La primera vez que vi cara a cara a una víctima del terrorismo fue hace 20 años. Reconozco y recuerdo el impacto que me produjo cuando me enseñó el injerto que le vestía la piel. La que le quemaron un 19 de junio de 1987 en los almacenes Hipercor. A lo largo de este tiempo, le he visto muchos gestos. Ante mí y ante otros. Ante políticos, periodistas, médicos forenses, policías, niños, actores, estudiantes y jueces. Ante su mujer y sus hijos. Ante tantas y tantas otras víctimas del terrorismo. Gestos alabados y criticados. Gestos de alguien que convirtieron la palabra terrorismo marcada a fuego, en la decisión diaria de hacer algo, lo que fuera, por unirla a la palabra Dignidad.
Cuando conocí a Roberto Manrique, me habló de dignidad. Y de justicia. Y mientras una psicóloga como yo, recién licenciada, le ofrecía mi solidaridad para ayudarles, el tiempo me reservaba descubrir otras caras, demasiadas, marcadas como sólo el terrorismo puede hacer.
Y de tantos y tantos gestos, en aeropuertos y trenes compartidos, en hospitales y en púlpitos, en tanatorios y homenajes; de tantas palabras dichas y tantos silencios por cada atentado…reconozco y recuerdo el impacto de una frase en plena calle, de un gesto nuevo que sólo le vi una vez: ”Sara, he rebut una carta de caride”. Y como, al igual que el valor en la mili, la experiencia se me debe suponer, puedo asegurarle al sr. Jiménez Losantos y a otros que parecen opinar igual, que no vi ningún signo, como asegura, de Síndrome de Estocolmo o de ganas de venganza en él. Porque nunca existieron. Como nunca existieron en otra de las víctimas que también quiso participar en este “espectáculo grotesco” del que habla Don Federico. Serían otros. Pero no esos. Y con todo el respeto que se merecen todos los que han pedido lo mismo…ellos sabrán.
Llevo 20 años oyendo a otros que no son Víctimas del terrorismo hablar sobre lo que ellos sienten. Sobre lo que necesitan. Sobre lo que piensan. A opinar por ellos y en nombre de ellos. A tantos que no tienen ni idea de lo que cuesta conseguir tal distinción o que alardean y abusan de tenerla por representarles. Pero mi estrado está en un despacho con tres sillas y una mesa. Y nunca fue mi trabajo otro distinto del que mi profesión me propone. Pero hoy, como psicóloga, me permito contestar a quienes se atreven a hacer patología de un derecho inalienable: al uso de su libertad. Al derecho a su intimidad para no relatar los detalles de lo que hablaron con el asesino, aunque eso desgraciadamente no satisfaga el morbo público. Que de eso, saben bien.
Roberto Manrique se ha ganado la maldita fama de ser una víctima conocida. Pero no hay medalla que no devolviera, ni artículo escrito ni programa al que acuda que no borrara de un golpe si con ello pudiera volver a Hipercor ese día y coger el micrófono que cambió la voz de Serrat por los rugidos del infierno. Y sé que no se limitaría, simplemente, a no cambiarle el turno a un compañero por librarse de su mala suerte.
Sé porqué Roberto fue a verle. Y sé por qué ese hecho ha trascendido tánto. Como también sé que ese día, el etarra miraba al suelo cuando quien no fue más que un objetivo para él le habló con el gesto del ave fénix que emergió de las cenizas. No buscaba respuestas. Probablemente, lo que pretendía tuvo mucho que ver con la palabra Dignidad. Con la palabra Justicia. Con qué si no.
Ser Víctima del terrorismo es una circunstancia. Una sangrante circunstancia. No les convierte en seres con pensamientos unánimes, con igual opinión. Cómo pueden creerse eso. Y si realmente quieren apoyarles, empiecen por entender, respetar y defender su individualidad en sus actos personales. Que todos los que fueron, como él, en un acto de propia voluntad, lo que menos merecen es que se dude de su salud mental. Perdida sin más entre objetivos terroristas y simples objetivos de un interés político. Objetivos al fin. Como si de eso, no hubieran tenido también ya suficiente. Por una vez, hablen con prudencia los tentados de titulares. Vengan de donde vengan. No habrá mejor homenaje.
Es fácil. No hace falta recurrir a manuales diagnósticos de trastornos mentales. Basta con consultar en Wikipedia para diagnosticar el verdadero Síndrome de Estocolmo de Roberto Manrique.
Cuando los delincuentes se presentan como benefactores, en la víctima puede nacer una relación de complicidad como agradecimiento y acabar ayudando a sus captores en alcanzar sus fines.
La diferencia es que, Roberto sigue llamándole terrorista, que su complicidad y agradecimiento fue impedir que se le acercara un metro y que si, como los de otros, su gesto y síndrome lejos de perjudicar, acaba ayudándonos a todos, a las víctimas que hablaron con el asesino y a las que no irían jamás..gràcies, company.
Sara Bosch.
Psicóloga especialista en Víctimas del terrorismo
Fué un lejano día de Octubre de 1.981. Aquella madrugada, veinte quilos de explosivo plástico perforaron el costado del destructor "Marques de la Ensenada", atracado en el puerto de Santander. Yo, estaba a bordo formando parte de la tripulación, realizando el servicio militar en la armada.
ResponderEliminarSolo por un milagro, nadie resultó herido. Pero bordeamos aquella noche la catástrofe mas negra. A bordo, había toneladas de munición de artillería y una docena de torpedos. Santander, o al menos la zona portuaria, pudo haber sido borrada aquella noche del mapa y convertida en ruinas.
Desde aquél día, entre esos tipos del pasamontañas y yo, hay algo personal.
Después de aquello, cada atentado, cada victima, me ha helado el corazón. Yo podía ser perfectamente cualquiera de ellos.
Quiero mostrar todo mi apoyo personal al gesto que has tenido, al entrevistarte con Caride. Requiere valor, y entereza, mirar al fondo de los ojos de un asesino.
Yo también lo habría hecho, al menos, para saber como se puede llegar a ser un asesino en nombre de una entelequia y un "conflicto" inexistentes.
Si con gestos como el tuyo, se consigue que los terroristas encarcelados se vayan replanteando sus actos, habremos ganado la batalla por la paz, para no cerrar esta pesadilla en falso, y que este horror no se repita en un futuro.
No hagas ningún caso a gente como Federico, y a todos los que se creen con potestad para hablar en nombre de las victimas. Hay gente, que de ellos ha hecho tristemente su modo de vida.
Un abrazo.