14 marzo 2019
Los crédulos
La tragedia nos golpeó, pero fue todavía peor la miseria
moral que vino después de las bombas. Hablo de los atentados del 11-M, cuando
la ciudad de Madrid fue víctima del atentado yihadista más mortífero en
territorio europeo, hace quince años, tres días antes de las generales.
Recuerdo aquel día como si fuera hoy: a primera hora, todo parecía confirmar
que ETA estaba detrás del ataque, pero, a medida que la tarde daba paso a la noche,
muchos datos indicaban que los autores eran islamistas radicales. Antes, en la
concentración del mediodía delante del Palau de la Generalitat con el
president Pasqual Maragall al frente, el vértigo y la tensión dominaban el
escenario. Apunté esto en mi crónica: “Observo los rostros de los políticos, tallados
todos por un escultor sombrío, cabezas a las que les ha volado el sombrero de
la retórica, miradas presas del vacío, gestos sin escudo. También los que son
candidatos. Desde el asesinato de Ernest Lluch, no veíamos estos semblantes de
piedra quemada. Vemos los actores sin máscara, las máscaras sin ojos, los ojos
estampados en el dato cierto: más muertos que nunca”.
Aquel
jueves de dolor, Aznar llamó desde la Moncloa dos veces a los directores de los
principales medios, para reiterar que él estaba convencido de que el ataque era
obra de los etarras. Aquella fuente oficial empezaba a ser desmentida por los
policías que trabajaban sobre el terreno y por muchos expertos internacionales.
Dos días después, el sábado dedicado a la jornada de reflexión, se conocía un
vídeo mediante el cual Al Qaeda reivindicaba los atentados. El socialista
Rodríguez Zapatero ganó los comicios contra pronóstico, y el PP pasó a la
oposición, con un resentimiento enorme que pudrió la vida pública. Determinados
medios de la derecha –de acuerdo con los populares– compusieron un relato
alternativo sobre el 11-M, a partir de supuestas conspiraciones. El Mundo
mantuvo durante muchos años una versión que cuestionaba los hechos y los datos
que las investigaciones policiales y el posterior juicio habían confirmado como
ciertos. Esa forma de hacer tiene mucho que ver –por cierto– con determinadas
inercias a la hora de contar el proceso catalán desde Madrid.
Más allá de la responsabilidad de algunos políticos y
periodistas que se dedicaron a fabricar y difundir falsedades sobre un episodio
tan grave, está la responsabilidad de los ciudadanos que aceptaron estas
fábulas como si fueran noticias verificadas. Hablo de lectores de periódicos y
oyentes de radio –como los de la cadena de los obispos– que despreciaron las
evidencias y asumieron unas historias fraudulentas que tapaban, desfiguraban y
distorsionaban la realidad. Me fascina la credulidad de los consumidores de
ciertos medios que se convirtieron en adictos a unos materiales cada vez más inverosímiles.
Contribuyeron –sin saberlo– a hacer más débil y más vulnerable la democracia en
España.
Los
crédulos han existido siempre, como las falsas noticias. Ahora hablamos de
posverdad, un término que no se utilizaba cuando las bombas mataron a más de
doscientas personas en Madrid. Los sectores sociales que dieron por buenos los
cuentos negacionistas sobre el 11-M no han desaparecido y son susceptibles de
apoyar cualquier nueva narración falaz. Se trata sólo de saber qué producto
puede conectar más fácilmente con sus miedos y prejuicios. Los crédulos son el
público más agradecido de los populistas, porque no pueden soportar las lagunas
que forman parte de la complejidad. Los crédulos no quieren saber qué ha
pasado, sólo quieren refugiarse en una trinchera de sentido que les permita
vivir en el espejismo de la certeza absoluta. Son resistentes como una plaga
antigua. Lo explica muy bien Hannah Arendt: “Es probable que los esfuerzos del
grupo engañado y de los propios embaucadores se dirijan a mantener intacta la
imagen de la propia propaganda, y esta imagen, más que por el enemigo y por
intereses hostiles reales, se ve amenazada por aquellos miembros del propio
grupo que han conseguido romper el hechizo e insisten en hablar de hechos y
acontecimientos que no encajan en el engaño. La historia contemporánea está
llena de ejemplos en los que quienes dicen la verdad factual han sido
considerados más peligrosos e incluso más hostiles que los verdaderos
opositores”. Por eso nadie pide perdón.
Los ultras
de Vox y el líder del PP han aprovechado el decimoquinto aniversario de aquella
jornada de muerte para reabrir la narrativa tóxica del 11-M. Casado ha
declarado que “si hay alguna información que no conozcamos los españoles o no
se pusiera negro sobre blanco durante el macrojuicio, sería bueno que se
supiera simplemente por resarcimiento a las víctimas del terrorismo, que lo
siguen pasando muy mal y quieren saber si, además de los que fueron condenados,
hubo alguna ramificación más”. El dirigente del PP trata de sembrar la duda,
para manchar al adversario, para poder repetir que “todo es ETA”. Los crédulos
lo aplauden. La podredumbre es densa. ¿Saldrá, también desde la derecha española,
alguien decente que combata la inmoralidad infinita de este discurso?
Opinión:
Añadir solo algo mas… relacionando la noticia con los
atentados de agosto de 2017 en Catalunya, decir que hay personajes a quien les
molesta muchísimo la excelente actuación de los Mossos d’Esquadra y que,
desgraciadamente, ya hay quien ha intentado desmerecer su trabajo.
Viviremos extraños episodios cuando se vaya acercando el juicio…
Paciencia.
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