15
diciembre 2017
La cicatriz abierta de Hipercor
Una exposición
conmemora el trigésimo aniversario del brutal atentado y coloca en el centro
del relato a las víctimas
Los relojes se pararon en seco cuando
pasaban ocho minutos de las cuatro de la tarde del 19 de junio de 1987 y vuelven a hacerlo ahora en una fatídica
cuenta atrás encuadrada en una gran tela negra. Sólo números y una
fecha para congelar el tiempo y recordar el momento exacto en el que un Ford
Sierra rojo cargado con 200 kilos de amonal gasolina, escamas de jabón y pegamento
explotaba en la primera planta del parking del Hipercor de Barcelona. ETA, que
ese mismo año ya había firmado otros cuatro atentados en Cataluña y se había
cobrado dos vidas –la del Guardia Civil Antonio González Herrera y la del
mecánico Juan Fructuoso Gómez–, perpetraba así su
peor matanza. En
total, 21 muertos y 46 heridos en uno de los episodios más oscuros de la negra
historia de la banda terrorista.
Una cicatriz abierta que, tres décadas después, reaparece
en forma de exposición en la Fabra i Coats de Sant
Andreu, a poco mas de un kilómetro de los grandes almacenes, para sumarse a los actos de evocación
y conmemoración del trigésimo aniversario del atentado que el Ayuntamiento de
Barcelona impulsó en junio en 2017. Un añadido al acto que se organizó el
pasado 17 de junio ante el monumento a las víctimas del terrorismo en Barcelona
con el que se busca «reclamar una mayor relación entre la administración y los
afectados por los atentado». «Es un acto de
justicia y reparación y un deber que teníamos como ciudad con las víctimas», subrayó ayer el teniente de alcalde
del Ayuntamiento, Gerardo Pisarello.
Así, la muestra, comisariada por el
periodista y escritor Francesc Valls, se reivindica como un espacio de «conocimiento, debate
y reflexión» y busca colocar a las víctimas en el
centro del relato. De hecho, más allá de la pantalla que reproduce los nombres
de todos los fallecidos y heridos y de una instalación memorial formada por con
sesenta y siete cables rematados por puntos
luminosos, parte de la muestra se
nutre de los testimonios personales de siete víctimas y familiares y de la
odisea judicial y administrativa a la que tuvieron que enfrentarse tras el
atentado.
Víctimas por partida doble
Es, por ejemplo, el caso de Jordi Morales, aquien la masacre dejó huérfao con apenas siere años pero
cuyo nombre no aparecía en la sentencia judicial. ¿La razón? Sus padres no
estaban casados, por lo que hasta muchos años después no se le reconoció la
condición de víctima. O el de Jéssica López, que nació sorda a causa del
atentado -su madre, una trabajadora de Hipercor, estaba embarazada de tres
meses y medio- pero a la que no incluyó como víctima hasta 2003.
Damnificados por partida doble que se
encargan de echar el cierre a una exposición diseñada con un elegante y sobrio
sistema de cortinajes negros y repasa el durante y el después del atentado a
partir de fotografías, documentos audiovisuales y recortes de prensa. «Se ha huido de la
truculencia», destaca
Valls sobre una selección gráfica que esquiva el material más escabroso para
centrarse en el trabajo de los bomberos, las manifestaciones de repulsa que se
organizaron en Sant Andreu y Barcelona o los funerales en Santa Coloma en los
que se despidió a Rafael Morales y María Teresa Danza, padres de Jordi Morales.
Una portada de los días posteriores muestra cómo los
barceloneses escribían en la
Rambla sus mensajes de duelo, imagen que reapareció
tristemente el pasado mes de agosto, después del atentado yihadista, mientras que un panel reproduce las
reacciones políticas, con las firmas del Acuerdo de Madrid Sobre Terrorismo el
5 de noviembre de 1987 y el pacto de Ajuria Enea el 12 de enero de 1988.
Mención especial merece el apartado
dedicado a las sentencias judiciales, en
el que se hace especial hincapié tanto en la composición de la bomba como en la
actuación de la policía, a la que la Audiencia Nacional
afeaba no haber desalojado el edificio pese a haber recibido tres avisos de
bomba.
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