martes, 11 de marzo de 2014

11 marzo 2014 (4) El Comercio

11 marzo 2014

192 muertos, 1.991 heridos: Las víctimas tratan de seguir con sus vidas sin olvidar. Celebran hasta los cumpleaños de los que se fueron
La Policía permanece en alerta roja. La amenaza de un nuevo golpe yihadista es real
Trashorras, el asturiano que robó la dinamita, busca la paz entrevistándose en prisión con las víctimas, a las que pide perdón
De los 18 condenados, cuatro ya han salido a la calle. El próximo será Zouhier, que se ha casado en la cárcel

La venganza

En diez años, los brazos se le han puesto duros como piedras. En la cárcel de Puerto I no hay mucho que hacer y a Rafá Zouhier siempre le gustó machacarse en el gimnasio, así que se ha mantenido en forma. Por dentro también se ha endurecido: le ha hecho falta para aguantar en una de las prisiones que custodia a los presos más peligrosos del sistema penitenciario español. Si todo va como espera, volverá a pisar la calle el próximo 16 de marzo, cuando cumpla los 3.650 días de condena que le impusieron por servir de enlace entre los asturianos que robaban dinamita de la mina Conchita y los islamistas que provocaron con ella la matanza del 11 de marzo de 2004 en Madrid.
Parece que el tiempo le ha cundido. Además de entrenar como una fiera, ha estudiado el Bachillerato, se ha vuelto más recto -ahora observa los preceptos del Islam- e incluso ha sacado adelante un noviazgo epistolar que ha terminado en matrimonio. Ésa es la baza que maneja para evitar ser expulsado a Marruecos, su país de origen, en cuanto salga del penal gaditano.
Con su cliente a punto de quedar libre, el abogado Antonio Alberca se lamenta del «ensañamiento» que ha sufrido Zouhier, que no ha disfrutado de un solo día de permiso y ha completado toda su pena como recluso de primer grado, el régimen de internamiento más estricto. Y recuerda, a su juicio, la última «jugarreta cruel»: le dijeron que iba a salir el pasado noviembre y, una semana antes de llegar a la fecha, cuando ya había repartido toda la ropa entre sus compañeros, la Audiencia Nacional le comunicó que aún le quedaban otros cuatro meses por delante. Fue un golpe más, como la negativa de la presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), Ángeles Pedraza, a participar en un encuentro restaurativo -lo que se ha llamado 'vía Nanclares'-, que podría haber contribuido a suavizar su régimen carcelario. Pedraza, que perdió a una hija de 25 años en los atentados, ni siquiera respondió a la oferta.
Insiste Alberca en que Rafá nunca antes había sido condenado, a pesar de lo cual carga con fama de chorizo, que no es un terrorista y que, como confidente, incluso ha echado una mano a la Guardia Civil; que nadie, en definitiva, puede decir que se trate de un sujeto peligroso. A su modo, se le puede incluso considerar un patriota español. En una carta que envió a la periodista Leticia Álvarez, de El Comercio de Gijón, le confesaba la emoción que siente «cada vez que gana tu paisano Alonso una carrera o Nadal un partido, porque mi corazón siempre quiere que ganen ellos, que gane España, al igual que quería que ganasen antes del 11-M». Es verdad que Zouhier nunca dio el perfil del radical mahometano, que antes de caer preso, con 24 años, visitaba con más frecuencia la discoteca que la mezquita y que mientras los otros rezaban a Alá y preparaban la carnicería en los trenes de cercanías, él se colocaba, bebía y se acostaba con todas las que podía.

