15 diciembre 2017
Hipercor, el dolor
insuperable 30 años después
Una exposición en la Fabra i Coats explica la
lucha de las víctimas del atentado de ETA frente al Estado
Impresiona ver a Jordi Morales, que quedó huérfano de padre
y madre con siete años, explicar que tuvo que contratar a un abogado para
reclamar como víctima porque no fue considerada como tal por los tribunales.
Impresiona escuchar el testimonio de Núria Manzanares y Enric Vicente, que
perdieron a sus dos hijos y a la hermana de ella, como no han conseguido que la
administración les reconozca las secuelas del atentado y les conceda
prestaciones solo por enfermedad común. E impacta escuchar a Xavier Valls, que
se quedó huérfano de padre a los nueve años, contar cómo su madre, ante el
abandono institucional, envió telegramas de pésame a Jordi Pujol y Pasqual
Maragall como una llamada de atención. Son algunos de los testimonios de
familiares y víctimas del atentado de Hipercor de Barcelona el 19 de junio de 1987,
en el que perdieron la vida 21 personas y otras 46 resultaron heridas,
integrados en la exposición La
Ferida d’Hipercor. Barcelona 1987 en la Fabra i Coats, en Sant
Andreu, no muy lejos de Hipercor. “Una cercanía buscada porque fue este barrio
el que sufrió especialmente el atentado”, explica el periodista Francesc Valls
— quien fue subdirector de la edición catalana de EL PAÍS— comisario de la
muestra organizada por el Museo de Historia de Barcelona y que se integra
dentro de los actos del memorial por el 30 aniversario del atentado.
Una iniciativa que quiere evidenciar lo que Valls califica
de “divorcio entre el poder y las víctimas” y rescatar la memoria del que fue
el primer atentado de ETA masivo y con la población civil como objetivo. Las
administraciones no facilitaron el contacto entre las víctimas: “Algunos se
conocieron 174 días después del atentado, en la sala de espera del forense”. No
pocos ni se enteraron de la celebración del juicio, en 1989. Fue a partir de la
sentencia cuando algunos afectados empezaron a coordinarse, una movilización en
la que tuvo un papel importante Robert Manrique, uno de los heridos. “Las
administraciones no ayudaron y lo cierto es que fueron rácanos a la hora de
reconocer los derechos de las víctimas con los abogados del Estado
recurriendolo todo”, añade Valls. Solo 13 de ellas o sus familiares cobraron la
indemnización por la responsabilidad civil subsidiaria por no haber desalojado
a tiempo los almacenes, tal como reconoció en 1994 una sentencia de la Audiencia Nacional
en un audio que recoge la muestra. “Otras 33 personas que plantearon igual
demanda no la obtuvieron con el argumento de que se les había pasado el plazo”.
Barcelona acababa de ser nominada para los Juegos Olímpicos de 1992 y se
convirtió en objetivo etarra. En 1987, antes de Hipercor, se produjeron otros
tres atentados —dos de ellos con sendas víctimas mortales— y el perpetrado
contra la refinería de Enpetrol en Tarragona. El estallido de un coche bomba
cargado con 200 kilos de amonal a las cuatro de la tarde y ocho minutos
estacionado en el aparcamiento subterráneo de Hipercor y todo lo que
desencadenó es el relato de la exposición a través de fotografías,
documentación —recortes de prensa— audios de fragmentos de las sentencias y
audiovisuales que registran el testimonio de siete de las víctimas. El espacio
expositivo, diseñado por Marta Galí y Marta Oristrell, está dividido en varios
ambientes separados por cortinajes. Un montaje sobrio: “se ha querido crear un
ambiente de recogimiento, hasta de cierta inquietud”, apunta el comisario. Y
esa es la sensación que se tiene al acceder a un espacio circular, casi negro,
solo iluminado con 67 filamentos de luz —una por cada muerto y herido— que
bajan del techo, en homenaje a todos ellos.
Valls se ha entrevistado con familiares y víctimas y ha
buceado en la ingente información, tanto judicial como de prensa, de archivos y
bibliotecas, que generó la explosión de Hipercor. Toda una sacudida social que
dejó aterrorizada a la población que salió a la calle de forma masiva, cerca de
medio millón de personas en Barcelona. Un espanto que propició una acción
espontánea en La Rambla
donde se escribieron mensajes en el suelo. Trágica ironía del destino, la misma
escena que se vio este verano tras el atentado yihadista. Y una acción de ETA
que quebró hasta el entonces compacto mundo abertzale con las primeras críticas
a lo que fue calificado de “grave error”.
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