02 enero 2024
Aranzazu', la única mujer que se infiltró en ETA: «Fue un hito histórico»
El comisario que reclutó, adiestró y controló a la topo que sorteó la seguridad terrorista del ' comando Donosti' habla para EL MUNDO
Toda su vida apartado de los focos, en segundo plano, sin presencia pública. Toda su vida en los servicios de información. Un especialista en todo tipo de terroristas, de todos los pelajes. Y sabía de todo lo que pasaba en el País Vasco, y en Cataluña, y en Navarra, y en Galicia...
Sigue sin querer darse a conocer. «Son muchos años en la trinchera desde el segundo plano, desde el que te permite después de una operación entrar en otra. Si te expones, te quemas», explica en una de sus charlas con EL MUNDO este comisario principal. Ya está jubilado y entiende que de algunos de sus asuntos puede «empezar a dar pinceladas».
Habla de operaciones en las zonas más calientes del planeta, relacionadas con el yihadismo. Pero fue la operación contra el comando Donosti, sin duda, la más significativa. Desvela que en una de las reuniones operativas estudiaron cómo desarticular al comando donde una policía había logrado infiltrarse. Pero los GEO no podían ni debían saber que había una infiltrada. En esa reunión estaba Francisco Javier Torronteras, uno de los agentes más brillantes de los GEO, con personalidad para marcar sin discusión las operaciones contra el Donosti. «Torronteras llevó la voz cantante. Era el que mandaba. Y mira que en aquella reunión – en un conocido restaurante a las afueras de Burgos – estaban jefes policiales de primer nivel. La voz era la del operativo. Sin discusión», apunta este comisario, quien estaba presente para conocer los detalles también y, posteriormente, actuar para poner a salvo a su infiltrada.
Torronteras fue asesinado en Leganés cuando trataba de acceder a la vivienda que ocupaban los autores del 11- M. Pero, como recuerda este comisario, el miembro de los GEO no solo fue asesinado cuando los terroristas hicieron estallar las bombas. Su tumba fue ultrajada. La Policía elevó un informe a la Fiscalía de la Audiencia Nacional para que se investigara el asalto a la tumba. Pero desde el Ministerio Público, pese a que quedaba clara la autoría de familiares de Jamal Ahmidan, El Chino, se dijo que el asunto estaba prescrito.
Como buen organizador y hombre disciplinado, el comisario quiere empezar por el principio. Ya era entonces responsable de los servicios antiterroristas de la Policía. Y se propuso infiltrar a alguien en las estructuras etarras. «Tenía que ser una mujer. Nunca había habido una topo». Fue una labor de pico y pala. Se buscaron candidatos en la escala básica, entre los nuevos policías. Vio currículos, entrevistó a decenas de futuribles. Y finalmente, él y su equipo seleccionaron a cuatro hombres y cinco mujeres que estaban dispuestos a dar el paso, «a crearse otra vida». «No todo el mundo es capaz de aguantar la presión, ni tiene un perfil para llevar a cabo la labor policial más difícil y arriesgada. Si la descubren la matan», apunta categórico. «No fue fácil tampoco para nosotros. Sabíamos que la situación a la que enviábamos a los agentes era el máximo riesgo, la primera línea, y que la única vía de comunicación éramos nosotros. Inicialmente, solo cinco policías conocíamos la existencia de Aranzazu», recuerda. «Lo primario es conocer el perfil psicológico de los candidatos. Saber si son capaces de aguantar la presión de ser otros... Buscamos a alguien capaz de dejar su vida atrás por completo», explica. «Les apretábamos. Les planteábamos situaciones complejas, complicadas. Nuestro afán era localizar una figura que no llamara la atención. Alguien normal», insiste. «Era clave para pasar desapercibida».
Luego vino el entrenamiento, las técnicas y tácticas de información en las que no quiere entrar con demasiado detalle para «no quemar nuestros métodos en la calle». «Está bien toda la tecnología y el análisis de datos, pero si no sigues al malo no vale para nada», insiste. «El zapato ha sido y sigue siendo clave». Recuerda cómo una de las candidatas no pasó la primera prueba. «Les ordenamos que siguieran a una persona sin que se diera cuenta. A los cinco minutos, un vigilante de un centro comercial nos avisó porque una señora había denunciado que la estaban siguiendo», recuerda entre sonrisas.
