19 noviembre 2015
Religiones unidas frente al terrorismo
Manuel Núñez Encabo
El nuevo y terrible atentado terrorista en París,
aunque con contenidos y motivaciones propias, tiene el mismo origen que el
anterior de hace 10 meses,
también en la capital francesa, contra el semanario satírico Charlie
Hebdo: el fundamentalismo religioso con el brazo ejecutor del
denominado Estado Islámico (IS). Ante la clara determinación de continuar y
extender estas acciones terroristas no sólo en Europa, sino también en otros
lugares del mundo, es indispensable un antes y después en la lucha contra el
terrorismo, porque la repetición de este atentado demuestra que se trata de acciones
no aisladas sino organizadas para
ser repetidas periódicamente, como una guerra santa y venganza contra lo que en
cada momento se consideren ofensas contra su religión, o acciones en
territorios que estimen de propiedad de su Estado Islámico, como ocurre
actualmente en Oriente Próximo, principalmente en Siria e Irak.
Este tipo de terrorismo religioso que supone ya una amenaza mundial
necesita para su erradicación respuestas también organizadas, no aisladas, sino
coordinadas internacionalmente, lo que no se ha realizado desde el anterior
atentado de París. Las acciones policiales, tanto en Europa -donde existen
santuarios yihadistas en algunas comunidades musulmanas con personas que
colaboran con el terrorismo-, como en el resto del mundo donde también se ha
sufrido el zarpazo terrorista, son imprescindibles, coordinadamente con las
correspondientes acciones militares en
los territorios donde este islamismo impone su violencia religiosa con imágenes
sangrientas.
"Los
dirigentes musulmanes deben involucrarse en la convivencia real interreligiosa,
las condenas son insuficientes"
Por supuesto que esta coordinación debe extenderse
al ámbito del ciberespacio para desarticular las redes de la ciberdelincuencia
del terrorismo, ampliando los contenidos del Convenio del Consejo de Europa en
este tema para aplicar una política
penal común ante los cambios causados por la digitalización y la globalización de las
redes informáticas y su utilización para cometer actos terroristas y transmitir
informaciones con datos y sistemas informáticos a veces falsificados.
Ante este panorama, se debería vigilar la
financiación del terrorismo y
concretar principios relativos a la extradición y a la asistencia mutua
judicial y policial. Pero estas medidas son insuficientes por sí solas
partiendo de que la característica del Estado Islámico es que la guerra que
libra no tiene lugar sólo en los territorios y campos de batalla sino también a
través del método programado del terrorismo basado en justificaciones
religiosas de guerra santa. Como ya señalaba en un lejano artículo
anterior que ahora completo con nuevas precisiones, ya que este terrorismo ordena combatir a
los infieles allí donde se encuentren, es imprescindible comenzar por su deslegitimación religiosa, que
debe iniciarse por quienes tienen el reconocimiento de representantes máximos
de las religiones mayoritarias, entre las que se encuentran el cristianismo, el
judaísmo y el islam, que deberían propiciar una reunión al más alto nivel y
llegar al compromiso solemne de prácticas religiosas a través únicamente de
métodos pacíficos alejados de toda violencia.
Se trataría de un acuerdo público de lealtad
religiosa que deslegitimaría la pretendida justificación religiosa de las
acciones yihadistas, evidenciando así su simple condición de terrorismo. No
cabe duda que en estos momentos, a diferencia del cristianismo y judaísmo, lo más difícil es
encontrar representantes con autoridad universal en el islam con más de 1.200
millones de creyentes desperdigados
en diferentes países del mundo, lo que ha llevado a diversas ramas
-principalmente, chiíes y suníes- enfrentadas entre sí para conseguir ostentar
la representación de la religión musulmana, y también a decisiones equivocadas
del mundo occidental guiadas principalmente por intereses de predominio
político y económico en sus alianzas coyunturales con distintos países
musulmanes.
Pero ante el descrédito que la religión musulmana
puede sufrir por las acciones del autoproclamado Estado Islámico, es indispensable encontrar a los
portavoces más representativos del islam para lograr que se involucren en el
compromiso de convivencia pacífica entre
las naciones desde el respeto a todas las creencias religiosas. Mientras tanto,
son insuficientes, aunque valiosas, las condenas del terrorismo yihadista por
parte de los representantes del islam en los territorios donde se producen los
actos terroristas.
El compromiso de lealtad religiosa debería
corresponderse con otro de lealtad política de todos los Estados, auspiciado
desde la Asamblea
de Naciones Unidas, con el compromiso de actuar bajo los principios del respeto
a las creencias religiosas, sin injerencias para subordinarlas a estrategias
políticas como ha ocurrido frecuentemente en las diversas etapas históricas de
todas las religiones y que es lo que precisamente pretende ahora el Estado
Islámico golpeando al país
que, con la Revolución
francesa, inició la nueva era de separación de religión y Estado. Se comprende así en todo su valor la
reacción de los ciudadanos franceses de responder con orgullo a las
provocaciones que padecen entonando el himno nacional, La
Marsellesa.
"Líderes de los distintos credos de todo el
mundo deberían propiciar un encuentro universal del que saliera un compromiso
solemne de que cualquier acción violenta es incompatible con el hecho
religioso"
No hay que olvidar que la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 -tal vez el documento histórico más
importante del reconocimiento de la dignidad de toda persona por el hecho de
serlo- es lo que ha permitido ir desarrollando sus principios como base para ir
acogiendo en Europa a inmigrantes de otros países del mundo desde el respeto
mutuo. La muy numerosa comunidad de más de cinco millones de musulmanes en
Francia es una buena muestra de ello. Es una aberración histórica e
incomprensible que este contexto de tolerancia existente en los países europeos
se aproveche por el fundamentalismo islámico violento para introducir caballos de Troya que
buscan destruir la convivencia pacífica lograda. Ante este terrorismo religioso
que afecta no sólo a los valores europeos sino también a los valores
universales de la humanidad, vulnerando los derechos fundamentales, es necesario que las Naciones
Unidas pongan en práctica los principios de la Declaración Universal
de Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
así como la actualización de la importante Declaración de la Asamblea General
de 1981 sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia en las
religiones, tal y como se recoge en el dossier de Naciones Unidas sobre
Consciencia y Libertad.
Este marco de acciones coordinadas policiales,
religiosas y políticas debería completarse con el factor clave de la educación en
las aulas; hace falta fomentar el respeto en todo el mundo a
las diversas creencias religiosas y, al mismo tiempo, la erradicación de toda
violencia. Una tarea que correspondería dirigir a la Unesco , partiendo de las
diversas peculiaridades de cada región del mundo, comenzando desde Europa ante
el nuevo panorama de la inmigración y continuando por los países musulmanes,
donde en algunas escuelas islamistas se adoctrina para culpar a otras
religiones de la maldad en el mundo, introduciendo así el germen de la
confrontación y la violencia entre las diversas religiones y culturas.
También a los medios de comunicación y al periodismo, conciliando libertad de
información y responsabilidad, les corresponde la formación de
una opinión pública veraz sobre hechos tan graves y complejos como el
terrorismo actual, que no debería impedir el desarrollo de la convivencia
pacífica de las religiones que permitan, como en algunos momentos históricos,
escuchar en las ciudades, al mismo tiempo, los rezos de las sinagogas, la
llamada del muecín a la oración desde los minaretes de las mezquitas y el
tañido de las campanas desde las iglesias.
Manuel Núñez Encabo es catedrático europeo ad personam Jean Monnet de Ciudadanía Europea
(UCM)y vicepresidente primero de la Asociación de ex diputados y ex senadores de las
Cortes Generales.
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