28 julio 2024
40 aniversario
José Antonio Torrón cuenta por primera vez la historia de su progenitor, Antonio, un guardia civil que murió asesinado por la banda el 25 de julio de 1984
José Antonio Torrón tenía 29 años y aquella mañana que mataron a su padre había quedado con un amigo para ir a bucear. El mar era cosa de familia. Desde niño solía salir con su padre a pescar. Aquella mañana del 25 de julio de 1984 estaba en casa de sus padres, disfrutando del día libre y se preparó una ensalada, algo ligero que le permitiera disfrutar bajo el agua aquella tarde. No podía imaginar que esa tarde no existiría, que una vecina estaba a punto de tocar su puerta, alarmada, porque «ha pasado algo en el portal». No podía imaginar que, al bajar, encontraría a su padre tendido en el suelo con un disparo en la nuca.
«Salí corriendo tras el tío. Me dijo un señor '¡Es aquel que va corriendo!' y salí detrás de él». Fue un acto reflejo, algo que uno no piensa demasiado. «Tuve la buena suerte de no pillarle porque me habría pegado un tiro», admite José Antonio Torrón, que es la primera vez que cuenta su historia y lo hace como «un homenaje a mi padre» en el 40 aniversario de su muerte.
Antonio Torrón era guardia civil y ETA le asesinó por la espalda cuando regresaba de su trabajo, vestido de paisano, en el Servicio Fiscal del Puerto de Santurtzi. Había nacido en Burgos y llevaba más de tres décadas radicado en Bizkaia. Tenía 54 años y estaba casado con Pilar Gómez, con quien tenía un hijo y una hija.
«De repente a mi padre nadie le conocía en la bodeguilla. Era socio de la quiniela pero, tras el atentado, nadie le conocía». A José Antonio Torrón también le pasó. «Algunos compañeros de mi colegio en Portugalete, que antes no sabían que mi padre era guardia civil, también me dieron la espalda». La viuda vendió la casa y se marchó a vivir a Santoña y, un año después, José Antonio también se mudó a Castro Urdiales. «Hay cosas que no se olvidan ni se perdonan, por lo menos yo», admite José Antonio.
«De repente a mi padre nadie le conocía en la bodeguilla. Era socio de la quiniela pero, tras el atentado, nadie le conocía». A José Antonio Torrón también le pasó. «Algunos compañeros de mi colegio en Portugalete, que antes no sabían que mi padre era guardia civil, también me dieron la espalda». La viuda vendió la casa y se marchó a vivir a Santoña y, un año después, José Antonio también se mudó a Castro Urdiales. «Hay cosas que no se olvidan ni se perdonan, por lo menos yo», admite José Antonio.
Aunque vuelve al País Vasco de vez en cuando porque vive muy cerca -«He estado la semana pasada haciendo unas compras»-, cuando le surgió la oportunidad de mudarse de nuevo a Euskadi, la rechazó. «No quiero. Ha cambiado, pero sigue habiendo mucho... -deja la palabra en el aire- por el Casco Viejo y por ahí».Jubilación
Antonio Torrón cambiaba sus rutinas. A veces regresaba andando del trabajo. Evitaba repetir las horas de llegada al domicilio. Pero ETA tenía los detalles suficientes para matarle. Él no se sentía especialmente amenazado, según su hijo, pero era consciente de que «todos lo estaban». En sus más de 30 años en Bizkaia había vivido en diferentes lugares, como Las Arenas, Ripa y Portugalete.
«Era muy casero. No era de callejear. Echaba un vino al volver en la bodeguita para saludar a la gente y pagar su cuota de la quiniela y venía a casa», recuerda. Solía llevar a su hijo a pescar en Santoña y echaban el rato cogiendo «cámbaros, cangrejos y almejas porque entonces todavía estaba permitido». Cuando pasa por el lugar, les señala a los suyos: «Ahí pescaba yo con mi padre».
Ante una tragedia tan brutal como esta, uno da vueltas a los pequeños detalles que pudieron salvar a Antonio de convertirse en una víctima del terrorismo. «Tenía que jubilarse a los 50 años. Como el sueldo de guardia civil era bastante pequeño, se reenganchó para mantener un poco los ingresos. Eran cuatro años de reenganche y le pillaron unos meses antes de que se cumplieran».
Aunque no se juzgó a nadie por el asesinato, José Antonio sabe que «quien disparó huyó al extranjero y fue condenado por otros crímenes». Nunca se supo quién facilitó sus rutinas a la banda.
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