Aranzazu, la riojana que desveló la tregua trampa de ETA en 1998, pasaba desapercibida y lograba mantener la vigilancia sin ser descubierta. «Es simple. Es llana. Es sencilla. No llama la atención», la describe. «Es una mujer que no destacaba. Era una más». Progresó el entrenamiento. «No solo tienes que aprender a seguir sino detectar si eres seguido, tanto en vehículo como andando. Prepararte conversaciones simuladas, aprenderte al dedillo cómo son las estructuras antisistema desde donde pretendíamos ir creciendo, saberse la jerga abertzale, hasta aprender conducción evasiva», recuerda el comisario. Decidieron sacarla a la calle. Primero, en territorio conocido, en una pequeña esfera de movimientos antisistema y antimilitaristas en su localidad natal, lo que dificultaba enormemente su labor, ya que podía ser reconocida en cualquier momento. «De hecho en una ocasión le chilló por su nombre una vecina de Logroño que la reconoció y mantuvo la sangre fría de no darse por aludida, no girar la cabeza. No sé si es que ya estaba imbuida por el espíritu de Aranzazu o supo que le chillaban a ella y aguantó», apunta. Esa fue una prueba del nueve de que la elección era perfecta. Y una vez que fue conocida en esos círculos, dentro de los mismos movimientos, ascendió. Fue reconocida y se le tuvo en cuenta para movimientos posteriores. Y, así, en ese círculo antisistema pasó a formar parte de las estructuras de simpatizantes en Pamplona. «Nos fuimos acercando al territorio enemigo». Y cuando se afianzó en La Rioja y en Navarra se optó por jugar ya en la Champion League: subir al País Vasco.
Se decidió que se asentara en San Sebastián, en un barrio con fuerte implantación abertzale. La Comisaría General de Información alquiló dos viviendas en la calle Urbieta: una donde estuvo alojada Aranzazu y otra, en el edificio de enfrente, para identificar a los que entraban y salían y proteger a la infiltrada. Y Aranzazu «subió» al País Vasco. Se asentó en San Sebastián y comenzó a frecuentar los círculos sociales abertzales. Allí ya coincidió con conocidos antisistema de Navarra y La Rioja. Y fue a puntos «calientes» que le iban señalando sus controladores. «Nosotros sabíamos dónde se reclutaban nuevos adeptos por parte de la izquierda abertzale».
Y allí la trasladaron para que buscara un trabajo, para que se convirtiera en un elemento más del entorno. Primero estuvo en una carnicería regentada por simpatizantes abertzales. Con el sueldo podía justificar tener un alquiler en San Sebastián. «Tenía que estar justificada su presencia allí y su manutención. No podía haber la mínima duda», insiste el captador. Y cuando acababa la jornada laboral, Aranzazu se acercaba a las herrikos buscando trabajo, compartiendo zuritos, charlando y haciéndose con el entorno. Su juventud, apenas superaba los 20 años, le abría muchas puertas «porque además era muy natural, muy espontánea». Cambió la carnicería por un bar abertzale, lo que le permitió seguir con su coartada laboral y sus ingresos para no levantar sospechas. Cíclicamente, la infiltrada tenía encuentros con su controlador.
«Para lo bueno y para lo malo su comunicación era yo, su lazo con la realidad. Ella llevaba todo el peso, pero a mí me cargaba la responsabilidad de que le pasara algo malo. Yo había sido quien la había seleccionado, la había entrenado y la había enviado». «¿Que dónde nos veíamos? Cualquier sitio público era bueno. Donde pudiéramos estar juntos sin llamar la atención», apunta sin querer concretar. Después de apretarle explica que uno de los sitios «más cómodos» eran las salas de espera de hospitales. «Allí cada uno va a lo suyo y tiene su preocupación. Nadie recuerda quién se ha sentado a tu lado».
