14 enero 2024
Terrorismo de agua con remolacha
Nuestros afanados policías y jueces andan en estos tiempos muy atareados acusando de terrorismo a los movimientos ecologistas. Estas navidades han detenido a más de 20 activistas de Futuro Vegetal. Los tildan de organización criminal por, un ejemplo, arrojar agua teñida con remolacha contra la fachada del Congreso de los Diputados y el Ministerio de Agricultura.
Se preguntará el estupefacto lector si el agua de remolacha no es tan comestible como los pellets del PP gallego, o sea, si esa mezcla explosiva puede provocar gases que atufen la convivencia ciudadana. He de reconocer que no soy tan periodista de investigación como Eduardo Inda y no lo he comprobado. Odio la remolacha más que a mi vida. Yo soy muy de clásicos, siglo de oro y tal, y prefiero las flatulencias tradicionales provocadas por un buen cocido, una rica fabada o unos callos nocturnos. Sin ser muy consciente hasta ahora, eso me ha salvado de más de una fundada acusación por terrorismo, secesión y desórdenes públicos, cual un Jordi cualquiera.
El agua de remolacha, aseguran fuentes expertas consultadas por este diario, tiene el aspecto y color de sangre derramada, y eso asusta mucho a los policías que escuchan la Cope y no se han enterado de que ETA ya no existe. De otra forma, sería inimaginable una acusación por terrorismo.
El caso es que, leyendo la prensa extranjera, me doy cuenta de que también en otros lugares de Europa y EEUU ha comenzado una persecución de los movimientos ecologistas con estos pintorescos remolachismos. ¿Qué es terrorismo?, pregunto mientras un poli clava su porra en mi mirada azul. Terrorismo es Hamás, ETA, Oskar Matute y el agua con remolacha.
Los ecologistas son unos vegetofláuticos que siempre han caído mal a la gente de orden. El cine yanqui está plagado de ejemplos de esta contumaz antipatía. Recuerdo aquel gran éxito, la película Armageddon de Michael Bay, que comienza con los héroes Bruce Willis, Ben Affleck, Steve Buscemi y otros paleando desde su plataforma petrolera pelotas de golf contra un barco de Greenpeace, todo entre muchas risas.
Salvar un océano es terrorismo; salvar a un banquero es responsabilidad, libremercado y progreso. Lo saben todos los desahuciados del mundo y los pececillos y mariscos gallegos que se están poniendo morados de sabrosísimos y saludables (según la Xunta) pellets plásticos. Las próximas navidades estas delicias del mar van a llegar a nuestra mesa ya herméticamente envueltos.
Los devastadores de planetas azules no van a parar hasta que la gente muera contenta por el cambio climático, por la desaparición de todas las especies animales menos los caniches de las marquesas, y por las talas psicopáticas de árboles en el Madrid de Martínez-Almeida. Criminalizar el ecologismo es un buen primer paso para lograrlo.
Yo no sé qué pensarán los policías cuando investigan a estos movimientos delante de una mesa de despacho, discutiendo estrategias y tecnologías de escucha, comprobando el cargado de sus subfusiles; pagados (mal, hay que reconocer) con el erario público. ¿Qué se dirán unos a otros sobre el agua con remolacha? ¿Llevarán gafas oscuras como Starsky y Hutch aunque sea de noche? ¿Soñarán con recibir medallas?
Supongo que más de uno se dará cuenta de que están haciendo una solemne gilipollez, y cuando regresen a casa le confesarán falsamente a su esposa que se han retrasado porque tienen un lío zoófilo con el perro-patrulla, pues no me digáis que no te pone en un brete explicarle a tu pareja que estuviste hasta las tres de la mañana deteniendo a unos traficantes terroristas de agua con remolacha. Sin duda, insisto, están muy mal pagados.
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