24 noviembre 2015
Luis R. Aizpeolea
Del terrorismo etarra al yihadista
No hay comparación posible entre un
terrorismo local, como el de ETA, con la complejidad del terrorismo global del
Daesh
Recientemente, la exmilitante de ETA, Carmen
Gisasola, confesaba a EL PAÍS que fue a fines de los años ochenta cuando en ETA
empezaron a encontrar trabas en sus apoyos abertzales. La razón: en 1988 se firmó
el Pacto de Ajuria Enea, que comprometió a los partidos nacionalistas y no
nacionalistas contra ETA. Aunque tuvieron que pasar 23 años para que ETA
cesara, Ajuria Enea fue, con retrocesos y avances posteriores, el principio de
su fin, con su deslegitimación.
No hay comparación posible entre un terrorismo
local, como el de ETA, con la complejidad del terrorismo global del Daesh —con
territorio propio, comandos inestables y suicidas— y sus complejas
implicaciones internacionales, históricas y religiosas. Lo único que hay es una
metodología común en cualquier combate antiterrorista: sumar fuerzas para
lograr su aislamiento político y social y que la inteligencia presida el uso de
la fuerza.
Con ETA fue clave la mejora de la investigación
policial, frente a la represión generalizada, unida a la coordinación de las
policías y la progresiva cooperación de Francia desde que Felipe González llegó
a La Moncloa. Esa
experiencia ha sido muy útil para los policías españoles que combaten el nuevo
terrorismo. Y para el aislamiento político y social de ETA fue clave el Pacto
de Ajuria Enea y su secuela, el Pacto Antiterrorista, que, con su cobertura
política, multiplicaron la eficacia policial, judicial y la movilización
social, logrando la pérdida del apoyo de la izquierda abertzale y su final.
Ante un reto tan distinto como el de Daesh, algunos
expertos manejan estas pautas generales para combatirlo como la suma de una
gran coalición internacional con implicación de países y comunidades árabes,
clave para estrangular su financiación, una eficaz coordinación internacional
de los servicios secretos y una acción militar inteligente, encaminada a
eliminar el terrorismo, restándole previamente apoyos políticos y sociales.
Francia, como escenario principal del ataque yihadista en Europa tiene,
asimismo, un especial reto policial y también social para restarle potenciales
apoyos. En esas condiciones, y regresando a ETA, el reto yihadista le impide
dedicar esfuerzos a un terrorismo del siglo pasado, que considera liquidado.
Un reciente informe de la Guardia Civil señala
que ETA solo dispone de 15 o 20 militantes dedicados a preparar el desarme de
500 kilos de explosivos y 250 armas cortas. Su mayoría está en Francia, a la
que no preocupa porque lo cree inutilizado, tras cuatro años de inactividad
etarra. Considera que el desarme es cuestión del Gobierno español y ETA.
A Francia le encantaría enviar a España los 99
presos de ETA que mantiene, pero quienes pueden no quieren. Desde hace un año, la Audiencia Nacional ,
tras una enmienda del PP, impide que en España a los presos etarras se les
descuente de su condena la cumplida en Francia. Sin embargo, Francia sí
descuenta a los presos franceses la parte de su condena cumplida en España, lo
que afecta al principio de reciprocidad. Francia lo planteará al próximo
Gobierno español, tras el 20-D.
En todo caso, la gravedad del reto yihadista es, también
para España, una emergencia añadida a la disolución pendiente de un terrorismo
del siglo pasado, como ETA. El principal foco está en la izquierdaabertzale, urgida a presionar a ETA para
que inicie su disolución con un desarme y a sus 440 presos para que asuman la
legalidad penitenciaria y se acojan a sus beneficios. Asimismo, el próximo
Gobierno debe facilitar el final ordenado y una flexibilización penitenciaria,
acorde con ese final. La próxima legislatura debe cerrar este capítulo de una
vez.
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