Los encuentros eran breves y directos. Con claves a la hora de hablar que este mando no quiere desvelar «porque seguro que siguen vivas». «Se había convertido en su personaje. Lo tenía mimetizado». Y pasaron las semanas y los meses hasta que llegó la ansiada llamada, el mensaje que abrió la puerta. Un captador se le acercó y le dio un corto pero intenso mensaje: lugar y hora. Debía acudir todos los días hasta que alguien le contactara. Y allí fue un día, y otro, y otro. No pasaron muchos cuando el pez picó por fin el anzuelo. Quien contactó con ella fue Kepa Etxebarria, un liberado de ETA. Directo y al grano. Necesitaba piso para esconderse y coche y chófer para moverse con seguridad. Su vivienda en San Sebastián se convirtió en un piso franco de ETA, del comando Donosti. Un piso que pagaba el Ministerio del Interior, junto a otro piso de seguridad justo enfrente. Aranzazu contactó con su controlador para darle la primicia. El mando trasladó la información de que habían logrado infiltrar a una mujer en las estructuras operativas de ETA. No dio muchos detalles en una reunión en el Ministerio del Interior en la que, además del ministro de entonces, Jaime Mayor Oreja, había varios mandos policiales. El blindaje informativo de esa operación debía ser máximo. Pero al día siguiente, ya hubo un comisario que hizo un comentario sobre la infiltrada a una persona ajena al dispositivo. La fuga le llegó al controlador, que decidió cerrar el grifo de la información a todos para que no hubiera más filtraciones que pudieran poner en peligro no solo la operación, sino a la infiltrada.
Etxebarria, el liberado acogido en el piso policial, se desplazaba por la comunidad reclutando nuevos etarras, gente sin antecedentes y difícilmente localizables. La agente le hacía de chófer. Así, la Policía obtuvo casi íntegra la lista de la cantera de ETA en Guipúzcoa. El liberado le contó que la tregua que ETA declaró al Gobierno de José María Aznar en 1998 era una «trampa» y que tenía como finalidad la reorganización de las estructuras terroristas, en ningún caso un acuerdo con el Ejecutivo.
Y así lo trasladó Aranzazu. Y si había dudas, quedaron resueltas cuando al piso franco llegó otro inquilino, el sanguinario Sergio Polo, otro liberado de ETA que ya contaba con un duro historial a sus espaldas. ETA le nombró el jefe de este comando. La información proporcionada por esta infiltrada provocó dos efectos. El primero: el Gobierno de turno tuvo información de primera mano de que la tregua decretada por ETA no tenía recorrido, era una trampa para rearmarse. Y, en segundo plano, logró demostrar que la seguridad de la organización terrorista era vulnerable para las Fuerzas de Seguridad del Estado. Las estructuras etarras fueron débiles y Aranzazu las puso al descubierto. Todo bajo el control y la vigilancia de «el controlador», que vivió día a día con inquietud, nervios y estrés las evoluciones de esta agente.
Una vez blindada durante la operación contra el comando Donosti, se entró en una nueva situación ya prevista. «Otra cosa no, pero planes tenemos siempre para todo», asegura el comisario sabedor del éxito sin precedentes que había conseguido. «Dejamos transcurrir el tiempo. No pasó apuros. Se tomó unas vacaciones alejada de la zona caliente. Tras ese periplo se le envió a una embajada de América y después a Europa», apunta evitando dar cualquier detalle que permita localizarla. «Para ETA y su entorno, localizar y quemar a la infiltrada sería un triunfo. Lo que hizo esta policía es un hito histórico, la única mujer que ha logrado burlar la seguridad de ETA. Y, ojo, que tenía unos sistemas de seguridad muy elaborados». En aquella etapa, pese a algunas zancadillas internas, la agente fue condecorada con la cruz al mérito policial. «Pero no se llevó a cabo acto alguno. Había que evitar que su imagen quedara retratada». La policía quiso ascender y convertirse en oficial.
Algunos «iluminados» del Cuerpo pretendieron que, después de sus históricos servicios, se sometiera a un examen que supondría poner en riesgo la identidad de la infiltrada. Y después, un nuevo destino fuera de España donde ha logrado recomponer su vida, con una nueva identidad, con una pareja, con un hijo... «He estado durante muchos años, muchísimos años en la primera línea de la lucha antiterrorista pero quizá este sea el servicio del que más orgulloso me siento», apunta.
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