Se decidió en Pakistán

Lo cierto es que la decisión de atentar en Madrid se tomó muy lejos de la capital. Según Francisco Reinares, catedrático de Ciencia Política y experto en terrorismo, fue concretamente en la ciudad pakistaní de Karachi, en diciembre de 2001. Allí, Amer Azizi, el único yihadista que no había caído preso en la operación policial que, un mes antes, había desmantelado la célula española de Al-Qaida que dirigía Abu Dahdah, juró venganza.
Azizi fue ascendiendo en la escala jerárquica de la organización hasta que, en 2003, su líder, Osama bin Laden, lo nombró número dos del mando de operaciones externas. «Entonces se dan dos circunstancias que llevan a la aprobación del 11-M por parte de Al-Qaida: una, la propia trayectoria de Azizi en la organización, cuando pasa a convertirse en uno de sus líderes; la segunda, el inicio de la guerra de Irak. En ese contexto, los jefes de Al-Qaida encuentran motivos para presentar lo que ya se está preparando en Madrid como parte de su propia estrategia. Los atentados son decididos inicialmente por motivos de venganza, se preparan por razones de oportunidad -los grupos afines a Al-Qaida apuestan por atentar donde residen sus miembros- y se ejecutan de acuerdo con la estrategia general de Al-Qaida». Reinares, que trabaja como investigador especializado en terrorismo internacional para el Real Instituto Elcano, acaba de publicar '¡Matadlos!' (Galaxia Gutenberg). Para escribir este libro, que explica cómo se gestó el 11-M, se ha entrevistado con miembros de los servicios de inteligencia de cuatro continentes y ha accedido a información que hasta ahora permanecía inédita.
«La red del 11-M tiene tres componentes. El inicial, empieza a desarrollarse desde marzo de 2002 con los restos de la célula de Abu Dahdah. A éste se añade el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), a partir de sus estructuras en Francia y Bélgica. Solo a partir de 2003 se incorpora el tercer componente, el de los delincuentes comunes que se convierten al yihadismo siguiendo a su líder, Jamal Ahmidam, 'el Chino'».
La primera constatación escrita del 11 de marzo como fecha elegida para realizar los atentados data del 19 de octubre de 2003. «Quedó registrada en Bruselas y dejó constancia de ella el Grupo Islámico Combatiente Marroquí en la red del 11-M. La fecha queda definitivamente fijada al día siguiente de que Bin Laden, en un mensaje que emite Al Jazeera, dirigido a Estados Unidos, introdujese una mención casi colateral a España. Es una clave», explica Fernando Reinares.
En '¡Matadlos!', recuerda que en aquel momento ni siquiera se habían convocado las elecciones generales. «Fue una circunstancia sobrevenida, pero de la que fueron muy conscientes. Trataron de sacar el mayor partido para amplificar el efecto de los atentados y, en función del resultado, exhibirlos como un éxito. Esa presentación adquirió verosimilitud cuando solamente cinco semanas después de las bombas, el nuevo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció la salida de las tropas españolas de Irak».

La tragedia

Hace ahora diez años nadie hablaba de crisis. Aznar había decidido no volver a presentarse a las elecciones -fijadas para el 14 de marzo- y había designado a Mariano Rajoy como sucesor. Era un regalo seguro: la buena marcha del país en lo económico, con un 11% de paro y firmemente asentado en el club del euro, constituía la principal baza del candidato del PP, que acudía a las urnas con el lema 'Juntos vamos a más'. José Luis Rodríguez Zapatero, aspirante socialista con pocas opciones, se encomendaba al desgaste sufrido por el Gobierno en una legislatura ensombrecida por el desastre del 'Prestige', el accidente del 'Yak-42' y la intervención en la guerra de Irak, que estaba sacando a la gente a la calle para protestar. En esos primeros meses de 2004 también se hablaba de Fernando Alonso, que empezaba a subir al podio con su Renault, y, sobre todo, de Letizia Ortiz, la prometida del Príncipe Felipe, que se daba sus primeros baños de multitudes.
El jueves 11 de marzo, Vanesa Cabañas salió de su casa en Torrejón cargada de libros y camino de la universidad, como todos los días: tenía 24 años y estudiaba Ingeniería Aeronáutica. Llegó con prisas a la estación porque se le había hecho un poco tarde. El tren ya estaba allí y se metió en el primer vagón, rumbo a Nuevos Ministerios, donde se bajaría para coger el metro hasta la Ciudad Universitaria. Estaba bastante lleno, con gente de pie, pero ella tuvo suerte y encontró un asiento libre, así que sacó los 'Cuentos para pensar' de Jorge Bucay y se puso a leer.

