04 marzo 2019
Víctimas,
derechos y discriminaciones
Por Aitzepa Lezaola y Agus Hernán
Conocer
la verdad, toda la verdad y todas las verdades nos hará más libres como
sociedad”, concluyó el reciente V Foro Social. La principal guía del trabajo
del Foro Social Permanente en relación a las víctimas ha sido y es clara: dotar
a todas las víctimas de los derechos que les corresponden: derecho a la verdad,
la justicia y la reparación. Y conocer, dar a conocer, reconocer y reparar
todos los sufrimientos que han ocurrido en el denominado conflicto vasco es
responsabilidad de la sociedad vasca en su conjunto, de su ciudadanía y de sus
agentes institucionales y políticos.
Así pues, nos centramos
en promover espacios de escucha y facilitar procesos de recuperación de la
verdad a nivel local y a nivel institucional para lograr el reconocimiento
oficial y la reparación de todas y cada una de las víctimas. Hoy queremos
expresar nuestra preocupación por la situación de discriminación que aún siguen
sufriendo muchas de ellas;con especial relevancia, las que han padecido las
violencias practicadas desde estamentos oficiales.
Estas víctimas siguen
pendientes de las leyes que les debían ofrecer ese reconocimiento: la Ley 16/2015
de la Comunidad Foral de Navarra, anulada tras ser recurrida
por el Estado; y la Ley 12/2016 del Gobierno vasco (de “abusos
policiales”), en suspenso. Según el Informe Base del Gobierno de Lakua, de
2013, el efecto de estas leyes alcanza a familiares de al menos 244 víctimas
mortales aún no reconocidas, una cifra altísima; pero aunque se tratara de solo
una víctima, ya sería grave.
Familiares
de 49 personas reconocidas por varias leyes como víctimas del denominado
“terrorismo de Estado” esperan aún el fallo del Tribunal de Derechos Humanos de
Estrasburgo sobre los recursos presentados a la Ley Estatal de Víctimas del Terrorismo en 2011,
cuando el Estado español se negó a equiparar las compensaciones económicas
percibidas, como sí hizo en cambio con las víctimas de ETA. El trato
igualitario se denegó en base a informes policiales (no judiciales),
criminalizando post
mortem a
unas víctimas.
Y qué decir de las
víctimas de la tortura. Tan solo 31 personas han sido reconocidas en sentencias
judiciales como “víctimas de la tortura”, cuando el Informe sobre la Tortura en la CAV recoge,
“por lo menos, 4.113 casos” verificados.
Pero ¿por qué deben
padecer esta exclusión todas estas personas? Por desgracia, en ciertos
estamentos se ha impuesto la idea de que el reconocimiento público de un dolor,
de una vulneración de derechos humanos, justificaría la existencia de otro.
Ciertos sectores
políticos siguen considerando que reconocer a una víctima de violencia de los
estamentos oficiales (Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, grupos terroristas
parapoliciales…), justificaría la violencia de ETA. Durante décadas, ha
imperado la posición de negar la existencia de estas víctimas, causándoles con
ello una doble victimización, ocultando el origen de la violencia que las
golpeó, negando su existencia -“víctimas sin victimario”- o clasificándolas en
otra “categoría”. Estos sectores políticos negacionistas que perviven aún en
2019 han tratado muchas veces de patrimonializar el dolor de algunas víctimas
con el fin de justificar sus posiciones políticas y establecer así categorías
-y jerarquías- entre víctimas.
Utilizar el aspecto
emocional es una forma eficaz de influir en el análisis racional y el sentido
crítico de las personas. Pero, en nuestra opinión, resulta grosero, peligroso y
poco proactivo en estos tiempos. Alimenta posiciones de trinchera frente al
necesario carril central: el de la construcción de una convivencia democrática.
Desde la voluntad de
construcción de la convivencia, consideramos que el compromiso con los
principios democráticos y el respeto escrupuloso de todos los derechos humanos
han de ser nuestro principio fundamental. Así, es necesario abordar la realidad
de todas las víctimas, todas, sea cual sea el origen de la violencia que las
golpeó.
En los últimos meses,
el Foro Social Permanente escucha. En estos contactos, sobre todo privados,
víctimas de diferentes expresiones de violencia nos transmiten que lo que
desean es que su tragedia personal sirva para que no vuelvan a repetirse jamás
hechos como los que sufrieron y para superar la confrontación vivida. Avanzar
sí, sin olvidar nada de lo ocurrido. No se mueven por venganza. Solo desean que
se reconozca su dolor, quién lo provocó y que se asuman responsabilidades por
ello.
El
campamento base de la convivencia es el trato equitativo a las víctimas. Es conditio
sine qua non. Ahí existe una línea roja que las instituciones y la sociedad
civil debemos respetar: No se pueden aceptar discriminaciones entre los
derechos de las víctimas.
Hemos de referirnos a
todos los dolores por igual, sin equidistancias, pero sin discriminaciones.
Conocer qué es lo que les sucedió a todas y cada una de ellas. Escucharlas.
Nadie debería tratar de instrumentalizar su sufrimiento;el dolor pertenece a
quien lo ha sufrido. No sabe de siglas, ni de ideologías. Es idéntico para
todos los seres humanos.
Las víctimas que
durante largos años han sufrido la violencia practicada y auspiciada directa o
indirectamente por estamentos oficiales, merecen exactamente el mismo nivel de
reconocimiento del que gozan las víctimas de ETA. Comprometámonos, pues, con
ese propósito.
Es necesario superar el
discurso de las “tipologías” de víctimas. Demos visibilidad pública a todos los
horrores que han tenido lugar en nuestra sociedad, dignifiquemos por igual a
todas las personas que los han tenido que sufrir, sin exclusiones, sin
categorías, sin “peros”.
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