo, con precisamente Rafael Caride— una página más de esta historia de este país; y una página más de cómo se han de hacer las cosas para que la paz llegue. Si algún día alguien hiciese una tesis doctoral sobre el movimiento asociativo de las víctimas del terrorismo en este país, seguramente este 15J de 2012, ocuparía un lugar importante en la misma; se diría que Robert Manrique volvió a dar una lección de cómo se han de hacer las cosas en este mundillo de las víctimas, dejando a un lado aquello que separa, y poniendo en solfa si no lo que une, al menos sí lo que ayuda, que en este mundo, ya es mucho.
Si la malentendida honestidad revolucionaria existe, su mejor representante es Robert Manrique.
A los que le critican: que se informen; a los que no le conozcan: ojalá tengan la oportunidad de hacerlo; a los que le conocemos: que conservemos su amistad, porque personas como Robert, pocas hay, hubo y habrán.
Gracias Robert, por tu humanidad.
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