Una cosecha macabra

La explosión la levantó en el aire. «Recuerdo botar en mi asiento. Se hizo la luz y el silencio. Miré alrededor para ver qué había pasado y vi gente tirada en el suelo y el cristal de la ventana roto. Una mujer gritó señalando a un señor malherido y entonces nos dimos cuenta de lo que había pasado». Estaba en la estación de Santa Eugenia, eran las 7.38 y acababa de estallar una bomba que dejó 16 cadáveres esparcidos y un olor a cable quemado en el aire. La escena se repitió casi al mismo tiempo en otros trenes en las estaciones del Pozo del Tío Raimundo y Atocha y en la calle Téllez. En total fueron diez bombas y una macabra cosecha de 191 muertos y 1.991 heridos, según el Supremo.
Hasta aquel día, el aviso de una desgracia «con múltiples víctimas» significaba que los trabajadores del Samur podían encontrarse con ocho o diez víctimas a lo sumo. Nadie estaba preparado para esto. A Mari Luz Sabín, médico y jefe de sección de Medios Técnicos, la enviaron a Atocha, pero la Policía la desvió después a Téllez. «Vi muy de refilón los vagones destrozados y cómo sacaban a los heridos, y me puse con la organización. Como te pones a trabajar tienes poco tiempo para pensar. Yo me veía con un montón de pacientes, muchos graves, y no tenía medios para atenderlos».
Por no haber, no había ni sitio, así que se trasladó a los heridos a un polideportivo. Los cuerpos cubrían toda la pista.
«Había mucho silencio. Me impresionó cómo colaboraron los ciudadanos. La gente no discutía y hacía lo que les decían; dentro de la catástrofe estaban como tranquilos. 'Quédate ahí sentado y no te preocupes, que no va a pasar nada'. Y se quedaban así». Los que habían acudido a ayudar se encargaban de atender a los graves y de avisar cuando había alguien aún peor. El que podía caminar, por mal que estuviese, se iba por su cuenta.
Cuando llegaron los refuerzos, repartieron a las víctimas por los hospitales. En el pabellón de Ifema se montó un centro de atención al que acudían cientos de personas desesperadas en busca de noticias de familiares y amigos. Fue una jornada larguísima, como la del día siguiente. «Cuando terminé, estaba bastante cansada. Dormí tres o cuatro horas. En ese par de días no pude comer nada sólido, solo beber. Y recuerdo haber llorado en mi casa».
Vanesa fue una de las víctimas 'afortunadas'. Salió corriendo del tren y llamó a sus padres para decirles que estaba bien. Comprobó que tenía el cuerpo entero y deambuló por allí mirando las cosas como si fuese una película. Se subió al primer autobús que vio y llamó a un amigo para que la fuese a buscar, sin saber bien dónde estaba. Acabó en Cibeles. La llevaron al médico. Golpes en la cara, pitidos en los oídos y una extraña sensación de euforia por seguir viva.
Tardó dos semanas en romper a llorar. Estaba en la universidad y algo despertó dentro. Necesitó seis meses de tratamiento para volver a estar más o menos bien y seguir con sus estudios. En 2010 tuvo otra recaída, con pesadillas insoportables y muchísima ansiedad. Le supuso otro año y medio de terapia.
Durante mucho tiempo no quiso saber nada del atentado, ni del juicio, ni de las condenas. El psicólogo le enseñó a perdonar para poder seguir viviendo. «Terminé la carrera, tengo pareja, que conocí después, vivo independientemente y trabajo en lo que quiero, relacionado con la carrera que estudié. Me dieron una beca para hacer un master en UCLA, en Los Ángeles… he ido cumpliendo mi sueño». Cada año, cuando se acerca la fecha, su madre no puede evitar emocionarse. «Piensa cosas… pero es lo normal».
Las bombas de los trenes consistían en mochilas y bolsas de deporte llenas de goma 2 que los terroristas hicieron estallar mediante teléfonos móviles. El hallazgo de una que no explotó permitió averiguar la procedencia de la dinamita, rastrear la pista de las tarjetas de los teléfonos y realizar las primeras detenciones: en una semana se arrestó a una decena de sospechosos. El descubrimiento de una furgoneta robada, utilizada por los asesinos, aportó nuevas pruebas. Todo ello condujo a los policías hasta una vivienda en Leganés donde se hallaban escondidos siete de los autores del crimen, quienes, al verse cercados, se volaron por los aires, acabando también con la vida de Francisco Javier Torronteras, un miembro de los GEO que se convirtió así en su víctima 192.
Gabriel Montoya, 'el Gitanillo', que participó en el robo de explosivos y en su transporte, fue el primer condenado por los atentados: al tener 16 años en el momento en que cometió los delitos se ordenó su internamiento en un centro de menores. En 2007 se celebró un macrojuicio en la Audiencia Nacional, con 28 acusados. De ellos, han acabado en la cárcel 18. Las tres principales condenas recayeron en Jamal Zougam, autor material de los hechos (42.917 años de cárcel); Otman el Gnaoui, coautor (42.917 años), y Emilio Suárez Trashorras, cooperador necesario (34.715 años). Para el resto, las penas oscilaron entre los 18 y los 2 años.

En la calle

Hace tiempo que los cuatro condenados con las penas más leves están en libertad: a Nasredine Bousbaa y Mahmoud Slimane les castigaron con dos años por falsificación de documento, mientras que los asturianos Antonio Iván Reis y Sergio Álvarez cumplieron tres por transporte de explosivos.
Mohamed Larbi Ben Sellam también agotó los nueve años que le impusieron por pertenencia a banda armada, pero continúa encerrado en la prisión de Valdemoro a la espera de que se tramite una petición de extradición de Marruecos. No es el caso de Zouhier, a quien las autoridades españolas expulsarán a ese país si prospera la solicitud de una de las víctimas. Su boda, el pasado septiembre, con la madrileña Soledad Paloma Álvarez puede asegurarle la estancia a menos que se pruebe que constituye una amenaza. Antonio Alberca, su letrado, dice que si quiere quedarse en España es por su mujer, aunque advierte de que si la idea es quitárselo de encima a él le dará lo mismo, «porque va a poder contar lo que sabe en Marruecos y aquí».
Mucho más resignados parecen los reos con condenas milenarias, y eso a pesar de que tanto Zougam como El Gnaoui insisten en proclamarse inocentes. Francisco Andújar, el abogado del primero, explica que todas las esperanzas de su representado están puestas en el Juzgado de Instrucción número 39 de Madrid. Es allí donde se ha presentado una querella criminal por falso testimonio contra las dos testigos que aseguraron haberle visto en uno de los trenes, la prueba principal contra él. Mientras espera a que se resuelva sigue su rutina en el centro penitenciario de Topas, en Salamanca. Allí se le tiene por una persona correcta. En Villena (Alicante), donde pasó varios años, sí que realizó alguna huelga de hambre, pero aquí no ha dado problemas.
Ocupa una celda individual y lleva una existencia muy controlada. Ni siquiera le dejan tener un palo de escoba: se lo entregan por la mañana para que haga la limpieza y lo tiene que devolver al terminar. Si quiere afeitarse también le prestan las cuchillas. Dispone de dos horas de gimnasio y dos de patio por la mañana, y de otras dos de patio por la tarde. Por lo visto, ha hecho amistad con un interno que pertenece a un grupo terrorista gallego.
Aún más discreta es la vida de El Gnaoui. La abogada Beatriz Bernal lo describe como un pobre hombre que tuvo la mala suerte de encontrarse en el lugar y el momento equivocados. Le tocó defenderle en el turno de oficio y ha seguido pendiente después de que se dictase la sentencia y se agotasen los recursos. «Me ocasiona un verdadero problema. No es que sea especialmente sensible, pero como profesional me duele ver condenado a alguien que no es culpable».
Otman El Gnaoui se porta bien. Mata el tiempo en el gimnasio y estudia español -«ha mejorado mucho su letra y su idioma»-. Cuando le pregunta cómo está, no da muchas explicaciones: «Mal». Desde que lo llevaron a A Lama (Pontevedra), anda un poco peor: en Villena recibía visitas de su hermana y su cuñado, e incluso fue a verle su madre desde Marruecos. Ahora está demasiado lejos para una familia pobre.
Emilio Suárez Trashorras, el minero que robó en Asturias la dinamita que se utilizó en los atentados, se ha marcado otro objetivo: encontrar la paz. Según Francisco Miranda, del despacho Vox Legis, en su representado no queda nada del tipo chulo al que todo le importaba un pito: cuenta que la enfermedad de alguien muy cercano a él le ayudó a comprender el sufrimiento que había causado. Desde entonces es otro, y ese cambio de actitud ha sido recompensado con su pase a segundo grado. Lee -ahora está con el último de Carlos Zafón-, escribe -ha ganado un certamen de relatos cortos para presos- y reza -se ha convertido a la Iglesia Evangélica-. Lleva tiempo participando en encuentros con víctimas, entre ellas Jesús Ramírez, quien fuera vicepresidente de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo. Él se siente aliviado al pedir perdón y cree que así también ayuda, pero tiene que oír cosas muy duras. «El resultado ha sido muy bueno -asegura Miranda-. Como poco, las víctimas entraron con odio y salieron sin él».
El abogado no niega que preferiría verle cumpliendo su pena de otra forma: Emilio padece un trastorno esquizoide y la cárcel de El Dueso (Santoña), a pesar de sus bonitas vistas, no es el mejor lugar para un enfermo. Si su arrepentimiento es pura estrategia está invirtiendo a muy largo plazo: en el mejor de los casos y con un tratamiento excepcional, podría disfrutar de su primer permiso en 2024, dentro de otros diez años.
Para que el tiempo pase más rápido no hay nada mejor que estar ocupado. Estudia inglés, colabora en las clases de alfabetización para otros internos y hace deporte. Está más delgado. Sobre todo, disfruta con las horas de terapia con animales, un programa dirigido a los presos con problemas psiquiátricos. En la prisión hay dos perros labradores que se vuelven locos de contento en cuanto lo ven llegar y que, a cambio, le proporcionan sosiego y disipan cualquier sensación de soledad. Thor y Balthus son los únicos que no se preocupan por el pasado de Emilio.


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